Atasco

JxCat ignora a ERC para retrasar la investidura de Aragonès

El partido de Puigdemont frena los intentos de retomar las negociaciones tras el fracaso del pleno del pasado viernes

El candidato de ERC, Pere Aragonés, junto a varios diputados de JxCat, en los pasillos del Parlament.
El candidato de ERC, Pere Aragonés, junto a varios diputados de JxCat, en los pasillos del Parlament.Enric FontcubertaAgencia EFE

El sábado Pere Aragonés afirmó que intentarán por todos los medios avanzar en las negociaciones con Junts per Catalunya para conseguir el martes que la mayoría independentista sea una realidad en el Parlament y el nuevo Govern de unidad secesionista vea la luz. No será así. Junts per Catalunya ha obviado durante todo el fin de semana a sus «hermanos» de Esquerra Republicana. Ni un solo contacto se ha producido y solo un milagro permitirá a Aragonés convertirse en el 132 president de la Generalitat mañana martes.

La desconfianza, la mala relación personal, el desprecio, la falta de respeto intelectual, entre los dirigentes independentistas no iba a solucionarse de un plumazo en apenas unos días. 44 para ser más exactos han pasado desde el 14 de febrero hasta la segunda votación presidenciable de mañana. Nadie ha tejido puentes y las relaciones están muy deterioradas. No solamente, la hoja de ruta de ambos partidos es diferente, cosa lógica porque son partidos diferentes, sino que no existe ningún vínculo emocional que siga vivo.

Las relaciones van de mal en peor desde que Artur Mas obligó a ERC a aceptar aquel ya lejano Junts pel Sí. El líder neoconvergente acabó en la «papelera de la historia» y de la nada apareció Carles Puigdemont. Las relaciones entre el ahora fugado y el preso Oriol Junqueras nunca fueron fáciles y estallaron en pedazos en los momentos previos en 2017, antes y después del referéndum. Baste con leer los libros de Puigdemont para ver que su mala relación no fue puntual. De hecho, Puigdemont acusa a Junqueras de buena parte del fracaso.

Esa tensión aflora ahora de nuevo. Puigdemont quiere tener un papel en el futuro Govern. Desde Waterloo, sí, pero con papel, dirigiendo el Consell de la República, convertido en una especie de guía espiritual que guiará al movimiento independentista hacia la victoria. Lo mismo que hasta ahora, pero con una diferencia. Aragonés no quiere ser el títere en el Palau de la Generalitat, el papel que hizo Torra sumiso y cabizbajo frente a las imposiciones de Bélgica. Eso sería tanto como reconocer que Esquerra no ganó las elecciones y que el independentismo sigue bajo la batuta del «presidente legítimo», como se bautiza a Puigdemont desde Junts per Catalunya. Junqueras quiere asumir este papel de líder espiritual del independentismo porque ERC ha ganado y ese papel, defienden, les corresponde.

En ERC se quejan amargamente de la deslealtad de Junts en estos días, y eso que la legislatura todavía no ha empezado. Los republicanos se preguntan si la situación fuera a la inversa. Que Junts hubiera ganado por la mínima y hubiera alcanzado un acuerdo con la CUP, ¿se permitiría a ERC no votar al president? Seguramente no, pero Junts ha conseguido ganar en el imaginario independentista una posición de fuerza: son los únicos que apuestan por la independencia sin coger atajos como los republicanos que son señalados como poco de fiar, de «botiflers» en potencia, de traidores a una causa que sigue teniendo «exiliados» y presos.

Las relaciones personales están totalmente dinamitadas. También en Lledoners. Las relaciones entre los presos de ERC y los de Junts son frías o inexistentes. Con este escenario, Aragonés volverá mañana al hemiciclo y perderá de nuevo la votación. Empezará a correr el tiempo para elegir al president. En 2015, se eligió a Puigdemont sobre la campana, y ahora se corre el mismo riesgo. Junts quiere un trato de favor a Puigdemont, tener papel activo en el gobierno y marcar al presidente en sus relaciones con el Gobierno de España.

El miércoles se empezará de cero, pero con nuevas heridas entre los dirigentes independentistas. Heridas que, de no cerrarse, o de que ERC cambie de tercio y mire a Comunes y Socialistas, pueden abocar a los catalanes a unas nuevas elecciones. No parece que ese sea el escenario, pero no es imposible. De hecho, en las filas de Junts hay voces que apuestan sin miramientos por una nueva convocatoria electoral. Ya no existirá el efecto Illa, y Esquerra puede perder fuelle. Si se fracasa en la negociación todos los esfuerzos serán para señalar al culpable.

El abismo se ha agrandado este fin de semana. ERC ha intentado cerrar encuentros e intercambiar papeles. Junts ha hecho caso omiso. No ha habido encuentros y no se han intercambiado papeles pese a la voluntad de los republicanos. Habrá que estar atentos a los discursos de mañana de Aragonés y de Batet. Los dos apelarán a la unidad independentista, toda una entelequia, porque esa supuesta unidad solo se interpreta como sumisión de unos sobre los otros. Acabará el pleno el martes y Aragonés volverá a su despacho de vicepresidente. La presidencia quedará todavía lejos y el precio de Junts subirá en consejerías, áreas de poder, influencia y control. ERC deberá decir si quiere pagarlo o asumir que la victoria de las izquierdas en las últimas elecciones no necesariamente pasa por el independentismo. De entrada, no pasa Junts per Catalunya, la esencia de la burguesía catalana.

En este sentido, también cabe subrayar que todavía no se ha entrado a negociar aspectos que, más allá del «procés», también pueden hacer encallar el acuerdo, como las cuestiones sectoriales y competenciales. Los posconvergentes ya han mostrado su rechazo a determinados puntos del pacto entre Esquerra y la CUP ya que defienden la colaboración público-privada –se alejan del modelo público de los cuperos– y también se postulan para asumir algunas conselleries que los republicanos se resisten a abandonar, como Salud y Economía. La primera por la gestión de la pandemia y la segunda por la administración de los fondos europeos.

Los republicanos pueden dejar a JxCat y mirar a la izquierda, aunque tampoco tienen fácil hilar un pacto que aglutine a la CUP y Comunes y PSC, necesario en esa ecuación. Entre la CUP y los Comunes hay diferencias, aunque se pueden salvar; sin embargo, los socialistas catalanes, que se han mostrado muy firmes en su rechazo a apoyar a un gobierno independentista, se han exhibido todavía más rotundos en su rechazo a la CUP. Salvador Illa pronunció el viernes un discurso muy duro contra el pacto de los republicanos y los anticapitalistas.

El PSC ya ha dejado claro que no va a involucrarse en el proceso de investidura, aunque sí que ha tendido la mano para alcanzar acuerdos durante la legislatura en materia socioeconómica. El partido con la sede en la calle Pallars venció en las pasadas elecciones y recuperó su posición de referencia del constitucionalismo y ahora quiere evitar errores del pasado. Más aún después de que se comprometiera a no gobernar con los independentistas.