Opinión

Instrucciones para bien andar

El dedo gordo es clave para permitirnos caminar / Efe
El dedo gordo es clave para permitirnos caminar / Efelarazon

Andar o caminar, da igual, los dos verbos significan lo mismo, pero mejor el primero, más sencillo y popular, porque es lo que siempre han hecho las gentes sin más medios ni recursos para ir de un lado a otro que sus pies: andar errante, se dice, andar a la buena de Dios, andar por ahí, andar de acá para allá…

Caminar es distraerse, pasear, entretener el tiempo los que no saben en qué emplearlo o pueden permitirse el lujo de pasarlo sin hacer nada, malgastándolo, matándolo… Caminan los pudientes, los ociosos, los tristes y apesadumbrados…. Pero, en cambio, no se ha visto nunca a un pobre que camine, los pobres andan y nada más, de manera que, por ejemplo, no se podría escribir nunca: El pastor camina todo el día tras el rebaño.

En fin, que mejor andar, que no exige etiqueta, y no requiere aprendizaje, ni entrenamiento, y está además al alcance de cualquier bolsillo.

Robert Walser, que practicó el arte de andar, lo expresó muy bien en esta frase de uno de sus libros más leídos, El paseo: “Es divinamente hermoso y bueno, sencillo y antiquísimo, ir a pie”.

Y soy de los que opinan que lo mejor es andar solo (mejor incluso que bien acompañado, y si a alguien le parece esto una rareza y te pregunta, respóndele lo que respondió el otro cuando se vio en la misma situación: “¿Que si voy solo? No, voy conmigo”).

Nunca tampoco se ha de tener prisa. Entre otras ventajas, porque cuanto más despacio se va, más cosas se ven.

Es asimismo muy conveniente y necesario olvidar todo lo que se lleva dentro y mirar únicamente lo que hay fuera: borrar la historia y concentrarse en la geografía, dicho sea en forma sentenciosa.

Cuando uno anda no compite con nadie; por consiguiente, no hay meta, ni trofeo, ni resultado, ni clasificación, pero sí un trago de agua fresca, y la sombra de un árbol, y la respiración del campo, y la caricia del aire, y la canción de una fuente, y los aromas de las plantas, y las conversaciones de los pájaros, y los colores de la luz, y la música del silencio; y la libertad, y el placer –nunca la necesidad– de llegar, y el gusto de descansar. ¡Conque ya se ve que es imposible atender a todo lo anterior y mantener una conversación o un acompañamiento al mismo tiempo!

Para andar se puede llevar en la mano un palo, un cayado o una vara (las de avellano son las mejores), mucho más en consonancia con el entorno que esos bastones relucientes que convierten al que los maneja en un esquiador extraterrestre.

Ah, y las mejores ideas vienen siempre a la cabeza cuando se anda, como si estuvieran aguardando a que pasáramos por delante para salir de su escondite.

O como si los caminos fueran también ellos pensadores solitarios y nos agradecieran así la compañía, cediéndonos generosamente sus pensamientos más limpios y altos.

Andar y andar y andar… Acaso sea esa la única meta, el único fin, el único destino. Andar, ir, marcharse…