Opinión
Mayo, que se va
Mayo, el mes de nombre más escueto, cuatro letras solo, pero acaso el más bonito y poético, y, con junio, el más luminoso.
No te cantan ya los poetas de ahora, que, en cuanto oyen la palabra campo apagan el ordenador, pero sí los pájaros, que no se cansan de celebrar tu llegada, y ahí los tienes desde que amanece parloteando con algarabía entre ellos todo el día sin prestar cuidado a otras ocupaciones, y los árboles, compitiendo sin miramientos a ver quién es el primero en ponerse antes el vestido nuevo que cada uno se ha hecho, hebra a hebra, en los inacabables meses silenciosos del invierno, y las fuentes, que manan a porfía por ver cuál de ellas luce aguas más limpias, y las flores, resueltas a que no des un paso sin pisar en alfombra.
Y la luz del aire, luz más transparente que una mirada, aire más tenue y delicado que el filo de una idea que pasa por delante de la frente.
Y los batallones de nubarrones negros que asoman por las tardes en el horizonte y atraviesan el cielo como ejércitos en guerra que vinieran a fulminar el mundo.
Mayo que marceas y no nos dejas quitarnos el sayo, agua de mayo que nos traes el pan de todo el año, que en buena hora volváis, se oye rezar al campo todos estos días si uno pasea por él con el debido silencio.
Aunque, cuando eso ocurra, habrán pasado ya doce meses, y se nos habrán ido cayendo por el camino algunas hojas, quién sabe si de las amarillas que caen a su debido tiempo o de las verdes que se desprenden cuando aún no les corresponde.
Pero da igual, porque pase lo que pase, te estaremos esperando con renovadas ilusiones y pondremos en tu llegada las mismas esperanzas que ponen los pájaros y los árboles y las fuentes.
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