Ciencia
El mundo se ha parado y los sismógrafos lo demuestran
Las medidas asociadas al control del coronavirus han provocado que detectemos mejor los terremotos desde las ciudades
No hay precedentes. Por culpa de la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, varios países del mundo han aplicado normas de auto confinamiento, que disminuyen la actividad general de las ciudades y obliga a la mayor parte de la población a quedarse en casa. De este modo, se reduce el contacto entre humanos y el virus se propaga más lentamente, haciendo que la famosa curva de contagios baje poco a poco.
Esta situación es incómoda y muchos están preocupados por las consecuencias que tendrá en nuestra economía y nuestra sociedad, pero también ha provocado algunos beneficios inesperados (aunque sean temporales). La contaminación de las ciudades se ha reducido drásticamente, y algunas de ellas como Venecia han visto limpios sus canales por primera vez en mucho tiempo.
La última sorpresa viene de la detección de terremotos. Ahora los sismólogos pueden detectar mucho mejor los terremotos desde las ciudades. Este hecho no solo permitirá detectar una actividad sísmica oculta, sino que puede ser usado para ayudar a medir el confinamiento de una manera más sutil.
La Tierra se mueve
Nuestro planeta no es tan estable y fijo como nos da a entender los mapas. Realmente la Tierra se mueve debajo de nuestros pies, arrastrando con ella a nosotros y nuestros edificios sin darnos cuenta. Según la teoría de las placas tectónicas, la corteza terrestre se divide en varias placas de tierra y algunas de ellas siguen ciclos de regeneración y destrucción en sus bordes. De este modo, están siempre en movimiento, como en una cinta de correr que empieza en un punto y acaba en el contrario.
Normalmente las placas avanzan sin problema, pero en ocasiones se atascan, generando un aumento de la fricción que bloquea el movimiento hasta que se libera de golpe, provocando una vibración de tierra que llamamos terremoto o seísmo. Normalmente este tipo de terremotos suceden cerca de las fallas, los bordes de destrucción de las placas tectónicas. Un buen ejemplo es la Falla de San Andrés, que tiene una de las probabilidades de terremoto más altas del mundo.
Cuando un terremoto se produce, la tierra se mueve de manera similar a una ola. El epicentro es el lugar donde se ha producido el corrimiento de tierra y la liberación de energía que provoca el terremoto. Desde este punto, la tierra empieza a vibrar de una manera característica que puede ser detectada por los sismógrafos segundos o minutos antes del propio terremoto.
Esos minutos previos son clave para poder avisar a tiempo a la población. Por este motivo la mayoría de países tienen una red de sismógrafos, activos las veinticuatro horas del día, y conectados con alarmas automáticas en caso de detectar una vibración asociada a un seísmo fuerte. En la página web del Instituto Geográfico Nacional se pueden visualizar en directo todos los seísmos de nuestro país. Aunque la mayoría de estos terremotos son tan leves que no llegamos a percibirlos en nuestra actividad diaria.
Pero los sismólogos tienen un problema asociado a los sismógrafos. ¿Dónde los sitúan? No podemos predecir dónde va a ocurrir un terremoto, por lo que lo ideal es distribuir sismógrafos por todo nuestro territorio de manera uniforme. De este modo daría igual donde está el epicentro que nos aseguramos recibirlo a través de algún sismógrafo. El problema es que estos sismógrafos requieren cierto mantenimiento y cobertura. No se pueden poner en mitad de un campo aislado solo porque las coordenadas vienen bien, sino que se sitúan en edificios ministeriales, museos, ayuntamientos y centros de investigación.
En el mapa se puede comprobar que existen decenas de estaciones en España, pero todas tienen algo en común: ninguna está en una ciudad grande. Madrid, Barcelona o Sevilla tienen sismógrafos en museos y centros de referencia, pero no forman parte del sistema de alertas, y es que son mucho menos precisos que los situados en otras zonas. El problema es que las ciudades ya son un terremoto por sí mismas.
El terremoto de nuestro andar
Las ciudades emiten su propio temblor. Los viajes de trenes y metros, el constante tráfico de los coches y el paseo de la gente acumulan pequeños golpes en la tierra. Si se observan uno a uno realmente son muy pequeños, pero cuando se suman la tierra acaba temblando y formando grandes vibraciones que añaden ruido a los sismógrafos situados en la ciudad.
La vibración de las ciudades satura a los sismógrafos, y hace que esos pequeños seísmos que aparecen en la página del Instituto Geográfico Nacional no puedan ser visibles en estos sismógrafos. Simplemente, la ciudad genera un terremoto mayor que estos seísmos naturales.
Curiosamente, es posible usar la actividad de estos sismógrafos para tantear la actividad de la población. El temblor de las ciudades no es constante, sino que aumenta durante el día y disminuye durante la noche mientras dormimos. Incluso los eventos deportivos importantes o los conciertos pueden alterar el resultado de los sismógrafos. Y actualmente, la mayoría de sismógrafos de ciudad se han silenciado durante nuestro confinamiento.
Varios sismólogos del mundo han declarado a través de las redes sociales la disminución de ruido de los sismógrafos situados en las universidades de ciudades importantes. En el Observatorio Real de Bélgica, el sismólogo Thomas Lecocq ha dejado en Twitter una gráfica de las últimas semanas en las que se comprueba que el ruido de Bruselas ha empezado a bajar, y justo ahora es posible detectar terremotos de una intensidad pequeña que antes eran invisibles.
Si por casualidad, un terremoto estuviera a punto de asolar una ciudad en estos días, las vibraciones sutiles que predicen la llegada del terremoto se recibirían desde la propia ciudad con una claridad nunca vista antes, lo que permitiría activar el estado de alarma antes. Sin embargo, como los sismógrafos de ciudad habitualmente no funcionan bien, no están conectados al sistema de alarma del Instituto Geográfico Nacional, ni se esperan que estén, dado lo excepcional y temporal de esta situación.
La disminución del temblor de las ciudades permite que los sismógrafos puedan tener un segundo uso: medir la disminución de nuestra actividad diaria. Cuanta menos gente se desplace por las calles, menos ruido sísmico provocamos. En este sentido, los sismógrafos pueden ser una buena medida de cómo de bien o mal se están acatando las medidas de auto confinamiento en cada cuidad. No generarían una predicción sobre un seísmo real, sino sobre aquel que provocamos con nuestro andar.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La distribución de los sismógrafos en España muestra también la probabilidad de sufrir un seísmo según los temblores registrados anteriormente. Por este motivo se sitúan especialmente en el sur de España, cerca de la falla Azores-Gibraltar, y en las Islas Canarias, de alta actividad volcánica.
- Actualmente solo somos capaces de predecir un terremoto unos minutos o segundos antes según las primeras ondas emitidas por el epicentro. Pero no podemos predecirlo con días o meses de antelación. Varios grupos están usando enfoques de inteligencia artificial para intentar saber cuándo se va a producir un terremoto, sin muchos resultados por ahora.
REFERENCIAS:
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