Gastronomía
Obituario a Carlos Grau: Hasta siempre querido «presi», hay nostalgia para rato
Tenía la virtud de los mejores gastrónomos, que es la de probarlo todo sin el estorbo del egocentrismo gourmet
Nos pasamos la vida apreciando los valores de la amistad y por eso dicen que rendir homenaje es una prueba de gratitud. Vaya por delante que los obituarios nunca han sido lo mío pero los vaivenes emocionales tras el fallecimiento del presidente de la Asociación Gastro Enológica «El Gran Colpet», Carlos Grau, obligan más que nunca.
Nuestro mundo se sostiene sobre la presunta exactitud de la memoria, pero en determinados artículos como este prevalecen las emociones sobre los razonamientos. Un día como hoy la memoria, que carece de protocolos, coloniza los recuerdos sin caducidad. La nostalgia siempre está de guardia mientras la querencia por nuestro amigo, Carlos Grau, se despliega. Su recuerdo sube a la tarima de los sentimientos.
Gastrónomo como cabeza de cartel que aportaba dimensiones a cualquier experiencia gastronómica. Imprimía carácter a cualquier almuerzo con animosa empatía en las venas y una pasión anfitriona desbordante. Su capacidad de influencia era inmediata. Siempre cumplía. Su idioma oficial en la restauración era la confianza, lo demás, decía, eran dialectos que no en todos los establecimientos se hablaba. Su lema era alternar, disfrutar y valorar, eso sí, no callar.
En las páginas de la agenda emocional se han quedado atrás fechas de compromisos que no llegamos a cumplir, y un nuevo espacio en blanco cubre las que estaban previstas para los próximos meses. Pero quiero confirmar que en tu caso el olvido no emprenderá su tarea habitual.
La prudencia y la discreción fueron siempre sus grandes divisas. Deja algunas anécdotas que si no son ciertas merecen serlo. El «establishment barrista» se afiliaba mayoritariamente a sus propuestas para conocer nuevos establecimientos. Era una de esas personas que tenían el don de prolongar sin esfuerzo ni fatiga la duración de las sobremesas. Tenía la virtud de los mejores gastrónomos que es la de probarlo todo sin el estorbo del egocentrismo gourmet. Sus restaurantes favoritos: Rausell, La Principal, Aragón 58, Rioja, y tantos otros, eran escenarios donde se celebraba sin pausa y a puerta cerrada la ceremonia de la satisfacción.
Su aire amable de postal, entrecortado y acentuado, durante los almuerzos dominicales contrastaba con su arte para (desped)irse discretamente. La vida gastrónoma es una partitura, y como gran intérprete la tocó con virtuosismo y un alto grado de entrega y acierto. Basta con una ojeada, medio segundo, y ya el relámpago de la nostalgia se nos mete.
Permitan que cite un proverbio francés en el original, y luego lo matice: «Partir c’est mourir un peu, mourir c’est partir un peu trop». En su caso esto no se cumple, partir es morir un poco, pero morir en el recuerdo nunca como para dejarnos huérfanos.
No controlamos nada de lo que nos sucede, pero sí podemos decidir cómo respondemos a lo que nos sucede. Los recuerdos no están en la red del olvido y no podrán ser jaqueados por la desmemoria.
Nos decía que padecíamos la maldición del optimista mientras nos recomendaba el realismo como elixir de la vida. Puede que nos arruguemos y perdamos pelo, pero uno se da cuenta, al cabo del tiempo, de que algunos amigos dejan una huella indeleble y detalles que nunca se olvidan.
Ahora mismo, tras tu marcha, estamos muy exigidos. Andamos perdidos, pero contigo empujando desde arriba damos por descontado que la Asociación Gastro-Enológica «El Gran Colpet» seguirá creciendo. Tus amigos seguimos estando aquí, con el corazón algo maltrecho pero con ganas de recordarte. Hay nostalgia para rato. Hasta siempre, Carlos.
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