Cataluña
Diario de una cuarentena con niños: Capítulo final
Día 60- “Qué chula era mi vida antes”, dice Pablo
La nueva normalidad es un tortazo. Podía ser peor, podía ser una puñalada o un oso mordiéndote la cabeza, pero sigue siendo un fastidio. No hay forma de encontrarle algo positivo en sí mismo, sino es por comparación. Es decir, está claro que una guerra nuclear sería peor, que cualquier guerra sería peor. Así que salgo al balcón y grito: “¡Hoy tampoco hay una guerra, hurra!” A ver si así animo a mis vecinos o al menos a mí mismo.
Pablo lo ha dicho mejor durante el desayuno. “Qué chula era mi vida antes”. Y luego ha listado lo que hace dos meses que no hace y que puede que no vuelva a hacer en mucho más tiempo. “Oh, quiero ir al parque, ir al cine, ir al Grety, ir a casa del Àlex” y aquí le digo que basta, que todo esto ya lo sabemos, pero que he descubierto que hay una forma mágica de ver el lado positivo del coronavirus, que es por comparación. "Nadie ha caído enfermo... ", digo y empiezo a listar una lista de cosas terribles que no nos han pasado. “Ala, papi”, dice Camila y sí, lo reconozco, es una estrategia estúpida, pero no más estúpida que las estrategias que hemos leído todos estos días que dicen los psicólogos que hay que hacer para no caer en una depresión, así que venga, a intentarlo.
Da mucha pena que un niño de cinco años tenga ya dos vidas, la de antes y la de ahora, pero qué le vamos a hacer. En realidad, Pablo podría decirse que ya ha tenido tres vidas, la que tenía antes de tener una enfermedad ultrarrara, la de después de tenerla, y la de ahora. Y todavía sigue. Debe ser como Rocky, al menos a mí no me para de dar puñetazos en la barriga, no sé por qué. “Podemos pasar por el cole, Papi”, ha dicho Camila cuando hemos salido a dar un paseo. Claro que sí, cariño, es una de las pocas cosas que podemos hacer, pues vamos a hacerlas.
Así que a partir de ahora vamos a vivir por comparación positiva. Eso he decidido. No importa lo que no podemos hacer ahora, importa lo que podemos hacer y vamos a hacerlo todo. ¿Podemos comprar un helado? Claro, eso sí se puede hacer, y lo hemos hecho. Nos hemos sacado las mascarillas un segundo y nos lo hemos comido y no sé que número de vida es éste, pero el helado sabe igual, así que hemos decidido cambiar el humor y ponernos felices.
¿Qué más cosas podemos hacer? Podemos jugar todos en familia, y podemos ir en patinete, y podemos decir hola con cariño a la monja del edificio de al lado y preguntarle qué tal está. “La hermana Teresa ha muerto esta mañana. Han ido tres compañeras a despedirla. No dejaban que nadie más fuera”, ha dicho. “OH, vaya, lo sentimos mucho”, he gritado. Pobrecilla, y hemos vuelto a buscar el lado positivo por comparación. “¿Podían haber muerto todas las monjas, no?”, ha dicho Camila. No, a veces no hay nada positivo y simplemente hay que saber estar triste.
Siento el humor negro, no sé si es demasiado pronto, pero también es una de las pocas cosas que se pueden hacer y hemos decidido hacerlo todo. Así que continuar con este diario de una cuarentena con niños no tiene mucho sentido ya, cuando hemos empezado a adaptarnos a esta nueva normalidad que es un asco, pero al menos no es una guerra nuclear. Camila y Pablo saben que algún día volverán a ir al colegio. Nosotros no. No sabemos si en septiembre podrán ir todos los días al cole o lo harán por días alternos. No sabemos si podrán volver a jugar con sus amiguitos así, todos en barullo, o tendrán que hablar a distancia. No sabemos si podremos conciliar vida laboral y familiar si los niños no recuperan su vieja normalidad. Hasta que todas estas dudas no se resuelvan, lo único que nos queda es celebrar que no estamos en una guerra nuclear. Así que salimos los cuatro al balcón y gritamos: “¡Estamos vivos y hoy tampoco hay una guerra, hurra!” Por lo menos a nosotros nos sirve.
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