A fondo

El separatismo vuelve a niveles «preprocés»

El apoyo a la independencia cae de forma sostenida en el tiempo después de la etapa álgida del 1-O de 2017

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, acompañado del vicepresidente, Jordi Puignerò y la consellera de la Presidencia, Laura Vilagrà, encabeza la ofrenda floral del Govern al monumento de Rafael Casanova en Barcelona
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, acompañado del vicepresidente, Jordi Puignerò y la consellera de la Presidencia, Laura Vilagrà, encabeza la ofrenda floral del Govern al monumento de Rafael Casanova en BarcelonaQuique GarciaAgencia EFE

Superada la fase más álgida del «procés», que tuvo lugar en octubre de 2017 con el referéndum ilegal y la declaración de independencia, el independentismo ha ido perdiendo el rumbo (de ahí la reiterada voluntad por trazar una nueva estrategia) y, sobre todo, bastante fuerza. Este retroceso se ha podido comprobar en la calle, donde las multitudinarias manifestaciones han mutado en protestas menos concurridas, y en las encuestas, donde ha tocado mínimos desde que estallara el «procés» (en el sondeo del CIS catalán de julio de 2020, el «sí» a la independencia concitó el 42% de apoyo, mientras que el «no», el 50,5%).

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DíadaTeresa Gallardo

«El retroceso del apoyo a la independencia es palpable. Los datos más fiables dan un respaldo incondicional del 43%, que son niveles preprocés o del arranque del procés», señala el politólogo y profesor en la Universidad Carlos III de Madrid, Pablo Simón. Oriol Bartomeus, politólogo y profesor asociado a la Universidad Autónoma de Barcelona, introduce un matiz: a su juicio, si la pregunta es independencia sí o independencia no, Cataluña está prácticamente dividida por la mitad; en cambio, si se pregunta por la relación de Cataluña con España (regionalismo, autonomismo, federalismo o independencia), se detecta un retroceso de los partidarios de un Estado independiente desde 2018 (ha pasado del 40,8% al actual 34,2%, según el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat).

Este retroceso del independentismo se debe a diversos factores. Simón los sintetiza en cuatro: el «enorme desgaste» que generó la crisis de 2017, que ha acarreado enormes consecuencias judiciales (penas de prisión a dirigentes políticos y numerosas causas abiertas), sociales (episodios de tensión en las calles) y económicas (con la estampida de empresas); el «cansancio» por la propia fractura de las élites y partidos independentistas, ilustrado meridianamente con los permanentes choques entre Esquerra y JxCat; el giro de Esquerra a posiciones más pragmáticas, que ha abandonado la vía unilateral y apuesta por el diálogo y el acuerdo; y, la relación del Gobierno del PSOE con Esquerra, en quien se apoya para gobernar y eso deja «desdibujado el enfrentamiento» por la independencia de Cataluña. En este punto cabría añadir los indultos, que forman parte de esta relación entre PSOE y Esquerra y que han servido para desinflamar todavía más el contexto de tensión política.

Y, ¿cuál es el futuro que le augura al independentismo? Bartomeus señala que todo dependerá del «contexto» en cada momento: «Es evidente que el procés ha generado un cambio en una parte considerable del electorado catalán». Simón apunta a que hay opciones de que el equilibrio de fuerzas entre partidarios y detractores de la independencia que hay desde que arrancó el «procés» se acabe deshaciendo y pone como precedente el País Vasco o Quebec, donde «parecía inevitable el empate permanente o que el independentismo iba a ser mayoritario» y no ha sido así.

En todo caso, según Simón, todo dependerá de la «agenda política, las circunstancias y la posición de cada actor político». En estos momentos, por ejemplo, se percibe cómo ERC ha tomado rumbo a «intentar volver a un cierto autonomismo sin nombrarlo, a viejas lógicas del pujolismo negociador» mientras la izquierda española ha rescatado la fórmula de gobernar con el nacionalismo. Asimismo, Simón también desgrana al electorado en tres tercios: un tercio es independentista irreductible (inamovible en su posición); otro tercio no independentista y movilizado; y, el otro tercio que puede apoyar o no la independencia, pero apuesta sobre todo por el autogobierno de Cataluña. La evolución de la fuerza del independentismo, por tanto, radicará en este último tercio.

También cabe tener en cuenta el apoyo de los jóvenes, que se habían convertido en el principal activo del independentismo a largo plazo y, ahora, resulta que es el colectivo que menos apoya la ruptura con España. Entre los jóvenes de 18 a 24 años, el respaldo a la independencia es de un 41%, cuando en 2016 llegó a rozar el 60%. ¿A qué se debe este cambio? Simón explica que la «actitud política de los jóvenes se forma entre los 16 y los 24 años» y está determinada por «eventos impresionantes»: durante el «preprocés» (a partir de 2008), hay un contexto «proclive» al independentismo, pero a partir de 2017 se produce «el gran desencanto» (al verse que la independencia no es posible) y eso desinfla del deseo de los jóvenes por abrazar la independencia y se implican con otras causas (como el ecologismo o el feminismo).

¿Tiene alguna opción el constitucionalismo de aprovechar esta reculada del independentismo para gobernar Cataluña? Sí tiene, aunque deberá lidiar, como hasta ahora, con dos factores que lastran notablemente sus posibilidades de éxito. Bartomeus señala la normativa electoral que beneficia a los separatistas y la menor propensión a votar en elecciones autonómicas de los constitucionalistas (en cambio el votante independentista se suele sentir mucho más interpelado y participa más). Para ser más exactos, Bartomeus apunta a «la no ley electoral» que hay en Cataluña, que se sigue rigiendo por una disposición adicional del Estatuto del 1979, cuando «los equilibrios territoriales y demográficos» eran otros y esto hace que circunscripciones como Girona y Lleida (zonas muy independentistas) tengan una sobrerrepresentación en el Parlament. En cambio, Barcelona, donde vencen los contrarios a la independencia está infrarrepresentado.

Lo cierto es que la Ley electoral es una batalla de largo recorrido en Cataluña ya que sigue sin ver la luz tras más de 40 años y múltiples intentos. Convergència nunca ha tenido demasiado interés en elaborar una nueva norma ya que perjudicaría seriamente a sus intereses (tiene mucho voto en Girona y Lleida) y tampoco parece fácil alcanzar una mayoría cualificada de 90 diputados (de los 135 que hay en el Parlament).