Terremotos
¿Qué está pasando en Granada?
La placa tectónica de Europa se aleja de la de América y, al mismo tiempo, se acerca a la africana, fricción que está causando los seísmos en la Península
Casi podría utilizarse como una metáfora de la actualidad política y económica. América y Europa se están separando al tiempo que África y Europa se acercan. Y en ese movimiento de placas tectónicas (porque, obviamente, estamos hablando de geología), la Tierra tiembla. A los expertos en sismología que vivan en Granada es posible que el enjambre de terremotos que está quitando el sueño a los andaluces esta semana les haya pillado leyendo el estudio publicado ayer por geólogos de la Universidad de Southampton con un título espectacular: «El continente americano se está separando de Europa y de África. El océano Atlántico es cada vez más ancho». El estudio demuestra que el aporte de material del manto terrestre a través de la llamada dorsal mesoatlántica, una cresta geológica que recorre como una cicatriz el fondo del océano, está empujando las costas de ambos continentes a razón de cuatro centímetros al año. Por otro lado, desde hace tiempo se sabe que las placas sobre las que se asientan África y Europa se están aproximando cerca de 4 milímetros cada año. El primer movimiento no parece estar relacionado con los terremotos de Granada. El segundo, sí.
Acumulación de energía
La península Ibérica es un territorio sismológicamente activo. No nos encontramos en el cinturón de zonas de mayor riesgo del mundo, pero la probabilidad de que suframos terremotos de una determinada magnitud es más alta que en el resto de Europa. En cierta manera (vuelve la tentación de realizar metáforas políticas), geológicamente España no es Europa. La sucesión de varios centenares de seísmos de magnitud hasta 4,4 que se viene produciendo en la cuenca granadina está relacionado con las fricciones que producen en su acercamiento continuo las placas euroasiática y africana, las dos grandes piezas del puzle de la litosfera terrestre que precisamente entran en contacto en una frontera imaginaria que pasa por el mar de Alborán, rodea el sur de la península y se escapa hacia el centro del Atlántico por el norte de África. En esa línea de contacto se acumula toda la energía provocada por el roce de ambas placas. El choque entre estructuras de este tipo puede provocar dos fenómenos. En el peor de los casos, una placa puede introducirse por debajo de otra (subducir) y generar desplazamientos que conducen a rupturas violentas de fallas. Es lo que ocurre en los lugares del globo donde suceden los terremotos más graves. En España no está pasando eso. Más bien se experimenta una suave acumulación de fricciones. La energía que genera periódicamente se ve liberada en seísmos de menor tamaño, pero muy repetidos en un tiempo corto. Para los geólogos, la recurrencia de estos movimientos en Granada es una buena noticia: «Es mejor liberar energía en pequeñas y continuadas dosis que liberarla en un gran temblor catastrófico».
No siempre será así. Dentro de unos 50 millones de años, la placa europea se habrá montado sobre la africana a la altura del Mediterráneo. De hecho, el mar desaparecerá como tal dejando paso a una cordillera donde la actividad sísmica será mucho más grande. Aprovecharemos lo que nos queda hasta entonces para agradecer que, de momento, los terremotos granadinos sean de magnitudes menores. Como declaró Mercedes Feriche, responsable del Instituto Andaluz de Geofísica, «la serie actual de terremotos en Granada se inició en 2018. Ahora estamos viviendo un repunte que puede durar más tiempo». De hecho, recuerda en su forma y magnitudes a otro enjambre de seísmos que sufrió la zona en 1979 y que duró de abril a junio. La sismología no es como la meteorología. No tiene instrumentos para poder predecir lo que va a ocurrir. Un terremoto, en esencia, puede suceder en cualquier momento y en cualquier lugar. En este sentido, es imposible saber cuándo volverá a temblar Granada. Pero sí podemos aventurar la magnitud probable de una sacudida futura.
Estudios recientes liderados por el Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra mediante análisis geodésicos y rastreo de los fondos marinos sugieren que esta zona de España no parece correr riesgo muy elevado de padecer seísmos de magnitudes superiores a 6. Pero no hay que olvidar que en el pasado, el sur de España y Portugal han sido víctimas de movimientos superiores, como el Terremoto de Dúrcal (Granada) de 1954 con una magnitud de 7,8. En España la actividad sísmica también viene condicionada por la peculiaridad geológica de la península de estar ligeramente separa de la placa europea. Hace 120 millones de años Iberia era parte de una microplaca separada de la gran placa euroasiática. Con el tiempo, nos hemos ido uniendo al continente por el punto de conexión que suponen los Pirineos. Hace 30 millones de años se produjo la fusión de ambas estructuras, pero la «costura» resultante es muy débil. En realidad, aunque España y Portugal se mueven conjuntamente con el resto de Europa, lo hacemos sometidos a tensiones sismogénicas generadas por infinidad de fallas, fruto del origen diferencial de Iberia. Otra vez, la metáfora de la política.
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