Ciencia

Se han descubierto nuevas neuronas encargadas de medir el paso del tiempo

La percepción del tiempo no depende de una única estructura cerebral y parecen haberse encontrado nuevas neuronas capaces de medirlo.

Durante toda la vida hemos hablado de cinco sentidos, pero ¿y si te dijera que hay un sexto? Y un séptimo, y un octavo si me apuras. Olfato, tacto, gusto, vista y oído son solo los sentidos que el bueno de Aristóteles pudo reconocer, pero desde entonces las cosas han cambiado mucho. Gracias a la neurociencia y la fisiología hemos confirmado las sospechas de algunos psicólogos de la percepción: efectivamente, tenemos mucho más que los cinco sentidos aristotélicos.

No obstante, no nos estamos refiriendo a ver fantasmas ni a percepción extrasensorial o alguna superchería de ese corte. Hablamos de otros sentidos más prosaicos, como el sentido del equilibrio o el de saber qué postura ocupan tus miembros en cada momento unos respecto a otros, la propiocepción. El cerebro no consigue información del mundo por ciencia infusa, necesita una forma de recibir datos del mundo y estructuras neuronales específicas capaces de procesarla. Por eso podemos asegurar que la propiorcepción y el equilibrio son sentidos con el mismo derecho que la visión o el tacto. Pero eso nos lleva a una pregunta mucho más espinosa, porque posiblemente todos estemos de acuerdo en que experimentamos una especie de sensación del paso del tiempo. Así que ¿tenemos un sentido del tiempo?

Espacio, tiempo y ratones

Hace ya tiempo que encontramos neuronas especializadas en detectar el espacio en el cerebro de los ratones. Y no hablamos de que el cerebro pueda recordar escenarios gracias a haber memorizado su aspecto o su olor, eso ya lo sabíamos. Hablamos de neuronas que, automáticamente, se disparan en función de la ubicación que tenemos en una habitación, como las neuronas de posición, o las células de red. Gracias a ellas podemos localizarnos en el espacio y son indispensables para navegar por él con un mínimo de sentido.

Y si te estás preguntando qué tendrá que ver esto con el tiempo, la respuesta es que la forma tan conceptual en la que ambas procesan la información guarda ciertos paralelismos que nos ayudan a entender mejor las neuronas de tiempo si antes pensamos en las de espacio. No tiene nada que ver con el concepto físico de espacio-tiempo. El caso es que estas neuronas espaciales se encuentran mayormente en el hipocampo y en la corteza entorrinal medial, estructuras que se encuentran en la base del cerebro. Pues bien, a su lado, en la corteza entorrinal lateral, se encuentran las neuronas de tiempo, que parecen responder a la duración de determinados procesos.

Corte sagital del cerebro mostrando en amarillo la corteza entorrinal
Corte sagital del cerebro mostrando en amarillo la corteza entorrinalHenry Gray's Gray's AnatomyCreative Commons

Hace tan solo unos pocos años que sabemos que estas células existen, o lo que es más preciso: hace apenas unos años desde que empezamos a estar relativamente seguros de su existencia. Porque claro, siendo un descubrimiento tan revolucionario, reciente y no habiendo dado tiempo a acumular demasiada evidencia, hemos de ser cautos con lo que afirmamos. Sea como fuere, la forma en que estas neuronas se activan ante determinados estímulos relacionados con el tiempo no es la única pista de su naturaleza.

Otro punto clave para estas afirmaciones es la plausibilidad teórica. Y la verdad es que la hipótesis de las neuronas de tiempo resulta científicamente creíble, por decirlo así. Incluso parecen tener una ubicación bastante predecible, al ser vecinas de las neuronas de espacio. De este modo, su ubicación les permite una fácil conexión con el hipocampo, que sabemos que es clave para recordar rutas y navegar por el espacio, posiblemente, nutriéndose de una combinación de la información espacial de la corteza entorrinal medial, y temporal de la corteza entorrinal lateral. Relacionándolas no solo podríamos saber dónde o cuándo estamos, sino dónde nos encontramos en cada momento, una correlación necesaria para reconstruir rutas que hemos seguido en el pasado.

Aclarado esto, es ahora cuando viene un nuevo giro de la historia, porque las neuronas a las que nos referimos en el titular no son estas. El motivo es que existe más de una estructura cerebral dedicada a la percepción del tiempo.

No todo el tiempo es igual

Puede que esta deslocalización de la percepción del tiempo nos suene rara, pero si estudiamos el resto de los sentidos en función de qué estructuras nerviosas los procesan, veremos que tampoco supone una diferencia. Puede que asociemos popularmente el resto de los sentidos a un único órgano, como los ojos para la vista, la nariz para el olfato, etc. Sin embargo, las neuronas encargadas de procesar la visión, aunque están mayormente en el lóbulo occipital, bajo nuestra nuca, también se reparten en otros lóbulos e incluso en el tronco del encéfalo. Todo depende del tipo de información visual que estemos procesando.

En el caso del tiempo pasa algo parecido. Las neuronas de tiempo de la corteza entorrinal lateral tienen su función. Pero junto con ellas, sabemos que hay otras estructuras, como el núcleo supraquiasmático, que responde a los cambios de luminosidad regulando los ciclos circadianos que nos dan la percepción del paso regular de los días, de la alternancia entre día y noche.

Pues bien, un reciente estudio ha aportado nuevas evidencias sobre la participación de una estructura diferente: el giro supramarginal. La importancia de esto no se queda solo en reforzar la idea de que la percepción del tiempo es algo distribuido por todo nuestro cerebro. Los investigadores han buscado algo más y han descubierto que, cuando las neuronas de esta estructura se fatigan, parecen sesgar nuestra percepción del tiempo.

Lo que hicieron los investigadores fue someter a una serie de estímulos a un grupo de sujetos. Estos consistían en un círculo gris que parecía y desaparecía a intervalos de tiempo regulares hasta treinta veces. La repetición de un estímulo suele causar que el cerebro asuma temporalmente sus características como lo normal, lo estándar, utilizándolo como regla para medir el mundo. En este caso, si ese estímulo mostrado para generar adaptación, permanecía en pantalla por intervalos de tiempo más largos que los del objeto mostrado a continuación, los sujetos tendían a infravalorar la duración del último estímulo.

Por la contra, si los intervalos durante los que se mostraba el círculo gris menos que el estímulo final, el sujeto solía sobreestimarlo. Es más, esta adaptación se correlaciona normalmente con una disminución de la actividad en las neuronas implicadas, lo cual se puede ver en el estudio. Al parecer, los sujetos que muestran un mayor descenso en la actividad de su giro supramarginal durante los estímulos de adaptación tienden a estar más sesgados en su evaluación del estímulo final.

Si esto se confirma en futuros estudios, es posible que se haya encontrado el correlato neuronal que hay tras una ilusión temporal. Sería la primera vez que se hila con tanta finura la percepción del tiempo con las estructuras implicadas. Así que, sintiéndolo mucho, es hora de abandonar los famosos sentidos Aristotélicos para abrazar una realidad mucho más compleja y apasionante, donde el tiempo puede ser abordado no solo por la filosofía y la física, sino por la neurociencia.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • La ciencia afina su conocimiento constantemente, en especial el más reciente. Su solidez sueñe estar sujeta a que otros investigadores consigan, o bien replicar sus resultados, o bien demostrar que las conclusiones extraíbles de ese conocimiento son ciertas. En este caso falta mucho por avanzar, sobre todo por la dificultad que tiene asegurar que están midiendo algo tan difícil de aislar de los estímulos como es el tiempo.

REFERENCIAS (MLA):