Ciencia
Demonios de sangre y exorcismos prehistóricos
Durante la historia de la medicina muchas enfermedades fueron consideradas posesiones demoníacas, como ocurría con la epilepsia.
Los huesos nos cuentan todo tipo de historias. La forma en que se rompen y se recuperan, su aspecto y sus deformidades, todo ello nos habla de la vida de sus dueños. Así es como sabemos que ya en la prehistoria existían tumores óseos, o que los ancianos sobrevivían cuidados por su clan. Los estudios de paleopatología, que así se llaman, nos hablan con gran detalle de una época pretérita donde el cuerpo humano era un desconocido y las enfermedades mentales el maleficio de un demonio.
Ahora sabemos que el cerebro es el origen de muchas patologías que antes asociábamos a espíritus y divinidades. La esquizofrenia, el trastorno bipolar y la epilepsia son, posiblemente, los tres ejemplos más claros. Nuestros antepasados veían todo tipo de fenómenos extraños, personas que de repente desconectaban de su entorno, comenzaban a convulsionar o veían cosas que para el resto simplemente no existían. ¿Cómo no iban a pensar en un origen sobrenatural? Muchas civilizaciones complemente independientes, pensaban que sus enfermos habían sido poseídos por algún espíritu maligno y que había que sacarlos como fuera de sus cuerpos, de sus cráneos.
Trepanaciones
Ya por aquel entonces se sospechaba que la cabeza tenía relación con la cognición y claro, ¿qué mejor forma de sacar algo del cráneo que perforándolo? Así surgieron las trepanaciones. Los guanches, por ejemplo, tenían una amplia tradición trepanando enfermos, al igual que poblados palafíticos al otro lado del mundo, en Sudamérica y tantas otras culturas a lo largo y ancho del planeta. La técnica era sencilla: se retiraba parte de la piel y, una vez expuesto el hueso, empezaban a raspar el cráneo con una piedra afilada. Barrenando la superficie se iban abriendo camino hasta el interior, descubriendo las meninges, esas membranas que rodean el encéfalo.
Se trataba de una práctica brutal, muchas veces sin anestesia, sometiendo al paciente a dolor óseo, uno de los más intensos imaginables. Sin embargo, a pesar de la carnicería y de la posibilidad de que se infectara el sistema nervioso, muchos sobrevivieron. Y no se trata de especulaciones, sino de otra pista que nos dan los propios huesos. Al limar el tejido óseo este se queda liso y con los bordes rectos dando un aspecto bastante artificial. Sin embargo, si el paciente tiene la suerte de sobrevivir el hueso se recupera. Unas células llamadas osteoblastos comienzan a producir nuevo tejido óseo más rápido de lo que sus compañeras, los osteoclastos, lo destruyen. Por lo general el hueso está en un equilibrio entre la construcción y la destrucción, pero en estos casos la balanza se inclina y comienza a repararse.
En algunas ocasiones el agujero se cierra del todo, en otras no, pero en cualquiera de ellas el resultado no es una reparación perfecta, sino que los osteoblastos suelen animarse y producir más hueso. Así es como se generan cicatrices que pueden ser distinguidas a simple vista, o bajo el microscopio, al ver un tejido desorganizado contrastando con el original. De este modo, que bastantes de los huesos trepanados tuvieran los bordes engrosados e irregulares nos dice que algunos enfermos siguieron con vida tiempo después de la “operación”, al menos unos meses.
Es cierto que no todas las trepanaciones eran como hemos explicado, algunas en lugar de raspar perforaban marcando las esquinas de un polígono de hueso que se acabarían fracturando por las partes más débiles, como un troquelable. Nos hemos centrado en el raspado porque era el método menos agresivo y al que más sujetos sobrevivían, pero como ves, la técnica podía ser mucho más brutal. Puede que te cueste asumir que ocurrieran estas cosas, pero lo realmente extraño es que, a pesar de lo equivocados que estaban, a veces sí funcionaban.
Un demonio de sangre
La idea de que las enfermedades estaban producidas por demonios y espíritus perversos perduró muchísimo tiempo. En Mesopotamia, por ejemplo, llevaron esto al extremo, considerando que toda enfermedad, física o mental, se debía a una deidad maligna diferente. Lo sorprendente es que, por pura casualidad, puede que nuestros ancestros dieran con la clave de un tratamiento eficaz que usamos incluso en nuestro tiempo.
No podemos tratar un trastorno bipolar o una esquizofrenia abriendo el cráneo, pero ¿y una epilepsia? El cerebro está compuesto de células llamadas neuronas que se envían información de unas a otras utilizando electricidad y sustancias químicas. Normalmente transmiten la información ordenadamente. De un lado para otro, pero a veces se hacen un lío, como si se sembrara el caos en una discoteca llena de gente. Cuando ocurre esto las neuronas se activan con rapidez pero sin concierto, enviando información confusa a los músculos que empiezan a contraerse como pueden, convulsionando. Esto es, resumidamente, una epilepsia.
La clave para entender el éxito de algunas trepanaciones pasa por preguntarse por qué se desordena esta actividad neuronal. Aunque los motivos pueden ser varios, uno de ellos es el llamado efecto masa: que se produzca una lesión en el sistema nervioso que expanda y desplace el encéfalo, alterando también la forma de las dichosas neuronas. En ocasiones se debe a tumores, lo cual sería difícil de extraer con una trepanación, pero en otras se producen por hemorragias. Cuando nos damos un buen golpe en el cráneo, el impacto puede desgarrar algunos vasos sanguíneos. Si esto ocurra en la superficie del encéfalo se forma una cavidad llena de líquido que presiona a las neuronas, creciendo cada vez más y pudiendo convertirse en un foco de epilepsias. Las trepanaciones podrían haber resuelto algunos casos de hemorragias agudas al permitir que se expulsara la sangre acumulada. Puede que incluso creyeran que esa sustancia oscura a medio coagular era el espíritu causante del mal, reforzando sus suposiciones místicas.
Basándose en estos escasos triunfos y en argumentos espirituales carentes de toda ciencia, los exorcismos sobrevivieron a las trepanaciones. El concepto de la posesión de una entidad maligna pervivió e incluso en nuestros días se siguen realizando por todo el mundo con dramáticos resultados. En nuestro tiempo conocemos las enfermedades mentales mejor que nunca y tenemos fármacos para tratar a muchas en mayor o menor medida. No son perfectos, pero son lo menos malo que hemos descubierto y mejoran como ninguna otra cosa la calidad de vida de los pacientes. Sin embargo, algunas personas y falsos terapeutas deciden dar la espalda a estos avances de la medicina y renegar del origen biológico de algunas enfermedades psiquiátricas. Para ellos las enfermedades mentales siguen estando producidas por espíritus intangibles sobre los que la medicina moderna no tiene poder. Una negación de la ciencia y de la evidencia desde el primer mundo y que abre la puerta a antiguos demonios que creíamos haber superado.
QUE NO TE LA CUELEN:
- Las enfermedades mentales son una realidad en parte biológicas y en ningún caso producidas por espíritus ni posesiones.
REFERENCIAS:
- López Piñero, José María. Historia De La Medicina. Alba Libros, 2005.
- Porter, Roy. The Greatest Benefit To Mankind. W.W. Norton & Company, 1999.
✕
Accede a tu cuenta para comentar