Familia

Diario de una cuarentena con niños: Día 59

Del cielo no va a caer ninguna legión de Mary Poppins para ayudar a las familias a regresar por etapas a la vida cotidiana

En el número 197 de nuestra lista de cosas excepcionales por las que vale la pena vivir, hemos puesto ir en bicicleta
En el número 197 de nuestra lista de cosas excepcionales por las que vale la pena vivir, hemos puesto ir en bicicletaLa Razón

“¡Hasta dentro de quince días!”, nos dijimos el pasado 12 de marzo, cuando nos despedimos de los amigos en el patio del colegio. Entonces, en Cataluña, la covid se había cobrado seis vidas de ancianos con patologías previas. Aún recuerdo que en la clase de Bruna, la hija de 3 años, quedaron en aplazar la fiesta para celebrar los cumpleaños de enero a marzo, al viernes 28 de marzo. Iban a ser dos semanas sin colegio, pero la curva epidemiológica se disparó. Y dos meses y más de 11.100 muertos después, seguimos aplaudiendo y nadie sabe cuándo volverán las clases de verdad, donde los niños se distraen hablando con el compañero de al lado y no con una madre que corre hacia la cocina porque se está quemando el pollo que hay en el horno.

Los padres nos hemos convertido en navajas suizas, madrugamos para trabajar una hora en silencio; cuando nos acordamos, preparamos desayunos ricos; acompañamos a los niños en su clase virtual con la profesora para evitar una pelea en directo con el hermano, y robamos horas entre una llamada y una telereunión para hacer de maestros, de los que enseñan matemáticas y a hacer figuras de barro. Porque para otras cosas, los padres somos maestros a jornada completa, que no hay que olvidar que los niños son esponjas con ojos en el cogote que lo ven y lo imitan todo. Y si nos habíamos olvidado de que los niños se educan también en casa, el coronavirus nos lo ha recordado.

“¡Pero qué maleducados sois!”, me descubrí gritando la primera semana después de avisarles 33 veces que se vistieran. “¡Cómo debe ser la madre de estos niños que no hacen caso, eh!”, dijo el padre que pasaba por ahí. Ahora, le veo la gracia al comentario. Entonces, me puso delante del espejo y mirándome aprendí a tener más paciencia, pese al desgaste emocional de llevar dos meses en casa y de que en las comparecencias de Pedro Sánchez nadie pregunte qué va a pasar con los niños si la vuelta a las escuela se retrasa y los padres tienen que regresar al trabajo. Del cielo no va a caer una legión de Mary Poppins para ayudar a las familias y sacar de otro apuro a los gobiernos -estatal y autonómicos-, que están cometiendo el mismo error que en 2008 de no poner la educación en el centro de sus políticas. Las pocas propuestas que se han oído, hablan de un regreso progresivo a las aulas que no está teniendo en cuenta a los niños. Se debate más de conciliación que de desarrollo curricular.

Tuve un jefe, que antes y después de jefe era y es amigo, que me diría que este texto no es feliz. Sobre todo porque este diario del día 59 no debía empezar así. La idea era hablar de la lista de cosas excepcionales por las que vale la pena vivir que empezamos a escribir en casa la segunda semana de confinamiento como entretenimiento. Pero esta mañana en tres grupos de whatsapp ha salido la misma pregunta: ¿Cómo nos lo vamos a hacer para volver al trabajo y seguir cuidando a los niños en casa?

Nuestra lista de cosas excepcionales crece

Tengo una amiga que ha dejado a sus hijos -10 y 12 años- solos en casa, para ir a trabajar. Otra que ha pedido excedencia. Y unos amigos que esta semana están obligados a pisar la oficina y enviarán a los niños a casa de los abuelos, pese a que los médicos alertan de un repunte. Ahora que empezamos a regresar por etapas a nuestras vidas anteriores, quería mencionar que el milímetro que habíamos avanzado en conciliación se va a ir al traste en menos que canta un gallo. Pero he acabado escribiendo más de 500 palabras. Y eso que en casa, no estamos tan mal. El virus ha pasado de largo y tanto el padre como yo tenemos trabajo y podemos seguir haciendo malabarismos para conciliar. En dos meses, hemos hecho un máster en creatividad, gestión de conflictos e ingenio.

De la misma manera que nos animamos a hornear madalenas o a practicar yoga a través de Instagram, para divertirnos y hacerlo todo más fácil, también empezamos a hacer la lista de las cosas excepcionales por las que vale la pena vivir. 1) El aperitivo. 2) Ir al parque. 3) Jugar a fútbol 4) Hacerse el remolón en la cama por la mañana. 5) Que mamá nos rasque la espalda. 6) Las cosquillas 7) Leo Messi... y 24) Cantar juntos la canción: “Oh Leo Messi, dios del futbol marca un gol, lololololó”. Como si fuéramos “hooligans” de un equipo inglés.

En nuestra realidad, el dolor que causa este coronavirus sólo nos ha llegado a través de las pantallas. Quizás por eso, aunque con el confinamiento, el padre y yo asumimos que nos hemos de cuidar pero, sobre todo, cuidar de Marc y de Bruna, ayer me olvidé de la mascarilla al salir de casa. Bruna ha aprendido a ir en bicicleta y estábamos los cuatro en la calle animándola a pedalear. “¡Venga, campeona, dale fuerte!”. Pero mientras nos mirábamos emocionados, una enfermera nos recriminó que fuéramos dos adultos con dos niños sin mascarilla y el entusiasmo se nos cayó al suelo.

Los niños se olvidaron pronto. Yo no. Pero si las madres somos expertas en hacer la vida fácil a nuestros hijos, ellos son unos genios en hacer desaparecer las preocupaciones. Como cada noche, a la hora de la cena, empieza el ritual. Sacan nuestra lista de cosas excepcionales por las que vale la pena vivir. Nos quedan cuatro para llegar a doscientas. 197) Ir en bicicleta, dice Bruna. 198) El Dalky de fresa, añade el padre. 199) Más cromos de fútbol, insiste Marc -quedan cinco días para su cumpleaños y nos da pistas de los regalos que quiere-. 200) Hacer esta lista de cosas extraordinarias, acabo yo.

Y con el número 200 damos tregua a este diario. Cuando lleguemos 300, volvemos.