Neurociencia

¿De qué se ríen las ratas y por qué tenemos cosquillas?

No es lo mismo un chiste que una cosquilla, y las ratas lo saben

Rata haciendo boggling (ojos que salen de sus órbitas de forma pulsátil), lo cual está relacionado con la masticación y un estado de relajación.
Rata haciendo boggling (ojos que salen de sus órbitas de forma pulsátil), lo cual está relacionado con la masticación y un estado de relajación.L0nd0ner Creative Commons

¿De dónde vienen los chistes? Isaac Asimov escribió un cuento corto sobre ellos, piezas humorísticas que siempre repetimos, pero que rara vez creamos. De hecho, en su cuento, como parte de su amor por la ficción, sugirió la locura de que estos chistes (aparentemente creados por nadie) podrían haber sido diseñados por una inteligencia alienígena. Lo cierto es que sí conocemos personas capaces de crear un chiste e incluso mecanismos por los cuales el chiste acaba surgiendo y afinándose prácticamente solo, como una anécdota magnificada o pasada por el tamiz de los recursos narrativos. La verdadera incógnita no son tanto los chistes, como la risa en sí misma. Todavía no sabemos exactamente qué ventaja nos proporciona y a medida que la estudiamos el número de preguntas que se ramifican de ella se vuelven incontables.

El gran problema de estos temas es que rara vez podemos aislarlos. La risa, por ejemplo, puede desencadenarse ante una situación jocosa, pero también a algo tan poco gracioso como son las cosquillas. ¿Qué fue antes? Podríamos decir que la carcajada tiene una función social, para transmitir emociones y crear vínculos. Puede que incluso para transmitir tranquilidad. Evidentemente, hay cabos sueltos, como la risa nerviosa, que complican estas explicaciones, pero el verdadero problema es que parecen respuestas poco específicas. Decir que tiene un propósito social cuando suele aparecer en actividades sociales es una buena apuesta, pero no una especialmente arriesgada ni clarificadora. Puede que, entonces, para comprenderlo de manera correcta, necesitemos profundizar un poco más en esta muñeca rusa de preguntas y así tratar de entender qué son las cosquillas. Entre otras cosas, porque no solo nos llevará a preguntarnos de qué nos reímos nosotros, sino de qué se ríen las ratas.

No todas las cosquillas

A pesar de que, para nosotros, popularmente, todas las cosquillas son iguales, hace tiempo que la psicología identificó dos tipos muy diferentes. Aunque nunca hayamos reparado en ello, estaremos de acuerdo con que no es lo mismo el cosquilleo que sentimos cuando algo nos roza el cuello que el provocado cuando alguien nos pellizca los costados, justo a la altura de la última costilla. La primera produce un picor suave y nos la podemos producir a nosotros mismos. La segunda, en cambio, se asocia a una sensación desagradable, casi dolorosa y solo nos la puede desencadenar otra persona. Esa es la diferencia que más llamó la atención de Stanlley Hall y Arthur Allin cuando bautizaron estos dos tipos de cosquillas como knismesis y gargalesis respectivamente. Por lo que fuera, su nomenclatura jamás llegó a cuajar en el lenguaje popular.

Ahora sabemos que aquella división había dado con algo fundamentalmente diferente entre las dos cosquillas, ya no porque las experimentáramos de manera distinta, sino porque se basaban en mecanismos corporales independientes. Siendo algo más precisos: la knismesis y su cosquilleo implicaba mayormente a receptores de nuestra piel encargados de percibir el tacto fino (epicrítico), aquel que es muy sutil, como un roce. Mientras tanto, la gargalesis se relaciona más con receptores del tacto grueso (vías protopáticas) capaces de detectar la presión e incluso de desencadenar cierto grado de dolor. Por eso es sencillo provocar un cosquilleo en el cuello o en el anverso del antebrazo, pero si queremos despertar unas carcajadas tenemos que recurrir a zonas como axilas o pies, donde hay más receptores capaces de estimular la gargalesis que la knismesis. Aunque claro, eso también significa que rara vez encontraremos una cosquilla pura que solo despierte uno de esos dos fenómenos.

Lo que nos hace humanos

Ahora bien, estaremos de acuerdo con que un cosquilleo no suele producirnos la carcajada que sí tiene lugar con la gargalesis. Y, dado que no se había detectado nada parecido a una risa por cosquillas en el reino animal (salvo en algunos simios) durante mucho tiempo hemos pensado que era única de nosotros y otros primates. Sabíamos que la knismesis sí estaba presente en otros animales como ratas, elefantes o caballos. Estos últimos, por ejemplo, experimentan un reflejo por el cual, ante el cosquilleo, su piel se contrae en una oleada que espanta a las posibles moscas que hubiera sobre ellos. Este tipo de observaciones, recogidas desde tiempos de Aristóteles, fueron las que llevaron a asumir que las cosquillas “suaves”, por decirlo así, eran un mecanismo de alerta frente a pequeños artrópodos potencialmente peligrosos para nuestra salud. Así lo propuso Darwin y así se sigue proponiendo en algunos artículos científicos.

Sin embargo, algunos estudios desde 2016 sugieren que, tal vez, la gargalesis no sea exclusiva de los primates, sino que también está presente en las ratas, solo que su carcajada es imperceptible para nuestro oído. De hecho, hay registros de esta risa “ratil” y eso hace zozobrar lo que creíamos saber. Aunque no teníamos una cifra precisa, se sugería que la knismesis podía estar entre nuestros antepasados desde hace 80 millones de años, cuando eran pequeños mamíferos entre dinosaurios. Ahora toca replantearnos lo que sabemos y preguntarnos cuándo pudo surgir la gargalesis.

Pero, si hablamos de especulaciones, una de las hipótesis más interesantes plantea que, tal vez, la gargalesis y la risa que producen sea un mecanismo que nos empuja a buscar interacción social y mostrar nuestro agrado. Sabemos también que, si estimulamos eléctricamente las zonas del cerebro que reciben los estímulos sensitivos de esos receptores de las cosquillas, la risa de las ratas aparece de nuevo. Tal vez (y esto habrá que verlo en futuros estudios), el humor sea una manera alternativa de estimular estas zonas, como un atajo inesperado dentro del amasijo de conexiones que es nuestro cerebro.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Está claro que no podemos saber (al menos por ahora) lo que experimenta otro ser vivo ante las cosquillas. De hecho, ni siquiera podemos estar seguros de que los seres humanos experimentemos lo mismo, para cuánto menos que otras especies sientan algo subjetivamente parecido a nuestras cosquillas. Sin embargo, todo apunta a que el fenómeno debe ser suficientemente similar como para poder compararlo.

REFERENCIAS (MLA):