Opinión

Algo no va bien

¿Las rebajas en el nivel de exigencia han llegado también a los profesores?

Diccionario ortográfico de español
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Un enunciado, el del titular, que, aunque aplicable a no pocos ámbitos del vivir cotidiano, remite, una vez más, al sistema educativo, que en los últimos tiempos salta de continuo al candelero de la actualidad, y no precisamente por razones de beneplácito o celebración. Bien al contrario, y sirvan como botón de muestra un par de noticias leídas en los periódicos de esta semana.

La primera habla de que, en el examen de las oposiciones, los aspirantes a profesores de Lengua Castellana en Andalucía podrán tener hasta nueve faltas de ortografía, con una penalización de 0,2 puntos por cada una, y solo si superan ese número se considerará el examen suspendido. ¡Nueve faltas de ortografía, los profesores de Enseñanza Secundaria, que serán los encargados de enseñar y corregir a los alumnos en esa edad tan crucial que va de los 12 a los 18 años! Desde luego unos criterios así son como mínimo lamentables, pero lo peor y más preocupante es lo que tienen de síntoma de una situación, la situación por la que atraviesa el mundo de la enseñanza, que enfila sin parar la cuesta abajo sin que nadie muestre interés por ponerle algún remedio. Lean si no, para más inri –y esta es la segunda noticia a que antes aludía–, lo que reza el enunciado de una de las pruebas de selectividad, de la Universidad de Castilla-La Mancha en este caso, en la asignatura de Física: “En una película de ficción un astronauta se haya en un planeta desconocido tras perder el rumbo en su nave. Para conocer dónde se haya dispone de una tabla de gravedad…” Es decir, que, ¡dos veces! se confunde la forma “haya”, del verbo haber, con la forma “halla”, del verbo hallar (“se halla, se encuentra”), que es la que correspondería haber escrito.

¿Es que las rebajas en la exigencia han llegado también ya a los profesores? ¿Se pretende acaso poner al profesorado al nivel de los alumnos? ¿Será esa la nueva ocurrencia de los omnipresentes pedagogos en su afán de igualar a todos por abajo? ¿Docentes y discentes, enseñantes y aprendices, educadores y educandos medidos por el mismo rasero?

Y todo esto a cuenta de la pobre ortografía, tan reverenciada antes, cuando el no tener faltas era motivo de orgullo y satisfacción, y fueron muchos en las generaciones anteriores los que, sin más escolarización que la obligatoria, y aun ni esa siquiera, se vanagloriaban de ello, y con toda la razón del mundo (el otro orgullo, no menos admirable y meritorio, era el de escribir además con buena letra: ¡la caligrafía!). La ortografía, ahora relegada cuando no olvidada en los programas educativos, como si fuera algo obsoleto, una traba, una cortapisa, una imposición que coarta la libertad expresiva del alumno, que es según parece lo primordial.

Pero la cadena ha de cortarse por algún sitio, naturalmente el de los profesores, que deben conocer y aplicar las normas ortográficas, las cuales no son un capricho sino una elemental convención asumida por todos los hablantes de una lengua.