Historia

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Mary Seacole, la enfermera que bajó al campo de batalla

Su enfrentamiento con Florence Nightingale en la guerra de Crimea ha quedado como uno de los puntos negros en la historia de la enfermería

La enfermera Mary Seacole durante la guerra de Crimea
La enfermera Mary Seacole durante la guerra de CrimeaLa RazónArchivo

Florence Nightingale marcó el camino a seguir en la enfermería profesional, pero fue Mary Seacole quien le puso el corazón y la compasión, convirtiéndose en una figura mítica. Las dos atendieron enfermos en la guerra de Crimea, pero cada una a su manera. Nightingale organizaba los hospitales, daba las pautas de tratamiento, y procuraba la higiene y alimentación de los enfermos. Seacole bajaba al campo de batalla y salvaba vidas bajo el ruido de las cargas. Los soldados no les gustaba ir al hospital de Nightingale, porque decía que entrabas vivo y salías en un caja de madera. Preferían a Seacole, a la que veían como una de las suyas y llamaban “madre”.

No podía haber dos personas más antagónicas. Nightingale representaba el orden, el estudio académico,la frialdad estadística, una cierta aristocracia. Tanto es así que, a pesar de su experiencia, no aceptó a Seacole en su hospital porque aseguraba que no había pasado su adiestramiento de enfermeras. Nightingale era una persona orgullosa que creía tanto en su método que no aceptaba ningún otro. Seacole, por su parte, era una mujer mulata, oriunda de Jamaica, que había tenido que batallar toda su vida no sólo con la misoginea de la sociedad, sino también con el racismo. Sí, nadie la había formado como enfermera, lo había aprendido todo en directo, en diferentes guerras, epidemias de cólera, de fiebre amarilla, y sabía como salvar vidas aún poniendo en riesgo la suya.

Esto es lo que explicaba de ella William Russell, periodista de “The Times”, tras cubrir la guerra de Crimea: “La he visto bajar en medio del fuego cruzado con la única compañía que un maletín para confortar a los hombres heridos. No he visto una mano más tierna y hábil a la hora de tratar una herida o un hueso roto ni siquiera comparado con nuestros mejores médicos y cirujanos. La he visto en el asalto al Redan, en Chernaya, en la caída de Sebastopol, en las cargas, y no para saquear sino como una vieja alma caritativa, siempre con un poco de vino, vendajes y comida para los heridos y prisioneros”.

Nacida en Kingston, Jamaica, en 1805, hija de un soldado escocés y una curandera que regentaba un hotel, reconvertido en hospital, para los más necesitados. Su historia de amor venció a todo tipo de prejuicios y dio a la pequeña Mary el coraje para hacerse valer siempre por si misma. A los doce años ya ayudaba a su madre y actuaba como doctora y enfermera a un tiempo. Sin embargo, sus ansias de conocer, de ser útil, la llevaron a viajar por medio mundo, donde completó su formación, uniendo lo aprendido junto a su madre con las técnicas europeas más modernas. “No me avergüenza confesar que adoraba ser de ayuda a todos aquellos que necesitaban consuelo. Y cuando la necesidad de ayuda crecía, no importa que lejos estuviese la costa, no pedía un privilegio mayor que ofrecer mis servicios”, asegura Seacole.

En 1850, Jamaica sufrió una gran epidemia de cólera, donde murieron 30.000 personas, y Seacole empezó a construir su leyenda. Empezó a implementar lo que había aprendido en sus viajes y ordenó una correcta higiene y ventilación de los hospitales. Cuando la plaga remitió, supo que el cólera se había desplazado a Panamá y viajó allí con la intención de ayudar. En Panamá fue donde conoció el estallido de la guerra de Crimea y no dudó en viajar una vez más para ofrecer su ayuda.

Por supuesto, nadie la aceptaba como médico, pero lo más sorprendente fue que la gran y piadosa Florence NIghtingale no viese en ella a una gran aliada y la rechazase también como enfermera. Seacole se limitó a ofrecer suministros médicos y empezó a trabajar donde NIghtingale nunca se atrevió, en el mismo campo de batalla, repartiendo agua, té y atendiendo a los más necesitados. “Llegaban malas noticas tan a menudo que pensé que mi deber era adelantarme y ofrecer mi ayuda allí donde los soldados más la necesitaban”, recordaba.

En su hospital de campaña conoció a un joven soldado de largo pelo rubio y ojos azules, “como si fuera un ángel” que había enfermado de disentería. Gracias a sus cuidados, el soldado pudo recuperarse y en poco tiempo volvía a vestir su elegante uniforme. “Sentía verdadero amor maternal por aquel muchacho”, aseguraba. Al cabo de unos días, volvió a verle, con su uniforme manchado de barro y sangre, y sus ojos azules cerrados para siempre. No quiso que aquello volviese a sucederle. “Mi primera experiencia en una batalla fue lo suficiente interesante. Veías como los ejércitos avanzaban y cómo una y otra vez se formaban pequeñas nubes de humo blanco que se elevaban luego por las colinas. Sentí una extraña excitación que se transformó en deseo de ver más. Lamentablemente, mi deseo se cumplió en muy poco tiempo”, aseguraba Seacole.

¿Fue el color de su piel lo que llevó a Nightingale a rechazarla? La historia de Seacole se ha convertido en todo un ejemplo de coraje y amor. Al finalizar la guerra, sin el reconocimiento del gobierno inglés, y arruinada, volvió a Inglaterra sin mucho a lo que aferrarse. Sus memorias, “Las maravillosas aventuras de Mrs. Seacole en múltiples tierras” es uno de los mejores libros sobre enfermería que se hayan escrito nunca y documentan una extraordinaria vida al servicio de los demás. En “Los versos satánicos”, el gran Salman Rushdie aprovecha para realzar por una vez por todas su figura y escribe: "Miren, aquí está Mary Seacole, que en Crimea hizo tanto como otra enfermera maravillosa pero que, por ser de piel oscura, apenas se la veía, al lado de la llama brillante de Florence”.