Cerebro

Los motivos por los que tenemos pesadillas

¿Tienen alguna función evolutiva? ¿O acaso son una casualidad que tenemos que sufrir?

El clásico de Tim Burton «Pesadilla antes de la Navidad»
El clásico de Tim Burton «Pesadilla antes de la Navidad»larazon

El mundo siempre ha estado lleno de peligros. En su momento lo eran las fieras salvajes y, ahora, lo son los atracadores, las multas o las rupturas. Situaciones que nos generan estrés incluso antes de producirse. Aunque, por extraño que parezca, hay un lugar donde vive la mayor variedad de temores imaginables y, paradójicamente, es más seguro que cualquier calle en pleno día: los sueños. Allí no importa que algo carezca de sentido, todo es plausible y pone a nuestra disposición un banquete de horrores. Fantasmas, hombres lobo, familiares fallecidos que vuelven de la tumba para inflamar nuestras emociones… Las pesadillas no tienen límites y, casi todos las hemos sufrido en algún que otro momento. Pero ¿de dónde vienen? ¿Acaso tienen algún valor oculto? ¿O son solo producto de la mala fortuna?

Si le preguntamos a los artistas encontraremos respuestas preciosas y evocadoras, llenas de alusiones a lo que nos hace humanos. Si interrogamos a los científicos obtendremos algunas ideas claras, pero austeras, sobre el mecanismo que hay tras las pesadillas. Y, si le preguntamos a un psicoanalista, tendremos respuestas con la rigurosidad de la poesía y la sobriedad de las ciencias. Porque, a pesar de lo que la cultura popular nos ha transmitido, el psicoanálisis no es una buena herramienta para acercarse al estudio de los sueños. La interpretación de los sueños ha sido muy atractiva para el público genera. Quién no ha hojeado un diccionario de sueños o consultado en internet el significado de sus pesadillas. Sin embargo… lo estamos enfocando mal. Para comprenderlas tenemos que olvidar todo eso y empezar por el principio.

Manifiéstate, inconsciente

El psicoanálisis ha logrado permear hasta lo más profundo de la sociedad y algunos de sus suposiciones sin fundamento ya son de dominio público. Por ejemplo, es posible que hayas escuchado que, los sueños (y las pesadillas, por lo tanto), son manifestaciones de nuestro inconsciente, una manera en que nuestro cerebro se enfrenta a aquello que nos preocupa, incluso cuando no nos damos cuenta de ello. Esta idea, basada en conceptos del psicoanálisis, no cuenta con el aval científico, en primer lugar, porque no hay tal cosa como una mente inconsciente que se preocupa por nosotros y obra por su cuenta mediante indirectas y mensajes cuasi-oraculares. En segundo lugar, porque estamos intentando simplificar demasiado algo que apenas comprendemos.

Otro mito popularizado por el psicoanálisis (aunque muy anterior al propio Freud), fue el de la interpretación de los sueños. Antes la llamaban oniromancia y se fundamentaba en la idea de que los sueños eran mensajes más o menos precisos que podíamos interpretar para conocer el futuro, a veces de forma muy estandarizada. Las versiones más modernas han abandonado los presagios para contentarse con interpretaciones banales de la personalidad. Por ejemplo: soñar que se te caen los dientes podría ser indicativo de una pérdida personal. Puede parecer sutil, pero todas estas interpretaciones se equivocan en la intencionalidad que atribuyen a los sueños, asumiendo por lo general que son mensajes que están ahí para ser analizados.

Un matiz importante

Antes que nada, posiblemente convenga dejar claro algo: los sueños son manifestaciones de nuestra actividad cerebral, no de una parte inaccesible de nuestra personalidad. Nos despojamos así de una capa de poesía que, en el mejor de los casos, podía llevar a equívoco. En segundo lugar, debemos aceptar que sí, el contenido de sueños está relacionado con nuestro estado anímico. La diferencia es que, en este caso, la relación es mucho más aséptica. Cuando nuestro cerebro está privado de estímulos, como ocurre en las fases más profundas del sueño, su actividad cambia, y al “encenderse” algunas partes de él, evocamos recuerdos y información con la que fabulamos, creando historias, tratando de narrar de algún modo la ensalada de conceptos que surgen en nuestra mente. Y, evidentemente, cuando algo nos preocupa, el estrés se manifiesta en todo nuestro cuerpo, integrándose también en los sueños.

Una posible explicación de esta relación es que, cuando estamos inquietos por algo, nuestro cerebro lo percibe, sabe que nuestros músculos están en tensión, por ejemplo, y esto refuerza la sensación. Podríamos decir que tiñe el cristal con el que vemos las cosas y, del mismo modo que eso afecta a nuestra vigilia, puede afectar al desarrollo de nuestros sueños y la aparición de pesadillas. Y, si nos preguntamos qué relación puede haber entre el contenido de nuestros sueños y el motivo de nuestra preocupación, hay otra hipótesis bastante plausible que, posiblemente, saciará parte de nuestra curiosidad.

Durante el día dedicamos bastante tiempo a pensar en aquello que despierta emociones intensas en nosotros: el fallecimiento reciente de un familiar, un problema laboral, una ruptura que todavía está fresca. Cuanto más evocamos un recuerdo y aquello que lo rodea, más se refuerzan en nuestro cerebro las estructuras que lo albergan, facilitando que otros estímulos futuros vuelvan a evocarlo, como si fuera un círculo vicioso. No es extraño, por lo tanto, que los protagonistas de nuestras pesadillas sean los mismos personajes que actúan en nuestras preocupaciones durante el día. En algunos casos, puede que solo coincidan algunos conceptos y que prevalezca la emoción de fondo, pero como vemos, la perspectiva de diferente a lo que solemos imaginar: no son mensajes, sino consecuencias secundarias más o menos relacionadas. Así de complejo y, sin embargo, así de mundano.

¿Y todo esto para qué?

Todo esto nos lleva a preguntarnos a cuento de qué tenemos que sufrir pesadillas. Porque algo es seguro, no somos los únicos que las padecemos. Algunos animales, como los perros, viven experiencias similares. Y, aunque la respuesta no está del todo clara, sí existen algunas posibles explicaciones al origen de los sueños que podrían arrojar luz sobre el tema. Una de las explicaciones, por ejemplo, plantea que (como ya hemos sugerido), el cerebro, privado de sensaciones, empieza a “alucinar” sin ningún propósito. De hecho, existen algunos estudios con inteligencias artificiales donde se observa una actividad parecida que no cumple ninguna función, simplemente ocurre. Desde esta perspectiva los sueños serían una pura casualidad.

Otra explicación plantea que los sueños nos permiten enfrentarnos a problemas de la vida real antes de que ocurran, recreando escenarios y enfrentándonos a situaciones complejas. Podríamos decir que, de ese modo, aprendemos por anticipado. O, tal vez, como sugieren otras hipótesis, sirven para generalizar las experiencias que vivimos durante el día, variándolas para que entendamos cómo podemos actuar ante situaciones parecidas, pero no idénticas. Nadie dice que sea un sistema de aprendizaje perfecto, por supuesto, pero son hipótesis interesantes que, de hecho, no tienen por qué ser excluyentes. Pudieron surgir por casualidad, como surge todo en la evolución y, posteriormente, dar ventaja a quienes soñaran porque podían aprender, generalizar y anticiparse gracias a ellos. Si esto fuera cierto podríamos imaginar las pesadillas como un cuchillo: una herramienta tremendamente útil que, en ocasiones, puede traernos más problemas que beneficios. Así que sí, es normal que las pesadillas se vuelvan más frecuentes en periodos de estrés, pero puede que no sean tanto una cura como un síntoma más.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Sabemos que dormir nos aporta grandes beneficios que van desde la reparación de tejidos lesionados durante el día hasta la fijación de memorias. No obstante, el sueño como algo consciente, como una historia que vivimos mientras dormimos, es algo ligeramente diferente. ¿Aporta beneficios extras al sueño? Porque, sin duda, sabemos que podemos aprender mientras dormimos y hemos detectado cómo los ratones, mientras duermen, repasan mentalmente los laberintos que recorren durante el día. La cuestión es si parte de ese aprendizaje depende de que seamos conscientes de esa actividad cerebral o si, por el contrario, podría ser puramente mecánica y la conciencia, el sueño en sí mismo, es algo que formamos a posteriori y que no aporta gran cosa al aprendizaje.

REFERENCIAS (MLA):