Cataluña

Felices contra infelices, la lucha está servida

La dicha de los seres humanos se ha convertido en el principal género literario de la actualidad, de los positivos, como Manuel Vilas o Ana Merino, a los negativos, como Laia Aguilar o Javier Peña

Laia Aguilar ganó el Pla con una novela sobre la actual dictadura de la felicidad y Ana Merino ganó el Nadal con lo contrario, con el poder de la bondad
Laia Aguilar ganó el Pla con una novela sobre la actual dictadura de la felicidad y Ana Merino ganó el Nadal con lo contrario, con el poder de la bondadlarazon

El gran Charles M. Shultz solía decir que: «la felicidad es un cachorro cálido». Es la mejor definición que nadie ha hecho nunca sobre el tema. Gandhi decía que la felicidad era: «cuando lo que piensas, lo que dices y lo que haces están en armonía». Mientras tanto, Hemingway aseguraba que : «la dicha, en personas inteligentes, es lo más raro que conozco». ¿Los tontos son más felices? ¿Los tontos son los únicos que dicen y hacen lo que piensan? ¿No parece más lógico pensar que los tontos no sabrían nunca hacer y decir lo que piensan, que les sería más complicado darse cuenta? Hemingway se suicidó y sabemos que no era feliz, pero se creía la mar de inteligente. Su opinión, por tanto era partidista. ¿La de Gandhi? No hay relación directa entre hacer y decir lo que uno piensa con la felicidad o nunca seríamos felices mirando una película o leyendo un libro. No, el único que tenía razón era Shultz, «la felicidad es un cachorro cálido». Por eso el pobre Charlie Brown era tan neurótico e infeliz, porque su perro, Snoopy, no era más que un cínico y egoista beagle, frío como el hielo.

La felicidad está de moda. Todo el mundo habla de la felicidad, hasta los escritores que, según Hemingway, si son inteligentes, no deberían saber nada del tema. «Dice mucho del alma humana que los escritores serios pierdan tanto tiempo sospechando de la felicidad. Yo creo en los espacios de cocreación, no de competición, pero estos escritores elitistas no se dan cuenta y creen que yo soy una amenaza. Gastan tontamente sus energías criticándome», asegura Raphäelle Giordano, gran fenómeno literario venido desde Francia y que ha logrado vender más de 2,5 millones de ejemplares con sus novelas inspiracionales. La última, «Cupido tiene alas de cartón».

La lucha por la felicidad ha comenzado en la literatura. Es lo más emocionante que ha pasado en las letras desde que Quevedo empezó a burlarse de Góngora. Quizá es una exageración, pero lo cierto es que la felicidad, como tema, arrasa. En los últimos meses ha quedado finalista del Planeta, ha ganado el Nadal y el Pla, y novelas como «Infelices», de Javier Peña, logran vender más de 7.000 ejemplares, lo que para una primera novela en una editorial independiente es lo más cercano a la felicidad que existe para sus editores. «La verdad es que es paradójico que consiga algo parecido a la felicidad con un libro que se llama “Infelices”, pero tranquilo, que no me ha costado cronificar mi infelicidad, desear más, esperar más, y ahora que he llegado a tres ediciones, querer una cuarta. Las expectativas generan una presión que nos vuelve irremediablemente infelices con el paso del tiempo», asegura Peña.

Es decir, la felicidad no es un estado connatural, sino una excepción que no dura, una anormalidad. ¿Son los felices anormales? Si fuera así, la anormalidad sería al maravilla, así que qué importaría. «La sociedad parece creer que la única forma de escapar de este caos es el éxito, pero el éxito solo te lo da el amor de tus seres queridos. No se necesitas nada más», comenta Manuel Vilas, que con «Alegría» resultó finalista del Premio Planeta.

Es decir, la felicidad no es más que una palabra vacía de significado real a la que hay que llenar con lo que uno tenga más a mano. Porque la felicidad es importante, hay que ganar la batalla de la felicidad, hay que conseguir que tenga significado. «En la mayoría de las novelas, la atención se centra en el mal y sus víctimas son vistas como meros objetos con los que malear a voluntad. Yo quiero centrar la mirada en estos personajes reducidos a anécdota y observar cómo reaccionan ante la amenaza. Por eso siempre reivindico la bondad, que es lo que hace funcionar el mundo», afirma Ana Merino, que ganó el último Premio Nadal con «El mapa de los afectos».

Dentro de la zona oscura de la felicidad está Laia Aguilar , que con «Pluja d’estels» ganó el último Premi Pla. La novela critica los estragos que está provocando en la sociedad la dictadura de la felicidad que se está planteando desde las redes sociales. «Existe esta voluntad de proyectar sólo nuestro rostro feliz en las redes. Lo que conseguimos es crear un personaje que no existe, en una exposición pública que mezcla intimidad con espectáculo. Por eso somos más vulnerables ante las situaciones difíciles y preferimos fingir que no pasa nada», asegura la escritora.

Luego está Mara Torres con «Los días felices», y Gonzalo Torné con «Años felices» y no existe todavía «Los meses felices», pero también hay meses felices, eso no lo puede dudar nadie. Y sino que se lo pregunten a Isaac Rosa y su «Final Feliz», gran novela que sí, tiene un final, pero no, miente, no es tan feliz.