Entrevista

Gabriel Lara: «Si me tatúo a Holden Cauldfield, mi alumno querrá leer a Salinger»

El educador y fanático de la lectura acaba de publicar el ensayo «Literatura a flor de piel» en Libros Cúpula

Gabriel Lara de la Casa fotografiado esta semana en la librería +Bernat de Barcelona
Gabriel Lara de la Casa fotografiado esta semana en la librería +Bernat de BarcelonaMiquel González/Shooting

Gabriel Lara de la Casa acude a la entrevista con una camiseta con la imagen de Miguel Hernández con el rayo que no cesa de David Bowie. Eso es lo que define a quien es profesor en el Institut Escola Londres de Barcelona: las letras y los tatuajes. Su devoción por la literatura le ha hecho que en su cuerpo hayan quedado fijados fragmentos de lo escrito por Valle-Inclán, Lorca o Salinger. Acaba de publicar un ensayo que es toda una declaración de principios titulado «Literatura a flor de pie», editado por Libros Cúpula.

¿Qué es un clásico?

Para mí un clásico es un libro que me abre los ojos. Soy una persona bastante despierta, pero un clásico es aquel libro que me descubre cosas que yo ni siquiera había intuido en la vida. Además, sobre todo me permite la posibilidad de que lo que yo he aprendido, pueda ponerlo en clase con los alumnos. Soy un profesor de literatura, pero de secundaria. No soy para nada especialista en la literatura. Así que la lectura me llega por pasión y por necesidad. Los clásicos me me calma. Por eso a la lectura hay que llegar vulnerable y necesitado, para que me quite la ansiedad, para que me quite la tristeza.

En su libro afirma que no lee autores muertos. ¿Es una provocación?

Sí, lo es. En realidad también leo novedades, pero casi siempre las dejo a medias. En cambio, cuando coges un clásico es otra cosa.

Por su trabajo está en contacto con jóvenes. ¿Cómo se puede hacer para animarlos a leer en una época en la que tienen tanto poder las pantallas?

Lo primero es que vean algo que te ha conmovido. El trabajo del profesor es prepararlos para la lectura, así que les tengo que motivar con la lectura me ha marcado, como si fuera su entrenador personal. Por ejemplo, si me tatúo a Holden Caulfield en un gemelo y eso les llama la atención. Hay que ponérselo fácil.

¿Es saber comunicárselo?

Sí. Otro ejemplo. Cuando veo «La casa de Bernarda Alba» lo primero que les digo es que una de las hijas se se está acostando con el novio de la hermana mayor. Esto les llama la atención. Tiene que haber algo les despierte el gusto y la curiosidad. Eso ocurre si yo también me creo también esa lecturay me ha conmovido. Intento transmitir esa conmoción, de manera que me digan: «bueno, ¿podemos leer ya? Porque es que nos estás diciendo tantas cosas y queremos saber qué ocurre». Para curiosidad ya está el Instagram, el Twitter y toda esa porquería. Yo les hago pasar por mi filtro, que no es de un academicista, ni de alguien qué les dice qué verso hay aquí o qué simbología usa Lorca. No puedo entrar por ahí, pero sí por la vida. Tienes, por ejemplo, que ponerte en la piel de unas hermanas que están encerradas en casa y preguntarte qué harías si vivieras una situación como esa. Son esas lecciones de la vida es lo que más les interesa a ellos.

¿Qué edades tienen sus alumnos?

Estoy en la etapa de secundaria: desde primero hasta cuarto de la ESO, que son desde los 12 años hasta los 16. Es la peor época para que ellos lean. La peor. Pero pasa que hay les libros que les encanta, como nos pasó con «Ahora llega el silencio» de Álvaro Colomer. Les encantó porque Colomer hace que una mujer sea la heroína, que ella sea la temida y la valiente.

¿Por qué cree que es la edad más complicada para la lectura?

Es curioso porque me encuentro a padres que me dicen que su hijo leía mucho. Claro, leía mucho, pero llega a secundaria y tiene otras tentaciones quedando la lectura en un segundo, tercer o cuarto plano. Es la época. Entre las zapatillas deportivas, entre que me siento más guapo de lo normal, entre que me fijo en esta chica, entre que hago mi primer botellón, entre que me enrollo con una tía, no sé qué... Pasa entonces que la lectura no funciona.

¿Las lecturas obligatorias en el instituto son una solución o son un problema?

Diría que es una oportunidad, aunque también puede ser una pesadilla, como nos ha pasado en tercero de ESO con «La Celestina». Sin embargo, «La Celestina» puede ser un reto para decirles que hay esta historia de amor, hay un machismo tremendo, hay los ricos y los pobres...

Si los profesores pudiesen intervenir, ¿esas lecturas obligatorias se cambiarían?

En bachillerato sí que hay, para la selectividad, dos o tres lecturas obligatorias. Eso no se puede cambiar. Pero en secundaria, como desde segundo de ESO hasta cuarto se hace historia de literatura, sí procuro escoger. Por ejemplo, en segundo, cojo «El Conde Lucanor» como época medieval, algo que les llame un poco la atención, porque ni con «Libro del Buen Amor», ni con Gonzalo de Berceo van a poder. En cambio, «El Conde Lucanor» son cuentos y si uno no te gusta podemos cambiar a otro. Es decir, podemos trabajar de alguna manera. En tercero tengo que elegir entre «Lazarillo de Tormes», «La Celestina» o «El Quijote». En cuarto, cuando hacemos el siglo XIX, puedo poner sobre todo alguien del romanticismo que les guste. En el último trimestre hacemos en el colegio que ellos escojan el libro que les dé la gana, un libro que sea directamente el gusto por la lectura.

¿Qué lecturas son las que ellos escogen?

Ellos escogen cada vez más, manga. Les gusta mucho. A ellas, en cambio, les atrae estos libros que son de literatura romántica y por los que hacen colas de dos horas para que se los firmen. Son obras que están escritos por una chavala que es una "influencer", que tiene un Instagram y que tiene dos millones de seguidores. El género se llama Romantic Fantasy, una literatura muy maniquea, sin grises, que las engancha inmediatamente.