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¿Podríamos evolucionar para resistir el cambio climático? Otros animales ya lo están haciéndolo

Algunos animales podrían estar evolucionando más rápido de lo que esperábamos, adaptándose a las altas temperaturas ¿lo haremos nosotros también?

Imagen tomada con una cámara térmica que muestra a un equipo especial trasladando vacunas Pfizer en una caja con criogénica, este miércoles en el sur de Seúl. EFE/ Yonhap
Imagen tomada con una cámara térmica que muestra a un equipo especial trasladando vacunas Pfizer en una caja con criogénica, este miércoles en el sur de Seúl. EFE/ YonhapYONHAPEFE

Siempre nos han dicho que la evolución permite que los organismos se adapten a los cambios de su medio y, sin embargo, es escuchar cambio climático y temer por la fauna de los polos, los bancos de peces y, por supuesto, por nosotros mismos. Si solo tenemos en cuenta esto es lógico pensar que el cambio climático no supone un problema tan grande, pues, a fin de cuentas, ya se adaptarán las especies que lo necesiten. Podemos llegar a pensar, incluso, que nos adaptaremos nosotros mismos. Entonces, ¿cuál es el problema?

Pues que, por muy bonita que suene esta alternativa, la evolución actúa con suma lentitud y gradualmente. Su velocidad de reacción no es suficiente para adaptarse a un cambio climático tan rápido como el que estamos viviendo. Así solía darse respuesta a la duda que encabeza este artículo, el problema es que acaba de ser publicada una investigación que parece revolver las aguas. En resumen, se han observado y medido cambios importantes en la anatomía de algunas aves y mamíferos que podrían deberse a adaptaciones contra el cambio climático obtenidas mediante evolución. ¿Es posible que la evolución sea más rápida de lo que pensábamos?

¿Rápido y natural?

Para ser precisos, sabemos que las especies pueden cambiar muy rápido. Y, de hecho, lo hemos hecho para transformar a algunas especies a nuestra voluntad, generando nuevas razas de perro o mutando levaduras en los laboratorios. No obstante, esto tiene truco, porque no hablamos de selección natural, como la que mueve la evolución, sino artificial, dirigida por nosotros para extremar la supervivencia de unos pocos individuos realmente alineados con lo que esperamos.

Es más, cierto es que en los laboratorios puede forzarse la evolución de determinados microorganismos, pero eso se debe a que sus generaciones se suceden en cuestión de minutos y lo que para nosotros son miles de años, en cierto sentido, para ellos son apenas unos meses. También es verdad que si seleccionamos nosotros los individuos que nos interesan, podemos ver cambios en unas pocas décadas, como sucede con las razas de perros o con los zorros domesticados de Dimitri K. Belyaev, pero en este caso hablamos de selección natural, no artificial, como se hace en la agricultura o la ganadería.

En la naturaleza no sucede así, a trompicones. El motivo está claro: para que la evolución tenga lugar hace falta la selección natural, esto es: que de cada generación dejan más descendencia los individuos más adaptados al entorno y/o al cortejo. Si la altura es una ventaja, tenderán a triunfar los individuos más altos, teniendo a su vez descendientes altos de entre los cuales, prosperarán los que lo sean más. Así es como se repite el ciclo, por lo que cada generación acumularía diminutos cambios solo perceptibles pasados miles o millones de años, y claro, nuestra longevidad no es suficiente como para que veamos cómo cambia una especie ante nuestros ojos, o casi…

Cuestión de extremos

Un estudio recientemente publicado en la revista científica Trends in Ecology & Evolution ha medido con precisión una serie de cambios que han tenido lugar en menos de dos siglos. Estos parecen adaptaciones al cambio climático y, aunque algunos lo hayan planteado así, no se opone a nuestro actual conocimiento de los procesos de evolución. Como hemos dicho, una presión externa que ponga en riesgo la supervivencia de una especie hará que, posiblemente, se extreme la diferencia de éxito reproductivo entre sus individuos. Los menos aptos no solo no se reproducirán tanto, sino que tal vez no vivirán lo suficiente para reproducirse, dejando el camino despejado para los supervivientes, mucho más preparados para el nuevo reto que afecta a su comunidad. El notable aumento de las temperaturas en muchas partes del globo parece estar surtiendo este efecto acelerador, ejerciendo una enorme presión selectiva sobre algunas especies.

Las preguntas importantes para entender cómo se compatibiliza esto con todo lo dicho hasta ahora son dos: Por un lado, cabe preguntarse qué tipo de cambios son los que han medido estos científicos, y por otro, si estos son suficientemente rápidos.

Más largo

Tal vez, el ejemplo de cambio más llamativo reportado hasta el momento sea el aumento del tamaño de los picos de varias especies de loros australianos. Desde 1871 estos han aumentado entre un 4 y un 10%. Es más, su crecimiento se correlaciona con el aumento anual de temperaturas. En el caso de los mamíferos, los investigadores han medido alteraciones en varias especies: los ratones de campo muestran un incremento en el largor de sus colas y las musarañas comunes han sufrido el mismo cambio, tanto en la cola, como en sus patas.

En segundo lugar, debemos abordar la otra pregunta, por incómoda que sea. ¿Es este cambio lo suficientemente rápido? Todo apunta a que no, el aumento en la longitud de sus extremidades o el cambio en la forma de sus picos les ayuda a aumentar su superficie corporal en relación con su volumen, haciendo que pierdan calor con más eficacia y, así, eviten sobrecalentarse tanto con el aumento medio de temperatura de sus ecosistemas. Sin embargo, este cambio no es la panacea, solo uno de los más sencillos y, por lo tanto, fáciles de ver en unas décadas. El cambio climático producirá escasez de alimentos para muchas de estas especies, algo para lo que no parece plausible que se adapten en un tiempo razonable. Así pues, es importante distinguir que estén evolucionando como adaptación al aumento de la temperatura respecto a que esto pueda resolver sus problemas, porque no lo hará.

¿Y si no fuera el cambio climático?

Por supuesto, podríamos dudar acerca del origen de estos cambios, cuestionando que realmente se deban al cambio climático. De hecho, esa duda es tan necesaria que ha sido planteada por los propios investigadores. Desde su perspectiva, tras analizar la lista de cambios y la distribución geográfica de las especies implicadas, parece difícil imaginar qué otro cambio puede estar empujando su evolución simultáneamente en lugares tan dispares del globo.

Reuniendo ahora todas las piezas, queda claro que la respuesta al titular del artículo es un claro “no”. No es esperable que los humanos nos adaptemos para resistir al cambio climático. En nuestro caso, la asistencia sanitaria y las condiciones de vida relativamente amables en las que vivimos comparadas con a la cruda naturaleza, ralentizan la posible variación de nuestra especie y, hasta donde sabemos, nuestra anatomía no ha cambiado perceptiblemente en algo más de 100.000 años. Por supuesto, podemos dejar volar la imaginación y pensar en futuribles humanos de grandes orejas con las que disipar calor como los elefantes, colas vestigiales que reaparecen desde lo más remoto de nuestra genealogía, cuerpos espigados, cuellos largos, grandes cabezas y manos como zarpas. El esperpento está servido, porque en realidad las adaptaciones de las que hablamos serían mucho más modestas y precisarían mucho más que unas pocas décadas.

Pero es que, incluso si lo hiciéramos y mitigáramos algo el calor, por un lado, no podríamos adaptarnos a tiempo y por otro, muchas de las peores consecuencias no pueden enfrentarse desde la evolución, sino desde la cultura concretamente los cambios sociales, políticos y las nuevas tecnologías. Porque el cambio climático es un problema de todos que precisa un abordaje multidisciplinar que, en ningún caso, se reduce tan solo a la biología.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • A pesar de que la evolución funciona de una manera gradual, acumulando pequeños cambios, como hemos dicho, existen hipótesis acerca de que, en ocasiones, pueden tener lugar cambios más bruscos entre dos generaciones. Se conoce como saltacionismo o equilibrios puntuados y podrían deberse a que cambios genéticos mínimos pueden asociar grandes consecuencias en el organismo: la aparición o desaparición de un rasgo, la completa alteración de su estructura, etc. No obstante, esto no ha de confundirse con que la evolución tenga una direccionalidad o que tienda a mejorar. La evolución es ciega, prueba aleatoriamente hasta que algo sea data mejor a unas condiciones concretas. No sobrevive el más fuerte ni el más evolucionado, sino el que más adaptado esté para el entorno particular en el que esté viviendo en cada momento.

REFERENCIAS (MLA):