
Geología
Este es el único lugar del planeta en el que puedes ver y tocar el manto terrestre
Se trata de la capa que se extiende entre los 34 km de profundidad y los 2.900, hasta que llega al núcleo, por ello resulta casi imposible verla. Casi.

A menudo se compara nuestro planeta con una cebolla (en términos geológicos) debido a sus numerosas capas. La corteza es la capa más externa, con un espesor promedio de 35 km en los continentes y 5-10 km en los océanos. Debajo de ella se encuentra el manto, la capa de mayor tamaño, que se extiende desde los 35 km hasta los 2900 km de profundidad. Finalmente, el núcleo que se divide en núcleo externo (líquido, de 2900 km a 5100 km) y núcleo interno (sólido, de 5100 km al centro a 6370 km).
La corteza de nuestro planeta es obviamente visible y explorar las profundidades puede llevarnos a explorar algunos de sus extremos. Pero acceder al manto, más allá de los 35 km en tierra firme o “taladrar” un mínimo de 5 km en el fondo marino, ya es tarea imposible. De este modo, comprender el manto terrestre y sus funciones es algo que los científicos hacen a través del sonido, como si de una ecografía se tratase. Porque verlo es imposible. O casi.
En el océano Antártico, a medio camino entre Tasmania y la Antártida, se encuentra una isla deshabitada donde se puede caminar sobre rocas que una vez estuvieron enterradas a 6 kilómetros bajo el lecho marino. La isla Macquarie, una pequeña franja de tierra de tan solo 34 kilómetros de largo y 5 kilómetros de ancho, es el escenario de algo único en la Tierra: rocas expuestas del manto de nuestro planeta que emergen por encima del nivel del mar.
Esta rareza geológica existe porque la isla Macquarie se encuentra en el límite entre las placas tectónicas indoaustraliana y del Pacífico, en una región tectónicamente activa conocida como la dorsal de Macquarie. Durante millones de años, estas placas se separaron, permitiendo que la roca fundida del manto ascendiera y formara nueva corteza oceánica, a un ritmo de aproximadamente un milímetro por año. En términos humanos una eternidad y en geología, la vida de una efímera.
A lo largo de su lento ascenso de 12 millones de años, la dorsal de Macquarie se ha formado por elevación tectónica en lugar de actividad volcánica superficial, glaciación o deposición sedimentaria significativa, preservando así su composición geológica única. Este proceso finalmente resultó en el surgimiento de la isla Macquarie hace entre 600.000 y 700.000 años. La exposición del manto terrestre no solo da pistas de su génesis geológica, también constituye un recurso crucial para estudiar el papel del manto en la tectónica de placas.
Una de las características geológicas más llamativas de la isla es la presencia de basaltos almohadillados, que se forman cuando la lava entra en erupción bajo el agua y se enfría rápidamente. Estas rocas, junto con otras formaciones volcánicas, ofrecen información sobre procesos que suelen desarrollarse a kilómetros de profundidad bajo la superficie del océano. La ausencia de deformación en estas rocas permite a los científicos observar sus relaciones originales, ofreciendo pistas sobre la formación de la corteza oceánica y la dinámica de la tectónica de placas.
Lo interesante es que este “laboratorio de la naturaleza” está en constante evolución. Pequeños, pero frecuentes terremotos sacuden la zona, mientras otros temblores, por encima de los 6,2 en la escala de Richter, tienen lugar prácticamente una vez al año. Esta actividad geológica continua, combinada con la naturaleza prístina de las rocas expuestas, convierten esta isla en un privilegio para los geólogos.
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