Religión

La incógnita del lugar de enterramiento de san Vicente mártir

Los tapices del siglo XV del Museo de Berna (Suiza) apuntan que está enterrado en Francia y no en La Roqueta

Martirio de San Vicente
Martirio de San VicenteLa Razón

Cuatro tapices que eran las cortinas del coro de la catedral de Berna cuentan la dramática historia de San Vicente mártir, patrón histórico de dicha catedral, en 18 escenas. Una orden oficial salvó los tapices de la iconoclasia de la Reforma Protestante, que vació de todo tipo de imágenes los templos de las Iglesias que rompieron con la Roma Católica. Los tapices hechos en Bruselas en el siglo XV relatan el martirio del joven diácono en Valencia, tan cruel que impresionó a toda la Iglesia cristiana primitiva occidental. Los tapices se encuentran desplegados en una de las salas del Museo Histórico de Berna, Suiza, siendo considerados como uno de los tesoros más importantes y destacados de dicha institución. Cada escena está explicada en latín medieval y allí se afirma que su cuerpo fue llevado a Castres (Francia) durante la dominación islámica. Lo cual desmontaría la tesis de que esté aún enterrado en el monasterio de La Roqueta donde se le busca.

La ciudad de Berna, en Suiza, ofrece múltiples alicientes para el turismo cultural. En el Bernischen Historichen Museum, segundo museo de historia más grande e importante de Suiza, hay una sala entera dedicada a explicar la vida, pasión y muerte de san Vicente mártir en unos preciosos tapices colección titulada «Tapestries de saint Vincent».

La actual catedral protestante de Berna sigue advocada, a pesar de no ser católica, a san Vicente mártir, conservándose el título conferido en su erección católica fundacional. Hasta allí llegó muy pronto la fama del martirio y muerte del joven diácono Vicente, arraigando su devoción y culto fuertemente. El Consejo de la Ciudad de Berna le tomó por santo patrón y la catedral, del siglo XV, fue bautizada como «des heiligen Vinzenz».

La catedral de Berna

La catedral de Berna es el edificio religioso más alto de Suiza. Cuenta con una torre de 1000 metros y su estilo es gótico. Comenzó a construirse en 1421, bajo el patronazgo de san Viecnte mártir, allí conocido como san Vicente de Zaragoza, y no concluyó su terminación hasta 1893. En origen fue colegiata, más tarde sede catedralicia. Cuando comenzó su edificación, Berna tenía sólo 5.000 habitantes con un fuerte sentimiento de ser independientes y de que su Iglesia fuera Nacional, desconectada de Roma, ya un siglo antes dela Reforma Protestante, cuando se produjo el cisma o separación de las Iglesias que siguieron a Lutero.

El templo fue dotado de elementos de culto, relicarios, antifonarios, medallas y ornato con múltiples referencias al joven diácono. Las paredes de su coro gótico fueron revestidas de cuatro enormes tapices, mandados hacer en Bruselas en 1515, en los que se representa la pasión y muerte de san Vicente mártir.

Al irrumpir la Reforma Protestante, la ciudad de Berna devino en la más destacada abanderada del Protestantismo, una de cuyas primeras acciones fue quemar los objetos de culto y prohibir la veneración de los santos. Con esa actitud de romper con vínculos extra foráneos, Berna quiso acentuar sus ansias de independencia.

Afortunadamente, alguien culto con decisión de poder decretó salvar los tapices de san Vicente mártir y al retirarlos de la catedral hizo que se guardaran en lugar civil acabando en el Museo de Historia de Berna, conocido por el Bernischen Historichen Museum, siendo estos tapices uno de los tesoros más importantes del Museo. Destacan por su sorprendente diseño y colorido. En 18 escenas, secuencias casi cinematográficas, reflejan la vida, pasión y muerte de san Vicente. Las medidas de los tapices son de 159 por 500 centímetros y sus hilaturas son de lana y seda. Anualmente, las salas donde están expuestos reciben una media de un millón de visitantes de turistas de todo el mundo, que acuden expresamente a verlos.

Sobre ellos, el Museo Histórico de Berna ha editado un bellísimo libro en alemán, de 64 páginas, titulado “Leben und Tod des heiligen Vinzenz”, (Vida y muerte de san Vicente), escrito por Anna Rapp Buri y Monica Stucky- Schürer, el cual está ilustrado por unas magníficas fotografías de Stefan Rebsamen.

Pasión y muerte del mártir

El poeta Prudencio ( 413) describe su muerte durante la persecución de los cristianos por parte de Diocleciano. Vicente, archidiácono del obispo Valerio de Zaragoza, fue arrestado por el gobernador de la provincia Tarraconensis, llamado Daciano, y llevado a Valencia, para ser juzgado, por ser la ciudad sede de la audiencia.

Fue conminado a abjurar de su fe cristiana y a hacer el sacrificio a los dioses romanos y al negarse sufrió un largo y cruel martirio: destrozado en un potro con ganchos de hierro, frotadas sus llagas con sal, quemado en una parrilla al rojo vivo, arrojado sobre pedazos rotos y finalmente encadenado con las piernas a un pilar de la prisión.

Daciano arrojó su cuerpo para que se lo comieran los animales, pero los cuervos lo custodiaban. Luego, un soldado llamado Eumorfio cosió al mártir en una piel de buey y lo arrojó al mar cargado con una piedra de molino.

Muerto (año 303) fue enterrado en La Roqueta, un promontorio donde fue construida sobre su tumba una pequeña iglesia, y junto a ella un monasterio, edificios que irían siendo transformados con el paso del tiempo. Durante la larga dominación islámica de la ciudad, el lugar sería respetado por los valenciano - musulmanes, por ser

basílica sepulcral de un santón. El Papa Gregorio IX lo tomaría bajo su protección en 1240. Jaime I atribuyó su éxito de la conquista de Valencia también a san Vicente mártir.

Las incógnitas de la tumba de san Vicente mártir

Siempre se tuvo por seguro que allí estaba enterrado san Vicente mártir. No obstante, ahora no se sabe si lo sigue estando. Dos teorías sitúan sus restos fuera de España: una en Lisboa (Portugal), en cuyo Museo de la Catedral hay un cofre que dice contener huesos del santo, y otra en Castres (Francia), a donde serían llevados para salvarlos de las violentas oleadas iconoclastas de los últimos tiempos de la dominación hegemónica de los muslimes. Ambas tesis fueron calificadas por el historiador y canónigo Vicente Castell Maiques como leyendas, y defendía que seguía enterrado en La Roqueta. Las excavaciones efectuadas allí con el fin de encontrarlo no han dado resultados.

La teoría de que están en Lisboa más bien parece una leyenda, cuya veracidad histórica no deben tenerla claro pues de estimarlos ciertos los pocos que conservan, no estarían en un Museo, sino a veneración pública dentro de la Catedral lisboeta, la que, por otra parte, sufrió incendio y destrucción. Otro asunto sería que en algún momento se diera algunos de los huesos del santo como reliquias a aquella ciudad.

La teoría de que pudieron ser llevados a Castres (Francia) respondería a que cuando la invasión islámica en el siglo VIII, huyeron de Valencia muchos cristianos y se llevarían los restos de san Vicente mártir con ellos, dejando el sepulcro vacío. Como una de las órdenes ocupantes de La Roqueta fueron los benedictinos, se los llevarían a la abadía benedictina de Castres. Otra versión habla de que acabaron en el convento de los Dominicos. De no hallarse sus restos en La Roqueta, tal y como parece va a ocurrir, lo más probable es que sea cierta la teoría de que fueran llevadas a Castres, a no ser que dicho traslado fuera una maniobra de distracción para que no se buscara aquí su cuerpo por los iconoclastas.

Hay un dato documentado y es que cuando san Vicente Ferrer recorría el hoy sur de Francia predicando por aquellos lugares, entre ellos Toulouse, se acercó al convento de Dominicos de Castres “donde estaba enterrado san Vicente mártir”. Cuentan sus biógrafos que allí oró con singular devoción.

La tesis de los tapices de Berna

Los tapices flamencos del siglo XV del Museo de Historia de Berna en sus inscripciones latinas explican que está en Castres. “Suscipit hunc castris thesaurum grex benedicti Sarcophago decoratum impensis helionordis”.

Imagen de los tapices de Berna
Imagen de los tapices de BernaLa Razón

Existe una fuerte tradición en Castres de que fue así, de que allí llegaron los restos portados en una caja de madera, y fueron enterrados en la iglesia de la abadía benedictina, que luego acabaría siendo catedral, al ser la ciudad sede episcopal en aquella época. El hecho de estar enterrado allí san Vicente atrajo numerosos peregrinos, que hacían el Camino de Santiago y de otras regiones. Los restos mortales del mártir desaparecieron cuando la Guerra de Religión. Los protestantes estaban en contra de las reliquias.

Una última teoría defiende que cuando la construcción del Metro, una de las líneas pasa justo por debajo del templo de la Roqueta, de manera que su suelo cimbrea a cada convoy en curso, y que todo lo que hubiera en su subsuelo desaparecería arrasado por el topo que operó en el subsuelo.

De momento, sólo se tiene la certeza de que aquí fue sepultado y casi con toda seguridad es el del Museo de Bellas Artes de Valencia el sepulcro donde fue enterrado el mártir. Se trata de un sepulcro de mármol itálico, estatuario y lanco. Una caja rectangular sin tapa, cuyo frontis está esculpido con un relieve decorativo, donde aparece una corona de laurel, las letras XP, una cruz latina, dos palomas, un cordero y un ciervo. Su forma es la de un sarcófago cristiano, de estilo ornamental romano, y pudo servir de primer altar de la primitiva Iglesia de la Roqueta. Está datada su labra a mitad del siglo IV.

Este sepulcro –no se sabe si con restos o sin ellos- hasta 1837 estuvo en la Iglesia de la Roqueta, cuando el Ayuntamiento (17 de abril) acordó el derribo del ábside –donde está el altar mayor- de dicho templo, a petición militar, porque estorbaba a la línea de tiro de la artillería que defendía la ciudad en esta parte, demolición que llevaron a cabo los del Regimiento de Ingenieros. Los artilleros sacaron de entre los escombros el sepulcro y vieron que les venía bien para abrevadero de su caballería y se lo llevaron a la Ciudadela, de donde, en 1865, algún militar culto se percató de su importancia y logró que fuera trasladado al Museo Arqueológico acabando en el Museo de Bellas Artes.