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Cambios climáticos

Coronavirus, cambio climático, churras y merinas

El descenso de la contaminación atmosférica en las grandes ciudades no influirá sobre el cambio climático a no ser que decidamos tomar medidas serias.

Mapa de las emisiones de dióxido de nitrógeno
Mapa de las emisiones de dióxido de nitrógenoNASA

Es posible que hayas escuchado que la contaminación atmosférica ha bajado de una forma increíble en grandes ciudades de todo el mundo. Eso es cierto. El problema está en la coletilla que suele seguir a esta afirmación, sugiriendo que el virus está ayudando a la naturaleza a regularse corrigiendo el cambio climático. Y eso, es falso.

Lo siento. Entiendo que llevamos unos cuantos días de confinamiento, y que son pocos comparados con los que nos quedan por delante. En una situación así puede ser complicado mantener el ánimo y para conseguirlo tratamos de encontrar buenas noticias, aunque sea con las cabriolas mentales más enrevesadas. Lo que no debemos hacer es forzar los datos para creer una mentira solo para que nos haga sonreír durante el resto de la cuarentena. Entre otras cosas, porque sus consecuencias podrían ser incluso peores.

Una tregua temporal

Medio mundo está paralizado. Las estrictas medidas de prevención impuestas por los gobiernos obligan a segar drásticamente la plantilla de toda empresa o institución que no sea de necesidad básica. Esto significa detener el funcionamiento de fábricas o reducir casi por completo el tráfico, dos de las principales fuentes artificiales de emisiones contaminantes. Parece intuitivo pensar que, de algún modo, la dichosa polución tendría que verse afectada por estos cambios, reduciéndose sobre todo en las ciudades que más estaban contaminando. Pues bien, eso es exactamente lo que se ha detectado durante los últimos meses y los datos son incuestionables. Puede que el mejor ejemplo lo den los famosos mapas que comparan la contaminación de Hubei del 1 de enero de 2020 con la medida un mes después.

Concentración media de dióxido de nitrógeno en la troposfera de Wuhan del 1 de enero al 10 de febrero de 2019 y 2020
Concentración media de dióxido de nitrógeno en la troposfera de Wuhan del 1 de enero al 10 de febrero de 2019 y 2020NASADominio Público

El descenso de dióxido de nitrógeno que revelan estas mediciones es increíble. Se trata de una bajada muchísimo más rápida que la experimentada durante la recesión de 2008 y muchísimo más extensa que aquella de la que se vanagloriaba Beijín durante sus Juegos Olímpicos.

Y la gran noticia es que China no está sola en esta tendencia. Nosotros, más tarde o más temprano, hemos tenido a bien seguir sus pasos. En lo que llevamos de confinamiento, España ha reducido los niveles de dióxido de nitrógeno de su atmósfera en un 64% de media. Esto es: Entre el 10 y el 20 de marzo, el aire de nuestro país redujo los niveles de uno de los principales gases contaminantes a un tercio de lo habitual. Así lo afirma el Centro de Tecnologías Físicas de la Universitat Politècnica de València (UPV). Ciudades como Barcelona han descendido sus niveles de esta sustancia en un 83% mientras que Málaga y Zaragoza, rozan el 50%.

Otros países, como es el caso de Italia, muestran un descenso similar, y sin duda esto es una buena noticia, pero ¿cómo de buena? No faltan comentarios en las redes, afirmando que este descenso evitará las muertes producidas por las enfermedades respiratorias relacionadas con la contaminación. Por desgracia, el cuerpo humano no funciona así, y no puede recuperarse en un par de meses de una afrenta mantenida durante décadas.

Una carrera de fondo

La contaminación atmosférica se ha visto relacionada con numerosas enfermedades, desde afecciones pulmonares hasta procesos cancerígenos. Sin embargo, su efecto no es instantáneo. Se debe a lesiones que se van acumulando con el tiempo, acrecentándose hasta desarrollar una enfermedad pulmonar obstructiva crónica o un cáncer. Se trata de daños llamados “estocásticos” o dicho de forma menos fina, probabilísticos. Comprar un boleto de lotería no te asegura ganar, pero cuantos más compres más posibilidades acumulas para llevarte el premio. Siguiendo esta analogía, los boletos comprados ya los tienes, y seguirán contigo aunque dejes de comprarlos durante algún tiempo. En resumen: no cambiará gran cosa de la salud poblacional a no ser que, efectivamente, tomemos medidas para que la reducción de estos gases se prolongue en el tiempo. Y más o menos lo mismo ocurre con el cambio climático.

Desde la revolución industrial hemos estado emitiendo a la atmósfera unas cantidades increíbles de sustancias, alterando su composición y contribuyendo poco a poco al calentamiento global. Y esto no es especulación, sino un proceso complejo que se ha constatado de innumerables maneras. Tanto con estudios retrospectivos de la temperatura hasta análisis de columnas de hielo de la Antártida, testigos que han capturado entre sus moléculas de agua el aire de otros siglos. Si hacemos bien los cálculos y no nos dejamos llevar por sesgos, veremos que la temperatura del globo ha ido en aumento y que nuestras emisiones son algo inaudito en la historia de la Tierra. Es cierto que los cambios en el clima son naturales, pero este está acelerado por la acción humana y sigue un ritmo sin precedentes al que muchas formas de vida no podrán adaptarse. Los fenómenos meteorológicos extremos que ya estamos viviendo, la desaparición de grandes caladeros de pesca, sus severos daños a la agricultura y los futuros éxodos masivos hacia el interior de los continentes están poniendo a la humanidad en un aprieto y los climatólogos no tienen dudas al respecto.

Es normal que nos preocupemos ante un panorama así, pero ¿qué pueden hacer tres meses de respiro frente a dos siglos de excesos? Hablamos de un proceso que tiene su propia inercia. Los grados que ya hemos subido han fundido parte de los hielos que antes perduraban todo el año, y al oscurecerse la superficie terrestre (dicho de forma simplificada), se retiene una mayor cantidad de la radiación solar, lo cual significa más calor y todavía menos hielo. Se trata de uno de los muchos ciclos rertroalimentados en los que estamos metidos y a los que un parón de tres meses no podrá hacer frente. Por otro lado, hay que precisar que “emisiones contaminantes” no es lo mismo que “emisiones de efecto invernadero”, aunque en muchas ocasiones vayan de la mano por ser liberadas conjuntamente por el uso de combustibles fósiles.

Las reducciones de dióxido de nitrógeno han sido increíbles, pero no juega un papel relevante en el calentamiento global, como sí hace el dióxido de carbono. En cuanto a este último, es cierto que se ha reducido a las tres cuartas partes en China, pero no será suficiente para marcar una diferencia a medio plazo. Se trata de una maratón, no de los 100 metros lisos. Los cálculos apuntan a que, para que exista un efecto claro en las concentraciones mundiales de dióxido de carbono, las emisiones tienen que bajar un 10% durante un año entero. En este caso, la aportación de china apenas cubre el 6% durante 3 meses. Es más, sabemos que en algún momento el confinamiento se terminará y los expertos sospechan que podría ocurrir un efecto rebote.

El efecto rebote

Mucha gente ha tenido que cancelar viajes, eventos o proyectos personales por culpa del coronavirus. Sin embargo, todos esos planes no se han esfumado, se han aplazado. Es posible que incluso, hayan nacido planes nuevos, a fin de cuentas, es tentador pensar “en cuanto la cuarentena termine, me iré de vacaciones”. Es algo que no han pensado solo una o dos personas y que podría significar un aumento notable en el número de vuelos, que resultan tener una huella de carbono altísima. Es posible también que las industrias se vean obligadas a recuperar la producción y que aumente la demanda de todos esos productos que se nos han antojado durante el encierro. Nadie sabe si llegaremos a esta situación, pero es una posibilidad nada desdeñable, tanto o más probable que el que consigamos mantener las emisiones por debajo de lo que estaban hasta ahora.

El verdadero cambio no es el que ya hemos dado, es el que puede estar por llegar. La reducción de la contaminación y de los gases de efectos invernadero que estamos experimentando nos recuerda que es posible frenar el desastre, pero para ello hemos de tomar medidas. Por suerte, mucha gente está empezando a concienciarse. Algunos han empezado a observar la fauna a través de su ventana y registrar el comportamiento de las aves de su barrio. Otros comparten ojipláticos noticias hablando de los transparentes canales de Venecia o sobre jabalíes, cabras y ciervos que se pasean por a las calles de ciudades españolas, como Barcelona.

Precisamente por eso, porque el cambio llegará y los pequeños logros son motivadores, es importante compartir las buenas noticias, pero las reales. Sin ir más lejos, el descenso de la contaminación atmosférica sí podría tener un impacto en la meteorología, concretamente en la lluvia ácida.

Menos ácida que nunca

Normalmente medimos la acidez con la escala del pH. Los valores cercanos al 1 son ácidos, y los próximos al 14 son los básicos, como la lejía. Entre uno y otro está la neutralidad, ni ácido ni básico, representado por el 7. La lluvia, de forma natural, suele ser un poco ácida, con un pH algo menor que 6. A fin de cuentas, el dióxido de carbono emitido por procesos naturales, como el vulcanismo, contribuye a acidificar la lluvia. El problema es cuando a estos fenómenos les añadimos nuestra propia producción de dióxido de carbono, pero, sobre todo, de óxidos de nitrógeno y de dióxido de azufre. Por culpa de estos últimos, la lluvia puede alcanzar la acidez del vinagre (pH de 3,4) en lugares como Guiyang, China.

Cuando estos gases ascienden, reaccionan con el agua de la atmósfera formando ácido nítrico y ácido sulfúrico que, con la lluvia, se precipitan sobre la tierra. Puede que nos sorprenda no ver cultivos quemados por el ácido o no sentir escozor cuando nos cae una gota de lluvia en la cara, pero tampoco la sentimos si la gota es de vinagre. El problema es más sutil y profundo que eso. Muchos procesos cruciales para los seres vivos tienen problemas para desarrollarse en medios ácidos. Por otro lado, metales pesados que normalmente se encuentran en la tierra se vuelven solubles en un pH bajo, facilitando que las plantas los incorporen a sus tejidos y “bloqueando” el lugar que deberían de ocupar metales esenciales para su funcionamiento. Así que sí, la lluvia ácida reduce la producción de las plantaciones o la capacidad de un bosque para recuperarse tras un incendio, incluso, daña los edificios de nuestras ciudades, pero el verdadero cambio ocurre en los ríos y los lagos.

Diagrama mostrando cómo gases como el dióxido de nitrógeno (NO2) y otros contaminantes ascienden para precipitar como residuos secos o como ácidos con la lluvia. En el caso de los depósitos secos, al humedecerse con la lluvia también acaban acidificando el terreno, aunque no produciendo la lluvia ácida.
Diagrama mostrando cómo gases como el dióxido de nitrógeno (NO2) y otros contaminantes ascienden para precipitar como residuos secos o como ácidos con la lluvia. En el caso de los depósitos secos, al humedecerse con la lluvia también acaban acidificando el terreno, aunque no produciendo la lluvia ácida.NHSavage

La lluvia ácida ha alterado el pH de muchos ecosistemas acuáticos terrestres, afectando gravemente a peces y a organismos con corazas o valvas hechas de carbonato de calcio, como almejas o cangrejos. Si alguna vez has metido un huevo en vinagre durante varios días habrás visto que su acidez es suficiente para disolver la cáscara dejando el resto intacto. Algo similar ocurre en los ecosistemas acidificados. Se estima que un lago está “muerto” cuando su pH es menor de 4, pero la mayoría de las especies de peces no pueden sobrevivir a un pH menor de 5 y a poco que disminuya del 6,5 normal ciertas especies de peces comienzan a presentar malformaciones en su esqueleto.

Probablemente el descanso de la industria no sea suficiente como para devolver a los lagos su pH, pero es posible que veamos sus efectos positivos en la tierra. Por supuesto, esto no hace menos terrible todo aquello por lo que estamos pasando y nada compensará los miles de muertes que el virus ha ocasionado hasta la fecha. Sin embargo, tampoco podemos dar la espalda a otro de los mayores problemas de la humanidad. Hemos de tener claro que lo que hemos hecho no llega. No es suficiente. Pero ahora que es más visible que nunca, tenemos que decidir. Podemos aprender de la experiencia o fingir que nuestra buena acción compensa los siglos de excesos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Las medidas tomadas durante la epidemia de coronavirus no cambiarán el clima. Principalmente porque el clima es una tendencia del tiempo atmosférico que medimos a lo largo de varias décadas. Tres meses no tienen gran peso en él.
  • El calentamiento global es una realidad que ha sido avalada por numerosos estudios científicos de distintos ámbitos. No existe duda sobre su existencia entre aquellos que se dedican a estudiar el clima. Esto es una evidencia científica y no una cuestión ideológica o política.

REFERENCIAS: