Ciencia

¿Por qué sigue habiendo monos si evolucionamos de ellos?

¿Es posible que los científicos se hayan olvidado de que existen los monos?

El amor amenaza el imperio de la Reina de los Monos
imagen de archivo de un monoLa RazónLa Razon

¿Cómo es posible que vengamos del mono si sigue habiendo monos en la naturaleza? Es posible que hayas escuchado esta pregunta alguna vez, ya sea en tono de broma o como un verdadero ataque a las teorías de la evolución. Dejemos claro desde un principio que no es un buen argumento y que existen sobradas pruebas a favor de la evolución. Ahora bien, pongámonos por un momento en la mente de quienes esgrimen este argumento como la estocada final contra los evolucionistas. ¿Creen acaso que, a toda la comunidad científicas, tras años estudiando homínidos prehistóricos, cuestiones bioquímicas y mil otros detalles, han podido pasar por alto el sutil detalle de que los monos existen?

Somos muy malos estimando la incompetencia de nuestros rivales intelectuales. Cuando hay cuestiones ideológicas de por medio (como el creacionismo), el contrario se convierte en el mal encarnado y, por lo tanto, le atribuimos una serie de características psicológicas acorde con ello y, normalmente, irrealmente extremas. Una de ellas es la estupidez. Pensemos por ejemplo en los conspiranoicos que niegan la llegada del hombre a la Luna. Son capaces de atribuir la mayor de las incompetencias a un grupo de científicos y tecnólogos nutridos por presupuestos millonarios hasta el punto de que puedan olvidar pintar estrellas en el techo de un plató para simular que están en el espacio. Pues algo similar ocurre con la evolución, pero, por suerte, tenemos respuesta.

¿Qué evolución?

Tal vez, lo primero que convenga aclarar es que la evolución, como concepto, es todo un clásico. Anaximandro habló sobre evolución en el siglo VI antes de Cristo, unos 2500 años antes que el bueno de Charles Darwin. Y si todavía no te sorprende, lo hizo en plena Jonia, sin ciencia moderna y sin la necesidad de viajar por medio mundo tomando notas de la enorme variedad de fauna y flora que poseen los trópicos. Suele hacerse referencia a que, entre sus enseñanzas, decía que todos los animales provienen de un mismo antepasado común y que el hombre surgió de algo parecido a un pez. No es un intento de encararse al cristianismo moderno y, de hecho, es casi intuitivo pensar que, del mismo modo que los hijos no son idénticos a sus padres, las especies se puedan ir transformando.

Lo que Darwin hizo fue presentar un mecanismo sencillo y plausible mediante el que esto podía suceder: la selección natural. La elegancia de su idea y el potencial explicativo que tenía comenzaron la revolución contra el fijismo y permitieron empezar una aproximación verdaderamente científica. Desde entonces, la evidencia científica y nuestra mayor comprensión de la teoría nos ha permitido pulir los planteamientos de Darwin hasta dar lugar a teorías evolutivas mucho más finas y esas son con las que debemos trabajar.

Matar al primo

Según comprendemos ahora la evolución: cada nuevo individuo tiene una mezcla de la información genética de sus padres y algunos que otros cambios más o menos aleatorios. A veces, esa combinación puede ser ventajosa para asegurar que el individuo se reproduzca o sobreviva a los baches de la vida, como una sequía o un incendio. Los individuos con el ADN más propicio para la supervivencia tendrán más retoños que, a su vez, volverán a competir entre sí y contra las contingencias del medio para ver quién es el más adaptado, afinando cada vez más su genética para adaptarse al medio en que viven. Sin embargo, puede haber soluciones igualmente válidas y que una especie cambie de forma diferente en los distintos lugares donde habita. Ese aislamiento geográfico es una de las claves para explicar que no seamos todos una misma especie y, del mismo modo, nos ayuda a entender que siga habiendo monos a pesar de que nosotros seamos descendientes de algunos de ellos. Los chimpancés, los titíes y los babuinos son, simplemente, otras adaptaciones de nuestro antepasado común, un primate que no era ni humano, ni chimpancé, ni tití, ni babuino.

Nadie se extraña de que existan primos. Asumimos que nuestro abuelo pudo tener más de un hijo y que, a su vez, estos tuvieron sus respectivos hijos. Que nosotros vengamos de nuestro abuelo no entra en conflicto con que siga habiendo familiares por ahí adelante que no seamos nosotros. La evolución es algo similar, solo que a grandísima escala. En ningún caso plantea que el destino de todos los primates sea convertirse en seres humanos. No hay una dirección ni somos la meta de ningún proceso. Somos algo que ha ocurrido, como ese primo rubio cuando toda la familia es castaña. Sospechas a un lado: así funciona la genética y, si nos alejamos para contemplarla a escalas de millones de años, la especiación se vuelve un juego de niños.

QUE NO TE LA CUELEN:

A pesar de lo que muchos afirman, las teorías de la evolución no son especulaciones. Por un lado, contamos con las pruebas del registro óseo, que en algunos casos permiten trazar cambios sutiles de unas especies a otras o, al menos, lo suficientemente progresivos. Por otro lado, en el laboratorio se ha podido simular algunos procesos de los que consideramos fundamentales como mecanismos de la evolución para pasar de unas especies a otras. En tercer lugar, la selección natural es una realidad del mismo modo que lo es la selección artificial, simplemente más rápida y dirigida, la cual nos ha permitido desarrollar los cultivos y animales de los que disfrutamos hoy.

REFERENCIA (MLA):

Ridley, Mark. Evolution. Oxford University Press, 2004.