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García Lorca y Primo de Rivera: la amistad que no fue

El biógrafo oficial del fundador de Falange desmintió que el poeta granadino pudiera conocer al político

Granada.- El Museo-Casa Natal de Lorca presenta la edición especial de su discurso 'Medio pan y un libro'
Busto de Federico García Lorca en el Museo-Casa Natal de Fuente VaquerosDIPUTACIÓN (Foto de ARCHIVO)05/06/2010larazonDIPUTACIÓN

Felipe Ximénez de Sandoval se había aproximado a la vanguardia artística española durante la Segunda República, aunque como simple espectador. De la mano del muy controvertido Ernesto Giménez Caballero había formado parte de la junta directiva del Cineclub de “La Gaceta Literaria”. Pero a él no le interesaba aquel mundo sino el político desde un punto de vista radical, por lo que en 1934 se afilió a Falange. Una vez concluida la Guerra Civil, se convirtió en uno de los mayores propagandistas del régimen siendo el arquitecto literario del mito de José Antonio Primo de Rivera. Eso es lo que quiso con una biografía, publicada en 1941, en la que glosaba, casi como si fuera un santo, a quien se consideraba por el franquismo como “el Ausente”. En “José Antonio. Biografía apasionada” -demasiado apasionada cabría decir-, entre mitos y leyendas, entre rumores y hechos, Ximénez de Sandoval reconocía que su querido José Antonio y Federico García Lorca podrían haber sido amigos, aunque no pudo ser. De esta manera, el biógrafo apasionado -como lo llamaba irónicamente Umbral- ponía punto final a una controversia que se venía arrastrando desde la muerte del político y del poeta. Para ello cuenta lo siguiente: “A Federico García Lorca -a quien José Antonio admiraba extraordinariamente y de quien decía que sería el poeta de la Falange -no hubo modo de presentárselo, aún cuando una vez me invitara el Jefe a ver “Bodas de sangre” en el Coliseum, y entráramos en el camarín de Lola Membrives para ver si estaba y conocerle”.

Sin embargo, pese a que parecía que todo esto quedaba de una vez aclarado para siempre, la controversia ha seguido hasta nuestros días. No son pocos los que todavía creen que existió realmente esa amistad de la que no hay pruebas. La leyenda ha sido alimentada hasta por libros, como “Rosas de plomo” de Jesús Cotta, que llegó a ser avalado con el Premio Stella Maris de Biografía Histórica. El ensayo, con no pocos errores y con tergiversación de datos, trata de demostrar lo imposible, aunque para ello incluso recorra a argumentos risibles, como decir que Lorca no se consideraba homosexual.

¿Cuáles son las pruebas que se aportan para señalar que aquella amistad existió? Prácticamente todo se limita a un único testimonio: el del poeta vasco Gabriel Celaya quien en varias ocasiones rememoró un encuentro con el autor de “Yerma” a quien había conocido en la Residencia de Estudiantes de Madrid en los años veinte. Entre ellos siempre existió una buena amistad, algo que hacía que Lorca tuviera la suficiente confianza como para tirarle en alguna ocasión de las orejas si no estaba de acuerdo con algún comentario. Eso ocurrió en una ocasión, el 8 de marzo de 1936, en San Sebastián. El granadino se encontraba en el ateneo donostiarra junto con José Manuel Aizpurúa, un arquitecto falangista, y a Celaya, quien nunca ocultó su simpatía comunista, no le hizo gracia aquello. Celaya se negó a saludar a Aizpurúa ante la sorpresa de Lorca. Dejemos que sea el propio autor de “Se parece al amor” quien narre aquel episodio:

“Me preguntaba Federico por qué no había querido saludar a José Manuel Aizpurúa, y por qué entre los dos, le habían creado una situación tan tensa. Yo trataba de explicárselo con frenesí, quizá con sectarismo, y él, incidiendo en lo humano, trataba de explicarme que Aizpurúa era un buen chico, que tenía una gran sensibilidad, que era muy inteligente, que adoraba mis poemas, etc. Hasta que al fin, ante mi cada vez más violenta cerrazón, reaccionó, o quizá quiso que abriera los ojos de sorpresa, con la confesión de lo terrible:

-José Manuel es como José Antonio Primo de Rivera. Otro buen chico. ¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Pues te lo digo. Solemos salir juntos en un taxi con las ventanillas bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo, ni a mí me conviene que me vean con él”.

¿Le contaba la verdad? ¿Exageraba para sorprender a Celaya? ¿Le estaba tomando el pelo? Hasta la fecha no ha aparecido ningún testimonio ni documento que corrobore las palabras de Lorca. Todo parece ser una de las típicas bromas o exageraciones del poeta.

Hay, en todo caso, un testimonio que es importante y es el del pintor José Caballero, uno de los más íntimos colaboradores de Lorca. Su viuda me explicó que Caballero y Lorca, paseando por Madrid, coincidieron con el momento en el que José Antonio estaba realizando un mitin. El pintor, curioso ante aquel acto, quería entrar con el poeta, pero este se negó. No quería saber nada. Le espantaba el hecho de entrar en el teatro en el que estaba el líder de Falange.

Por esas fechas, años treinta, otro buen amigo de Lorca era Luis Hurtado, secretario del Premio Nobel Jacinto Benavente. Se veían en un bar clandestino de homosexuales y sabemos que el poeta lo tenía en alta estima, hasta el punto de regalarle un ejemplar de su edición limitada de la “Oda a Walt Whitman”. En 1937, Hurtado quiso rendirle un particular homenaje y publicó un texto donde hablaba de que a “la Falange le han matado su mejor poeta”. Sin saberlo, Hurtado había puesto en marcha la leyenda de un Lorca casi joseantoniano. Lo que debía ser un homenaje se convirtió en una leyenda urbana que pervive aún.