
Historia
El día que una mala corrida de toros provocó la quema de las capillas de Barcelona y la matanza de curas a manos de los liberales
Aunque Cataluña fue, mayoritariamente, carlista, los núcleos urbanos eran más de tendencia liberal

El verano de 1835 fue testigo de un estallido de violencia sin precedentes en Cataluña, un episodio de gran convulsión social que marcó el devenir de la región. La conocida como Primera Bullanga se inscribió dentro de un contexto político y social turbulento, caracterizado por la disputa entre tradicionalistas y liberales en plena Primera Guerra Carlista (1833-1840). El detonante de esta revuelta fue, sorprendentemente, una mala corrida de toros en la plaza de la Barceloneta (así lo reivindicó la CUP hace poco, cuando defendió a los violentos de Salt), pero su origen y sus causas eran mucho más profundas y complejas.
Tradicionalistas contra liberales
La España del siglo XIX se debatía entre el Antiguo Régimen y las nuevas ideas liberales que aspiraban a instaurar un sistema afrancesado. La promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812 había sido un hito en esta lucha, aunque Fernando VII, tras su regreso al trono en 1814, reinstauró el absolutismo. Sin embargo, el germen liberal ya estaba arraigado, y Barcelona se convirtió en un epicentro de este movimiento.
Tras la muerte del rey en 1833, su hija Isabel II fue proclamada reina bajo la regencia de su madre, María Cristina de Borbón. Sin embargo, su derecho al trono fue disputado por los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto monarca, lo que desencadenó la Primera Guerra Carlista. En esta pugna, la Iglesia apoyó mayoritariamente a los carlistas, lo que la convirtió en objetivo de la ira popular en territorios de fuerte tradición liberal. Aunque Cataluña fue, mayoritariamente, carlista, los núcleos urbanos eran más de tendencia liberal.
Las bullangas: la agitación social en Cataluña
En este contexto, las bullangas fueron una serie de revueltas populares que sacudieron Barcelona y otras ciudades catalanas entre 1835 y 1843. Estas insurrecciones, protagonizadas por sectores liberales, dirigieron su furia contra las instituciones vinculadas al tradicionalismo, especialmente la nobleza y el clero. En los primeros años, estas revueltas tenían un carácter antitradicionalista, mientras que en la década de 1840 adoptaron un matiz más insurreccional dentro de las disputas entre facciones liberales.
El 22 de julio de 1835, en Reus, se desataron disturbios en respuesta al asesinato de prisioneros liberales a manos de los carlistas. Enfurecida, la población incendió dos conventos y mató a cuatro religiosos. La violencia pronto se extendió a Barcelona.
El detonante: una mala corrida de toros
El 25 de julio de 1835, una corrida de toros en la plaza de la Barceloneta resultó decepcionante para el público. Los toros mostraron una pésima condición y los toreros no estuvieron a la altura de las expectativas. El descontento del público se convirtió en furia y pronto la revuelta estalló. Los espectadores empezaron a arrojar bancos y objetos a la arena, lo que se transformó en una multitudinaria protesta que se expandió por la ciudad.
Uno de los episodios más simbólicos de aquel día fue la imagen de un toro moribundo arrastrado desde la plaza hasta las Ramblas, donde la muchedumbre comenzó a encender la chispa de la revuelta. Entre gritos contra los curas y los enemigos del liberalismo, los disturbios se tornaron en una cacería contra el clero y las instituciones religiosas.
La quema de conventos y la matanza de religiosos
Enardecidos, los amotinados incendiaron numerosos conventos y monasterios, entre ellos Santa Catalina, San José, San Francisco, San Agustín, los Trinitarios y el Carmen. En el asalto a estos edificios, al menos dieciséis eclesiásticos fueron asesinados, lo que marcó uno de los episodios de violencia anticlerical más intensos de la época.
El clero, identificado como un baluarte del tradicionalismo y aliado de los carlistas, se convirtió en el blanco de la ira popular. La violencia no se limitó a los religiosos; también se atacaron edificios gubernamentales y propiedades vinculadas a la aristocracia.
El asesinato del general Pere Nolasc de Bassa
La revuelta no se detuvo ahí. El 5 de agosto, el anuncio de la llegada del capitán general Manuel Llauder, que había estado ausente durante los disturbios, provocó una nueva oleada de violencia. En el transcurso de la agitación, el general Pere Nolasc de Bassa fue identificado entre la multitud, linchado y su cadáver fue arrastrado por la ciudad antes de ser quemado. También se derribó la estatua de Fernando VII y se saquearon edificios como el Tribunal de Rentas, la Aduana y la Corporación de San Telmo. La violencia reflejaba tanto el odio político como la tensión social entre la burguesía y la clase obrera.
Las consecuencias de la Primera Bullanga
El caos fue sofocado por las propias autoridades liberales, que temían que la violencia se descontrolara. Se estableció una Junta de Autoridades que intentó calmar los ánimos y gestionar la crisis. Sin embargo, la represión no se hizo esperar: seis personas fueron ejecutadas por su participación en los disturbios.
El impacto de la revuelta de 1835 trascendió Barcelona. La violencia se replicó en otras localidades catalanas como Tarragona, Sabadell, Mataró, Ripoll, Sant Cugat del Vallès y los monasterios de Montserrat, Poblet y Santes Creus. En total, 67 eclesiásticos fueron asesinados en toda Cataluña.
A nivel político, estos disturbios debilitaron aún más el gobierno y precipitaron cambios en el liderazgo del país. El episodio evidenció la fragilidad del Estatuto Real y el rechazo de las clases populares al tradicionalismo, acelerando el proceso de transformación hacia un régimen más constitucional.
La Primera Bullanga de 1835 fue un reflejo del profundo malestar social y político de la época. Lo que comenzó como una protesta espontánea en una plaza de toros se convirtió en un estallido de violencia anticlerical que evidenció la polarización de la sociedad española. Más allá de la brutalidad de los hechos, esta revuelta simbolizó la lucha entre el antiguo orden y las nuevas corrientes liberales que, con el tiempo, acabarían imponiéndose.
La quema de conventos y la matanza de religiosos en Barcelona no fueron solo actos de venganza popular; fueron el síntoma de una revolución en ciernes, donde las tensiones acumuladas durante décadas encontraron una vía de expresión en el fuego y la sangre. La historia de la Primera Bullanga sigue siendo un testimonio de la intensidad con la que se vivieron los cambios políticos y sociales en la España del siglo XIX.
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