Historia

Explosiones nucleares para mejorar la economía: El loco plan soviético

Durante la segunda mitad del siglo XX la URSS y EE. UU. decidieron explorar los usos pacíficos de las bombas nucleares, pero aquello no salió del todo bien

Operarios durante el descenso de la bomba nuclear del pozo de Uzbekistán, en 1966
Operarios durante el descenso de la bomba nuclear del pozo de Uzbekistán, en 1966AnónimoCreative Commons

A mediados del siglo pasado Estados Unidos se planteó hacer un nuevo canal de Suez, pero en lugar de usar excavadoras su plan era detonar 520 bombas nucleares. Tras leer algo así, lo que nuestro cuerpo del siglo XXI nos pide es indagar en los hechos en busca de alguna justificación, pero esto es lo que hay: bombas nucleares en lugar de palas. ¿Qué podría salir mal? Lo que sí puede ayudarnos a comprender la decisión es saber que no se trató de un caso aislado. De hecho, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética estaban dedicando bastantes esfuerzos a encontrar usos no bélicos de las bombas nucleares. Puede que rápidamente nos venga a la mente la energía nuclear, pero no se trataba de eso. La energía nuclear ya estaba en marcha desde 1954, con la primera central de fisión (Óbninsk); un reactor no tiene nada que ver con una bomba y eran estas últimas las que querían usar para impulsar la economía del país.

El nombre del proyecto soviético dejaba más que claro lo que pretendían, o al menos lo que mediáticamente querían pretender: Explosiones Nucleares para la Economía Mundial. Los Estados Unidos, por su parte, bautizaron a su iniciativa como Plowshare, que significa arado, haciendo alusión a los usos que pretendían darle para modificar el terreno. Durante los años que duró el proyecto soviético detonaron casi 250 bombas nucleares y sus potenciales aplicaciones fueron creciendo a medida que aumentaban las explosiones. Se hablaba de la posibilidad de producir energía detonando bombas nucleares en el subsuelo, sus aplicaciones médicas a pequeñísima escala, su uso para estudiar la geología de un terreno como si de una ecografía sísmica se tratara, incluso se llegaron a usar para cambiar el curso de ríos, perforar la tierra en busca de gas y crear lagos. Sin embargo, hay una historia especialmente rocambolesca que tiene que ver con un incendio de casi 3 años de duración.

La energía nuclear, tu mejor amiga

Estaba claro que la masacre de Hiroshima y Nagasaki había dividido a la población. La energía nuclear había mostrado su cara más horrenda y llevaba el estigma de todo aquello. La Guerra Fría necesitaba el apoyo popular y el miedo a la destrucción mutua asegurada no era suficiente para convencerla. Si Estados Unidos y la Unión Soviética tenían que invertir grandísimas sumas en llenar sus silos misilísticos con armas nucleares, más les valía tener al pueblo de su lado y, una buena manera, era darle una limpieza de cara a las bombas. Qué mejor forma de hacerlo que encontrando nuevos usos para la tecnología. Si triunfaban en su propósito las bombas nucleares dejarían de ser asociadas inmediata e inevitablemente a la destrucción, pasarían de ser vistas como el nadir de la civilización a entenderse como una de las puntas de lanza más prometedoras de nuestra tecnología.

Fue en este contexto en el que empezaron a florecer las aplicaciones absolutamente innecesarias que, si bien podían funcionar, no eran ni tan rentables ni tan seguras como otras. Sin embargo, hubo algunas aplicaciones más justificadas que, si no hubiera sido por la fiebre, tal vez no se le hubieran ocurrido a nadie. Ese último fue el caso del pozo de gas natural de Uzbekistán. Cuando uno se dedica a horadar el suelo en busca de bolsas de gases inflamables, no es de extrañar que alguna explote o entre en combustión. De hecho, conocemos numerosos casos así en Asia Central, la mayoría explotados por la Unión Soviética con más ansia que cuidado. En el caso de este pozo de Uzbekistán, había tenido lugar una fuga que llevaba ardiendo casi tres años. La cantidad de gas que escapaba por ella era descomunal, equivalente al necesario para abastecer a una ciudad como San Petersburgo. Cada día se perdían 12 millones de metros cúbicos y eso suponía una llamarada de varios metros de altura.

Bomberos nucleares

¿Cómo poner fin a un incendio como ese? Por supuesto, con una bomba nuclear. Ni agua, ni sustancias químicas, ni siquiera con una bomba de las “clásicas”, que difícilmente sería capaz de colapsar los muchos kilómetros de profundidad que tenía el pozo. Porque, aunque suene un poco a combatir el fuego con fuego, el uso de un explosivo tenía cierto sentido. Un incendio así no puede dejarse por oxígeno, porque ya hay otro gas cumpliendo su función, pero sí puede confinarse bajo tierra y que arda allí, lejos de la superficie. Para conseguirlo, los ingenieros tenían que cerrar el pozo, pero para superar la enorme presión de la cámara y que el pozo no volviera a abrirse solo, hacía falta un “tapón” realmente resistente.

Una explosión cualquiera, posiblemente, habría cerrado temporalmente las paredes del pozo, por lo que hacía falta subir la escala con una bomba nuclear. El plan era tan sencillo de contar como complejo de operar. Los ingenieros necesitarían crear un pozo secundario que profundizara diagonalmente en la tierra, acercándose al que querían cerrar. Allí es donde alojarían la bomba nuclear, bien profunda, para rápidamente cubrirla con toneladas de hormigón. Si todo salía según lo planeado, la explosión deformaría el terreno, empujando tierra contra las paredes del pozo y estrangulándolo, como si nos apretaran la garganta con una mano. Con suerte ese derrumbe sería suficiente y, efectivamente, así lo fue. El incendio que llevaba activo 33 meses se detuvo en menos de un minuto. De hecho, todo esto puede verse EN VÍDEO.

La prueba fue tan exitosa que alimentó la fiebre e inspiró alguna propuesta como la de enterrar residuos nucleares en pozos y sellarlos detonando una bomba. Por suerte, ahora todo esto nos parece una majadería. En parte porque estamos condicionados por las tragedias históricas relacionadas con las bombas nucleares, pero sobre todo porque conocemos bastante bien los efectos de la radiación ionizante en nuestra salud. La lluvia nuclear levantada por estos “experimentos” de las dos superpotencias contaminó campos y acuíferos, afectando posiblemente a la salud de algunas personas que se vieron expuestas a dosis muy superiores a las recomendadas, porque es más difícil de lo que creemos confinar las consecuencias de una explosión así, incluso aunque tenga lugar en los lugares más remotos del planeta.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Aunque es más fácil ver el error desde la distancia que nos dan los años, ya en su momento hubo fortísimos detractores de estas iniciativas. Algunos expertos alertaron acerca de los posibles peligros, así como del ridículo coste de estas operaciones comparado con otras soluciones más baratas y eficientes.

REFERENCIAS (MLA):