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Franz Kafka, una aproximación literaria al escritor enamorado
Vegueta publica una antología con los textos románticos del imprescindible escritor checo

Franz Kafka es una obsesión y las obsesiones tienden a veces a la tergiversación de la realidad porque se impone la imagen tópica. Así que lo mejor para conocer a un escritor de la talla de Kafka es acudir a su imaginario, el que encontramos en las numerosas páginas que escribió, incluso aquellas más íntimas. Eso es lo que encontramos en un libro publicado por Vegueta Ediciones y que nos propone una antología romántica del autor de «El proceso» bajo el cuidado de Isabel Hernández y Alejandro López Lizana. El título del volumen no engaña: «Franz Kafka y el amor». De esta manera podemos saber cómo Kafka entendía el amor, algo que se plasma en relatos, fragmentos de diarios y en su correspondencia, materiales que aparecen en el volumen.
Así que no estamos ante una antología más sino que contamos con un material fascinante para adentrarnos en una personalidad compleja, como en realidad lo somos cada uno de los mortales. Porque Kafka, a quien se dibuja como un ser solitario, en realidad era todo lo contrario y, evidentemente, también fue un hombre enamorado. Sin embargo, cabe señalar que dos años antes de su prematura muerte, el autor de «América» admitía que nunca había conocido las palabras «te amo». ¿Era verdad? ¿Una exageración por su parte?
Para contestar a esta pregunta vayamos a las cartas que aparecen en el libro, las que escribió a Felice Bauer, una de las obsesiones sentimentales de Kafka. Fueron novios y ambos se conocieron a Max Brod, el responsable de la divulgación póstuma de la obra del escritor. El 20 de septiembre de 1912. Unos días más tarde, el 1 de noviembre de ese mismo año, Kafka se dirigía Felice para asegurarle que «en el fondo, mi vida ha consistido desde siempre en intentos de escribir y, la mayoría, fracasados. Pero si no escribía, entonces estaba por los suelos, digno de ser barrido. Ahora bien, desde siempre mis fuerzas han sido lamentablemente pequeñas y, aunque no lo he reconocido abiertamente, el resultado natural de esto es que he tenido que ahorrar por todas partes, privarme un poco de todo, a fin de, cosa que me parecía mi principal objetivo, conservar las fuerzas suficientes en caso de necesidad». Pero, además de sus aspiraciones literarias, Kafka aprovecha la misiva para enseñar sus sentimientos vinculándolos con su obra, recordando a Felice que «ahora mi vida se ha ampliado al pensar en usted y apenas existe un cuarto de hora en el que, estando despierto, no haya pensando en usted, y muchos cuartos de hora en los que no hago otra cosa. Pero incluso esto está en relación con lo que escribo, solo me determinan las oscilaciones de la escritura y de seguro que, en una época de agotamiento de la escritura, jamás habría tenido el valor el dirigirme a usted».
Kafka se enamoró y no tuvo ningún rubor en el momento de mostrar a Felice sus intenciones ante la hoja en blanco. Un buen ejemplo es cuando le afirma que «no estoy solo, porque creo que puedo besarte detrás de la firma».
Felice no fue la única mujer que ocupó el corazón de nuestro protagonista. Hubo algunas más, pero probablemente la más destacada sea Milena Jesenská. Fue ella la que descubrió a Kafka leyendo algunos de sus relatos, hecho que la animó a escribir al autor de «La transformación» para pedirle permiso para traducir uno de sus cuentos, el titulado «El fogonero». De esta manera empezó un importante epistolario que fue creciendo en intensidad. El 15 de junio de 1920 Kafka le aseguró que «esta mañana he vuelto a soñar contigo. Estábamos sentados uno junto al otro y tú me rechazabas, no enfadada, sino amablemente. Yo me sentía muy desdichado. No por el rechazo, sino por mí, que te trataba como a cualquier mujer silenciosa y no oía la voz que salía de tu interior y que me hablaba precisamente a mí. O tal vez sí la había oído, pero no había podido responder a ella. Me marché más desconsolado que en el primer sueño».
Habíamos empezado este artículo sobre tan interesante libro con aquella duda kafkiana sobre el «te quiero». Tal vez sea el momento de saber si, al menos, Kafka lo usó en alguno de sus textos, aunque sean privados. Acudamos a Milena, concretamente el 30 de junio de 1920 y fijémonos en el inicio de la carta que escribió ese día, un viernes, para ser más concretos: «Siempre quieres saber si te quiero, Milena, pero es una pregunta difícil. a la que no se puede responder en una carta (ni siquiera en la última carta del domingo). Si nos vemos próximamente, seguro que te lo diré (si es que no me falla la voz)».
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