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La vida en el universo podría ser más frecuente de lo que pensábamos

Un nuevo estudio apunta que la mayoría de los sistemas planetarios en formación ya cuentan con moléculas complejas necesarias para la aparición de lo biótico

Instantánea de Uchuu que muestra la distribución a gran escala de la materia del universo
Instantánea de Uchuu que muestra la distribución a gran escala de la materia del universoIAA/CSICIAA/CSIC

Cuando hablamos de vida fuera de nuestro planeta solemos encontrar dos posturas sumamente marcadas. Por un lado, están quienes empiezan a hablar sobre «grieses», anunakis y otros seres de ficción, llegados desde los confines del espacio para bendecirnos o utilizarnos, según qué vídeos hayan gusaneado su mente. Por otro, podemos encontrar a un grupo de personas que se agarra a un escepticismo radical con la misma determinación que quien abraza una tabla en medio de un naufragio. Sin embargo, la aproximación que hacen los propios científicos es bastante diferente, situándose en un punto intermedio donde, si bien no abrazan ninguna fantasía narrativa, tampoco se acomodan en la duda absoluta, pues algo sí que podemos intuir.

Agua, carbono y necesidad

El gran problema a la hora de estudiar la posible vida fuera de la Tierra es que tenemos la suerte y la desgracia de (solo) conocer la nuestra, billones de seres vivos cuyos antepasados nacieron y murieron siempre en el mismo planeta. Esto nos da muy poca variedad y podemos confundir lo casual con lo que necesariamente ha de asociarse a cualquier forma de vida. ¿Es el agua un disolvente indispensable o tan solo es que nuestro primer antepasado surgió en un planeta acuoso? ¿La biología surge siempre a partir de la química del carbono o en un planeta con otros elementos pueden aparecer alternativas viables?

Todas las formas de vida que conocemos necesitan agua y carbono, pero, ¿es por necesidad o porque solo tenemos una única muestra de vida? Todos los ejemplares que conocemos son descendientes de una tímida forma de vida que surgió hace más o menos 3.500 millones años. Sin embargo, hay formas de sobreponerse y llegar a algunas conclusiones acerca de la vida en el universo. De hecho, un estudio reciente acaba de suponer un pequeño avance al respecto, refrendando la idea de que la vida podría ser mucho más ubicua de lo que pensábamos hasta ahora.

Por un lado, no hemos de olvidar que a lo largo de los siglos de civilización que arrastramos hemos desarrollado un conocimiento teórico bastante potente acerca de cómo funciona el mundo. A partir de él podemos hacer algunas deducciones más o menos humildes. Gracias a ellas no nos hace falta encontrar vida en 20 planetas para saber que no es realista imaginar vida con base de argón, un gas noble demasiado «pasivo» para establecer la columna vertebral de una bioquímica. No obstante, en este caso el estudio llevado a cabo por la Universidad de Leeds y el Centro de Astrofísica de Harvard-Smithsonian han abordado el problema de una forma práctica, observando, no vida, sino química prebiótica.

Aunque todavía no hemos descubierto otros ejemplos, sí podemos estudiar momentos previos a la posible aparición de vida observando la química de otros planetas. Concretamente, discos protoplanetarios, esas estructuras aplanadas que rodean a las estrellas jóvenes y a partir de los cuales se «condensan» los planetas.

Imaginemos que pudiéramos demostrar que la mayoría de ellos se forman poseyendo ya una buena cantidad de las moléculas a partir de las cuales surge la química orgánica que hace posible la vida (o, al menos, la que conocemos). Incluso desde una perspectiva bastante conservadora podríamos asumir que esto hace de la vida extraterrestre algo más probable de lo que era antes, ya sea en la humilde forma de un ser unicelular o como organismos complejos.

Para hacer esto, los investigadores han empleado el complejo de radiotelescopios ALMA, formados por 60 antenas que, combinadas, permiten estudiar la composición de lugares remotos del cosmos. Para hacernos una idea, la luz que se ve rebotada en un objeto es parcialmente absorbida por este y según qué elementos lo compongan absorberá algunos «colores» muy concretos o, dicho de forma más precisa, longitudes de onda del espectro electromagnético que compone la luz, visible y no visible. Al ver qué le falta a la luz que nos llega de zonas lejanas podemos deducir qué elementos están presentes en el lugar de donde esta viene.

Estrellas jóvenes

Al emplear esta técnica, los científicos han podido estudiar la composición de algunos discos protoplanetarios lejanos. Para ello han localizado estrellas jóvenes, cuya composición también es indicadora de su edad y, analizando su luz, han elegido unas cuantas que estudiar en mayor profundidad. A su alrededor se encuentran grandes nubes de polvo, gas y escombros que orbitan, chocando entre sí y agregándose en cuerpos mayores que, en algunos casos, acabarán teniendo el tamaño, la forma y las condiciones para ser considerados planetas.

De los cinco discos protoplanetarios, cuatro mostraron concentraciones significativas de las tres moléculas complejas que estaban buscando: cianoacetileno, acetonitrilo y ciclopropenilidene. Esto no solo nos habla de la presencia de estas moléculas, que parecen hallarse entre 10 y 100 veces más presentes de lo que se suponía hasta ahora, sino que nos hace sospechar que moléculas incluso más complejas y fundamentales para la vida podrían ser igualmente ubicuas. Puede que en los próximos años las ciencias nos den aún más mimbres con los que construir una opinión firme acerca de la vida extraterrestre.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Ahora mismo no tenemos resolución suficiente como para estudiar en detalle la composición de pequeñas regiones del disco protoplanetario y en muchos casos, la ubicación de los planetoides ha de ser inferida por la turbulencia del propio disco. Una solución podría venir de la mano del telescopio espacial James Webb.

REFERENCIAS (MLA):