
Conducta
La batalla por el dominio del tiempo: ¿quién se aburre más un boomer o un millenial?
Hay un abismo generacional y esto cambia nuestra concepción del trabajo y el entretenimiento.

Por primera vez en la historia nos preguntamos qué hacemos con nuestro tiempo, a qué prestamos atención y por qué nos aburrimos. Libros y estudios universitarios nos orientan en este asunto. Un último ejemplo: ayer mismo, en Caixaforum de Madrid, Josefa Ros, la presidenta de la Sociedad del Aburrimiento, y otros expertos, debatieron en un acto organizado por Fomento del Trabajo.
Vamos a pararnos en un solo aspecto: la edad. En los lugares de trabajo conviven cuatro o cinco, generaciones. Allí se mezclan los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964), la generación X (entre 1965 y 1980), los archiconocidos millennials (1981 a 2000) y la generación Z, quienes tienen un máximo de 23 años. Todos ellos se han criado en entornos globales diferentes y con padres y madres con costumbres propias de su generación.
Por ejemplo, un recién graduado universitario, que empezó su primer trabajo durante la pandemia y está acostumbrado a trabajar a distancia, valora mucho el trabajo flexible y comunicarse digitalmente. Por otro lado, alguien que entró en la fuerza laboral en 2008, durante la crisis económica global, podría valorar la seguridad laboral y la rutina, y preferir trabajar en un horario predecible de nueve a cinco, cinco días a la semana. Los baby boomers, por otro lado, se caracterizan por una fidelidad a su trabajo y no ven un conflicto en quedarse más horas en la oficina… por el bien común.
Todo esto condiciona cómo nos comportamos en el trabajo y en nuestro tiempo libre. De acuerdo con una encuesta del Ministerio de Trabajo de Estados Unidos, la generación Z pasa unas cinco horas en actividades vinculadas al ocio. Y es el promedio global. En el extremo de más horas de ocio están los boomers, con más de 7 horas y quienes menos tiempo dedican al esparcimiento, son los millennials y la generación X: 4 horas.
Los boomers también son quienes más tiempo pasan leyendo y, con el paso de las generaciones, el tiempo usado en la lectura se reduce. Justamente lo opuesto de lo que ocurre con las redes sociales: la generación Z pasa casi el doble de tiempo en redes que sus abuelos boomers.
Lectura y redes sociales
Tanto el tiempo de lectura como el de redes sociales determinan nuestra salud emocional. Un equipo de científicos de la Universidad de Stanford y la Universidad de Minnesota demostraron que quienes experimentaban algo en directo (en este caso ver una cascada de 20 metros) sentían que el tiempo pasaba mucho más lento y recordaban más detalles, que aquellos que durante el mismo lapso observaron un vídeo con gafas de realidad virtual, recorriendo cascadas de cientos de metros de altura.
Y lo mismo sucedía con los libros: leer les obligaba a prestar atención al momento, a entablar un diálogo con ellos mismos, en contraposición a las redes sociales, en las cuales «el contenido se consumía en lugar de comprendía», según los autores.
En el lapso de las cuatro mencionadas generaciones se han producido los mayores avances de la historia: hemos pasado de maravillarnos con los vuelos intercontinentales a llegar a Marte, de las llamadas telefónicas a las videollamadas. Hemos realizado trasplantes de cara, descifrado el ADN y creado mapas del universo. En el pasado los tiempos marcaban nuestra vida: había un momento para empezar a trabajar, para casarse, para comprar una casa, tener hijos. Un tiempo para morir. La tecnología ha hecho que esto gire 180º y nuestra vida marca el tiempo: podemos decidir cuándo nos educamos (y cómo), si nos casamos, cuándo tenemos hijos y modificar (gracias a los avances en medicina) la fecha de una supuesta muerte irreversible.
Y todo esto también ha determinado nuestra relación con el reloj: hemos comenzado a concebir el tiempo dependiendo lo que podemos hacer con él. Trabajamos menos horas, dedicamos más minutos a nuestro cuerpo y, a veces, nuestra mente. Todo esto ha hecho que se genere una nueva economía: algunos tenemos abuelos que nunca disfrutaron de vacaciones, que no se planteaban el «running» o vender todo para irse de viaje.
El problema al que nos enfrentamos no es que se reduzca la productividad por menos horas de trabajo o la conciliación laboral. El eje del tiempo, del manejo del tiempo, es que nuestro tiempo de atención hacia algo se ha convertido en una herramienta de cambio, como lo era el trabajo antes. Muchas empresas e individuos se pelean por ganar nuestro tiempo (nuestra atención) a cambio de entretenimiento. Así, por primera vez en la historia, un minuto tiene un precio. Y eso es algo que aún no sabemos cómo nos afectará en el largo plazo.
Josefa Ros y la teoría del aburrimiento
Cuando los de más de cuarenta años éramos pequeños, no existía la atención plena (léase mindufulness). Si teníamos que esperar, lo hacíamos. Sin móvil, sin juegos… Como mucho un libro. Lo mismo en los viajes. Y no nos aburríamos. El aburrimiento es el palo en la rueda del tiempo: hace que fluya más lento, que nos atasquemos. Pero nada tiene que ver con una corriente actual que propone que los menores se aburran, para fomentar su creatividad. De acuerdo con Josefa Ros, doctora en Filosofía, Premio Nacional de Investigación 2022 y la mayor experta en Estudios del Aburrimiento de España, «no tiene sentido provocar el aburrimiento a otros, y no existe ningún adulto capaz de provocarse el aburrimiento, a no ser que sea un masoquista o un estúpido. Es una fuerza motriz, pero no lleva a la creatividad». Por lo tanto, ni atención plena ni aburrimiento: usa el tiempo para hacer algo. El único modo de ser alguien.
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