Opinión

Ocasión de oro para la independencia

Sebas Lorente

Uno de los mantras más repetidos del llamado «pensamiento positivo» es un escueto eslogan anglosajón con el que se persigue concienciar a la gente de su capacidad para llegar hasta donde, a priori, piensa que no podría hacerlo: «no limits». Yo, que estoy de acuerdo con el mensaje, no lo estoy, en cambio, con el lema que lo pretende resumir, pues existen leyes naturales infranqueables que lo echan por tierra con una rotundidad incontestable.

Pero mis convicciones no son inamovibles. La ignorancia, el tiempo y la reflexión me llevan a cambiar postulados –a veces sólo a remodelarlos– que, en otros momentos, me han parecido certeros. Y, con el «no limits», esto ha estado a punto de suceder, he de reconocerlo.

Poco podía sospechar hace sólo unos años que la irrupción en nuestras vidas de un tipo mediocre pero bien plantado, pondría en jaque mi convencimiento férreo sobre que las personas sí tenemos límites. Cierto que todavía no he llegado a hincar del todo la rodilla, pero, siendo franco, he de admitir que este hombre, a cada día que pasa, consigue debilitar más y más mis cartílagos rotulianos.

Ya avisó cuando pactó con quien juró que nunca lo haría; y, aunque desde antes ya venía apuntando maneras, fue a partir de entonces que pareció empecinarse en demostrar al país que él es capaz de lo que sea, y más, por conservar la Moncloa. Que no tenía límites.

A mi juicio, el independentismo catalán ha desaprovechado una ocasión de oro pactando con él los indultos famosos, porque, visto lo visto, y apretando sólo un poquito más, igual se hubieran podido conseguir otras metas más ambiciosas, como el referéndum de autodeterminación o, por qué no, directamente, la independencia misma de Cataluña. No creo que a Sánchez le hubiese importado mucho que, a renglón seguido, pudiesen ir los bilduetarras a exigir lo propio para «Euskal Herria»; o que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, Mohamed VI le conminase a reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara occidental y, ya puestos, también sobre Ceuta y Melilla. Porque quedándose él en la Moncloa, todo sería posible, todo sería negociable.

A mí ya me está bien la torpeza que ha tenido el independentismo. Aunque, bien pensado, igual no han sido tan torpes. Igual sabían perfectamente lo que podían conseguir y, precisamente por eso, no lo han pedido; no fuera a ser que también se lo concediesen, y se quedaran, entonces, sin nada más que pedir y con auténticas caras de tonto. Vayan ustedes a saber…