Opinión
Barcelona y sus vidas
Tomo prestado el título del libro de Carlos Pujol, uno de los mejores, si no el mejor, que se ha escrito sobre esta ciudad a orillas de un mar y protegida por una montaña. Lo editó Andrés Trapiello en su colección de La Veleta en 2010, y su lectura ha colmado, y con creces, todas las expectativas, hasta tal punto que no entiende uno cómo es posible que en su día le pasara desapercibido. Aunque suele ocurrir, y no son pocos los buenos libros que, no se sabe bien por qué, pasan como de puntillas por las librerías y quedan enseguida relegados al olvido de las bibliotecas.
O ni eso siquiera, porque, inexplicablemente, de las cuarenta bibliotecas públicas que hay en Barcelona, solo cinco lo presentan en su catálogo. Una lástima, pues Barcelona y sus vidases un libro singular que ofrece un recorrido a la vez histórico y actual por las calles y los barrios de una ciudad llena de secretos. Tomado como guía, daría para pasear por Barcelona una buena temporada, pero no fue ese el propósito con que se escribió, y en sus páginas de amenísima lectura puede uno encontrar informaciones y curiosidades del mayor interés y muy variadas, con observaciones siempre pertinentes sobre las heridas del tiempo, el pasado y el presente.
Con libros así, que da gusto leer y enseñan tantas cosas, hasta el paseo más convencional y acostumbrado se vuelve más instructivo y placentero. El de las Ramblas, por ejemplo, en plural porque son cinco.
La Rambla de Canaletas, que recibe el nombre de la fuente a la que iban los barceloneses de los siglos XV y XVI a buscar el agua que venía de Montcada. Era el agua más apreciada de la ciudad, y la fuente se convirtió muy pronto en lugar de reunión. Un poco más abajo está la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona, en cuya fachada luce el reloj que durante muchos años marcó la hora oficial de la ciudad.
La Rambla de los Estudios, así llamada porque aquí estaban, desde el año 1533, los Estudios Generales o Universidad, hasta que Felipe V los trasladó a Cervera en el siglo XVIII. Tiene como límites la emblemática iglesia de Belén, residencia de los jesuitas hasta su expulsión en 1767, y el Palacio Moja, en el que vivió el poeta Verdaguer de 1876 a 1891, cuando su propietario era el marqués de Comillas, es decir, el tan controvertido Antonio López recientemente borrado del callejero barcelonés.
La Rambla de las Flores, porque era el único lugar de la ciudad donde, en el siglo XIX, se vendían flores, o Rambla de San José, por un antiguo convento del mismo nombre, que alberga el Palacio de la Virreina y el mercado de la Boquería.
La Rambla de los Capuchinos, en recuerdo de un convento también desaparecido, o Rambla del Centro, que tiene como principales atractivos el Liceo, el Café de la Ópera, el antiguo Banco Cerdá y el Hotel Cuatro Naciones. Y la Rambla de Santa Mónica, por la parroquia que allí se encuentra y que da ya vista al puerto.
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