Psicología

Eres un farsante y lo sabes: el fenómeno del impostor

El fenómeno del impostor consiste en sentir que uno no merece sus éxitos y que antes o después el resto de las personas se darán cuenta de ello.

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“Si estás donde estás es por suerte, no por tus habilidades o tus méritos. Han confiado en ti más de lo que mereces y es cuestión de tiempo que alguien se de cuenta de ello, de que no das la talla y que, sinceramente, ni siquiera sabes qué estás haciendo.”

Lo más probable es que tu cabeza te haya dicho algo parecido al menos una vez. Y quien dice al menos una vez dice la mitad de las noches, cuando apagas la luz y te quedas a solas con la oscuridad y tus pensamientos. Lo sé porque no eres la única persona en el mundo a quien le pasa, y no lo digo porque a mi también me ocurra, sino que parece haberle pasado a un 70% de la población mundial. Su nombre es “fenómeno del impostor” y no se restringe solo a lo profesional, sino que podemos sentirnos no merecedores de nuestros amigos o nuestra pareja.

No eres tú, es tu cerebro

Al menos tenemos buenas noticias, porque su altísima prevalencia ha permitido que sea estudiado arrojando conclusiones tranquilizadoras: posiblemente todo esté en tu cabeza. Concretamente en tu cerebro, intentando adivinar qué sucede en el de otras personas y fracasando en el empeño. La teoría de la mente plantea que no todos los organismos son capaces de asumir que en sus congéneres se esconde una mente como la suya, pero independiente. Esto nos permite atribuir pensamientos o intenciones a otras personas con más o menos tino. Por ejemplo, a muchos animales les cuesta asumir qué saben otros indivíduos.

Imaginemos que a un niño suficientemente pequeño le enseñamos una serie de viñetas dibujadas. En la primera hay dos personas en una habitación. En la siguiente una de esas dos personas abandona la sala y en la tercera viñeta, la que queda esconde en algún sitio unos caramelos. En una cuarta y última viñeta los dos muñecotes vuelven a estar en la sala y será hora de preguntarle al niño dónde cree que buscará los caramelos el que ha estado ausente. Posiblemente la respuesta sea directa y contundente, señalando el lugar donde están escondidos. De algún modo, el niño asume que si uno de los dos personajes sabe dónde están los caramelos, el otro también lo sabrá, aunque no haya visto realmente la jugada.

Se trata de un caso extremo, pero tomando conciencia de que esta atribución que hacemos del mundo interior de otros seres pensantes no siempre funciona a la perfección, es de esperar que cometamos errores de menor calibre. Sin duda, sabremos que el que se fue de la habitación no tendrá ni idea de buscar los caramelos, pero podemos fallar en cosas más sutiles, por ejemplo: cómo se percibe la gente. Por lo general, si no nos sentimos merecedores de un éxito es porque nos comparamos con los demás. Hay gente más lista, más atractiva, con más labia, que trabaja más duro y ellos lo saben. La paradoja está en que, posiblemente, ellos tengan las mismas dudas que tú y sientan que les cueste ver sus verdaderas virtudes. Atribuirán el éxito de los demás a la valía, pero el suyo a la suerte. Esa brecha que establecemos entre nosotros y otras personas es uno de los factores que nos empujan al fenómeno del impostor.

El ciclo del impostor

Posiblemente ya lo sepas, al menos de forma intuitiva, pero todo empieza mucho antes del reconocimiento por el trabajo hecho. Cuando nos encomiendan algo que nos pone a prueba es fácil que nos entre la duda y cierta ansiedad. Como no estamos seguros de nuestras capacidades hay dos cosas que (mayormente) pueden ocurrir.

Por un lado, es posible que vayamos aplazando la tarea porque no nos sentimos preparados y nos preocupa confirmar nuestros temores. La otra cara de la moneda está en darlo absolutamente todo, trabajando muy por encima de lo necesario para cumplir lo que se espera de nosotros. Pero el fenómeno del impostor es como la banca, nunca pierde, así que hagas lo que hagas tendrás una excusa para quitarte todo el mérito. Si a pesar de postergar tu trabajo has conseguido cierto reconocimiento, es posible que lo atribuyas a un puro golpe de suerte, lo cual te permite conciliar las felicitaciones con tu pobre percepción personal. Por otro lado, si realmente te has esforzado para superar tus supuestas limitaciones, es fácil pensar que todo el éxito viene de ese montón de horas que (según tu sesgo) nadie más le ha dedicado. Sea como fuere, encontrarás una excusa para sentirte mal.

La necesidad de destacar en lo que haces, la excesiva autocrítica, el perfeccionismo, el miedo al fracaso e incluso el creer que otras personas no tienen suficiente criterio como para fiarte de sus halagos, son factores que acrecentan el fenómeno. Podríamos pensar que, al menos, es algo temporal. Que solo es cuestión de que los que sufren este fenómeno reciban suficientes reconocimientos y éxitos para que acaben por creérselo, pero no. Cuantos más halagos se reciben más fácil es sentir que uno no da la talla, que no está a la altura del ser idealizado que otros ven. Si toda tu vida has escuchado que eres “brillante”, “inteligente”, “eficiente”, no solo notas la presión de mantener ese listón, sino que el listón en sí se vuelve tan perfecto y puro que es imposible de alcanzar.

No obstante, hay otro factor determinante que parece incluso más relevante que los nombrados hasta ahora: pertenecer a un colectivo discriminado.

Le pasa a todas las personas, pero a algunas más que a otras

Teniendo en cuenta la gran importancia que tienen nuestras experiencias en cómo percibimos nuestras habilidades, es poco sorprendente que haya más problemas de autoestima y por lo tanto más fenómeno del impostor entre los colectivos más discriminados. De hecho, el fenómeno fue descrito en mujeres en 1978. Durante un tiempo se pensó que era casi exclusivo de mujeres “exitosas”. El motivo era que apenas ningún hombre reconocía sentirse un impostor de vez en cuando, al menos no verbalmente, porque cuando empezaron a usarse encuestas anonimizadas la cosa cambió. De repente resultó que el fenómeno del impostor tenía mucha más prevalencia de la esperada en varones y personas de todas las clases sociales, solo que su “masculinidad” no les permitía reconocerlo a viva voz.

La buena noticia es que una sociedad más inclusiva, así como la psicoterapia, pueden ayudar a calmar o al menos gestionar este desagradable fenómeno. Tal vez parezca algo difícil de alcanzar, sobre todo si tú, que estás leyendo esto, estás pasando ahora por un periodo duro. Pero no te preocupes, porque hay un mensaje final, un dato que ha demostrado ser bastante relevante para controlar estas “crisis” del fenómeno del impostor. Como hemos dicho, no importa cuánto consigas, no importa cuánto demuestres, eso no pondrá fin al sentimiento de no merecer los triunfos, precisamente por eso, intenta pensar en una figura que admires, alguien cuya valía creas que va más allá de toda duda.

Posiblemente esa persona haya experimentado los mismos sentimientos que tú. De hecho, no son pocos los héroes intelectuales que han reconocido vivir el fenómeno de impostor. Dos ejemplos clásicos son la exitosa escritora afroamericana Maya Angelou y el reconocido escritor Neil Gaiman. Así que sí, hay más como tú, y tal vez, si habláramos con más apertura de nuestras propias inseguridades, interiorizaríamos que somos tan impostores como cualquier otro, ni más ni menos.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Puede que te haya extrañado leer “fenómeno del impostor” en lugar del término más popularizado de “síndrome del impostor”. Ambos son correctos, pero dado que no es un síndrome propiamente dicho y que no está recogido en los principales manuales de diagnóstico “fenómeno” es un término más preciso.
  • Aunque parece darse con más frecuencia en mujeres, colectivos racializados y la comunidad LGTBIQ+, es muy probable que casi todo el mundo haya experimentado este fenómeno al menos una vez.

REFERENCIAS: