Ciencia

Cómo descubrir la evolución 2500 años antes que Darwin: El truco de los griegos

Nos encantan las historias de conocimientos ancestrales que, basándose en la intuición, pudieron adelantarse siglos a los saberes científicos. La historia está llena de ejemplos, pero a riesgo de borrar de un plumazo la ilusión, esos cuentos tienen truco.

Darwin frente al partenón.
Darwin frente al partenón.anónimoCreative Commons

Anaximandro habló sobre evolución en el siglo VI antes de Cristo, unos 2500 años antes que el bueno de Charles Darwin. Y si todavía no te sorprende, lo hizo en plena Jonia, sin ciencia moderna y sin la necesidad de viajar por medio mundo tomando notas de la enorme variedad de fauna y flora que poseen los trópicos. Suele hacerse referencia a que, entre sus enseñanzas, decía que todos los animales provienen de un mismo antepasado común y que el hombre surgió de algo parecido a un pez.

Así es como se suele contar, y es estrictamente cierto. Precisamente por eso, la historia nos deja la sensación de que, entonces, Darwin fue apenas un eco de los griegos. Pero hay más, porque según algunos expertos, Platón contiene ya nociones determinantes para el desarrollo de la teoría de la relatividad de Einstein. Otros dicen que en los conocimientos de Tales de Mileto se dejan entrever nociones de teoría cuántica de campos o que Buda se anticipó siglos a los descubrimientos de la neurociencia sobre nuestra consciencia. Así que… ¿y si llevamos décadas atribuyendo los mayores logros de la ciencia a la persona equivocada? No te preocupes, porque estas afirmaciones tienen truco.

Los primeros

No debería sorprender a nadie si dijéramos que, para comprender el mundo que nos rodea y lo que somos, tenemos que echar la vista atrás, concretamente a Grecia. Aquel vetusto mundo arropado por las faldas del Mediterráneo fue protagonista de uno de los mayores cambios de la humanidad. Es frecuente escuchar que ellos comenzaron a buscar respuestas racionales, a perseguir la verdad más allá de cubrir las preguntas con una manta de mitos y leyendas. Es lo que se llama “el paso del mito al logos” y fue un mérito principalmente griego.

Puede sonar extraño que, habiendo grandes civilizaciones como la egipcia o el imperio persa, un cambio así de complejo y relevante ocurriera en una pequeña constelación de ciudades estado. De hecho, los egipcios dominaban las matemáticas y los babilonios la astronomía con enorme solvencia. Es más, los griegos aprendieron de ellos estas disciplinas. El motivo por el que la filosofía y la ciencia nacieron en Grecia sigue siendo una incógnita, pero eso no ha privado a algunos historiadores, filósofos y antropólogos de especular al respecto.

La falta de una religión dogmática, la comunión entre diferentes cultos, la pujante democracia, y la ubicación estratégica entre grandes civilizaciones, hicieron de la Hélade un lugar más libre para dar nuevas respuestas a preguntas antiguas. De ese modo, desde Tales de Mileto hasta las escuelas helenísticas, la filosofía fue un bastión de la razón absolutamente desprovisto de leyendas y pensamiento mágico ¿no? Al menos eso es lo que nos sugiere el clásico paso del mito al logos, pero es que resulta que no todo lo dicho es estrictamente cierto, aunque sea así como suele transmitirse.

El dichoso cambio no ocurrió de la noche a la mañana, lo cual, por otro lado, era de esperar. Los griegos no abandonaron su mitología en ningún momento, y ni siquiera los pocos que podían permitirse dedicarse a la filosofía olvidaron por completo el Orfismo y otra serie de cultos. Con el tiempo se acabarían separando ambos magisterios, haciéndose independientes, pero ese no sería el caso de los milesios, entre los que estaba nuestro precoz biólogo evolutivo, Anaximandro.

Monstruos marinos que explotan

Las historias nos cuentan que Tales, posiblemente el maestro de Anaximandro predijo un eclipse y que el propio Anaximandro hizo lo propio con un terremoto. Podemos decir que Anaximandro sugirió que la Tierra flota en el vacío y que gira produciendo vientos. Podemos incluso añadir que ya sospechaban que toda la vida provenía del agua. Si no indagamos más nos llevaremos a casa una imagen verídica, pero tremendamente incompleta, del trabajo de estos genios.

Veamos qué ocurre si profundizamos en esas afirmaciones y en cómo se sostienen. La Tierra de Anaximandro flotaba en el vacío, y eso era un gran avance respecto a Tales, que la imaginaba como un disco plano sobre el mar (una idea posiblemente heredada de la mitología). No obstante, Anaximandro creía que la forma de la Tierra era la de un cilindro un tercio más alto que ancho. También sugería que los vientos entraban en las cavidades de la Tierra agitándolas de forma tan violenta que eran ellos los causantes de los terremotos. Ya no parece tan clarividente.

Pero hablemos de los dichosos peces. En cuanto al origen del hombre, la explicación de Anaxágoras es mucho más detallada y reveladora de lo que se suele contar. El sugiere que, hace tiempo, en el fondo del océano vivían una suerte de monstruos marinos recubiertos de duras escamas. Cuando estos seres quedaron varados por la evaporación del mar, el Sol comenzó a secar su cubierta hasta que, literalmente, estallaron. De ese modo, en su interior quedaron expuestos los primeros humanos, que ya habitaban sus entrañas. Hay quien sugiere que Anaxágoras se basaba en una leyenda previa, lo cual reforzaría la idea de que todavía quedaba mucho para desembarazarse del mito. Y claro. De acorazados monstruos marinos que estallan revelando humanos en su interior, al Darwinismo, hay un trecho enorme.

Cogiendo cerezas con ambigüedad

Todos estos sinsentidos también forman parte de la filosofía de los milesios. Y no cabe duda de que sería injusto juzgarles con dureza desde nuestro siglo XXI. Su trabajo fue determinante y tan riguroso como podía pedirse en aquel contexto. No obstante, hemos de tener en cuenta todos estos errores para valorar en conjunto sus aportaciones y comprender que, por mucho que acertaran, gran parte fue por pura casualidad. Algunas especulaciones llevaban razón como quien trata de adivinar qué carta saldrá a continuación de una baraja y acierta un par entre todo el mazo. No fue el ejercicio de una razón pura e infalible la que los llevó a afirmar que el ser humano evolucionó de otros animales.

Transmitir solo los aciertos es lo que se llama en ciencia “cherry picking” (cosecha de cerezas) y nos impide formarnos una idea clara sobre la realidad, pero el problema no termina con él. Queda explicar de donde sale el resto de las afirmaciones aventuradas sobre física cuántica en la filosofía de la Grecia clásica y neurociencia en los preceptos de Siddhartha Gotama (Buda). En este caso, la respuesta es mucho menso satisfactoria e interesante, pero se basa en una mezcla de exageración y ambigüedad.

Algunos textos fueron creados para ser deliberadamente ambiguos, dando lugar a varias interpretaciones o incluso a sinsentidos. Ese es, por ejemplo, el caso de las revelaciones de los oráculos, como el de Delfos, o de los horóscopos actuales, herederos de esa misma superchería. Cuando se habla de conceptos abstractos, tremendamente generales y con un vocabulario susceptible a ser interpretado de más de una manera, es fácil encontrar paralelismos con alguno de los muchos conocimientos abstractos con los que contamos en nuestro tiempo. Esto no busca desmerecer el trabajo de todos estos genios. A ellos les debemos muchísimo, pero del mismo modo que no es adecuado juzgarles con nuestra misma vara de medir, tampoco podemos exagerar su figura a partir de información sesgada e interpretaciones fantasiosas.

En cualquier caso, hay algo que sí es cierto, y es que Darwin no descubrió la evolución. De hecho, jamás pretendió ser recordado de ese modo. La idea de que algunas especies dan lugar a especies nuevas es muy antigua, como hemos visto. Hubiera pruebas de ella o no, está claro que llevaba siglos pululando por el imaginario colectivo. Lo que Darwin hizo fue presentar un mecanismo sencillo y plausible mediante el que esto podía suceder: la selección natural. La elegancia de su idea y el potencial explicativo que tenía comenzaron la revolución contra el fijismo y permitieron empezar una aproximación verdaderamente científica. Así que, en cierto modo, podemos seguir considerando a Anaxágoras como el primero (del que tengamos constancia) que habló de evolución. Eso no se lo quita nadie.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • Es posible que algunos acusen de etnocentristas a quienes afirman que la filosofía y la ciencia nacieron en Grecia. Sin duda, es cierto que existía conocimiento valioso muy anterior al griego. Oriente llevaba tiempo cultivando tecnologías mucho más avanzadas de lo que podíamos siquiera soñar y hubo muchos grandes sabios antes de que aparecieran los milesios. No obstante, la ciencia y la filosofía requieren dejar de lado las explicaciones espirituales y sistematizar el conocimiento haciéndolos algo más que una colección de aforismos. Esto, junto con el hecho de que no hay contactos probados entre Grecia y civilizaciones indias o chinas previas a las campañas de Alejandro Magno, restan fuerza a la idea de que la ciencia y la filosofía, tal y como las entendemos, tuvieron un origen oriental.

REFERENCIAS (MLA):

  • Bernabé, Alberto. Fragmentos Presocráticos. Alianza Editorial, 2018.
  • Copleston, Frederick Charles. Historia De La Filosofía. Ariel, 2011.
  • Fraile, Guillermo. Historia De La Filosofía. Biblioteca De Autores Cristianos, 1997.
  • Reale, Giovanni, and Dario Antiseri. Historia Del Pensamiento Filosófico Y Científico. Herder, 1988.