Gastronomía

Paco Torreblanca: "En Francia me educaron en buscar la perfección, si te exiges, lo logras"

Su nombre dio la vuelta al mundo a raíz de que creara la tarta nupcial de la boda de los Reyes Felipe y Letizia

Paco Torreblanca es uno de los pasteleros del mundo de mayor renombre
Paco Torreblanca es uno de los pasteleros del mundo de mayor renombreLa Razón

Paco Torreblanca (Villena, Alicante;1951) es uno de los pasteleros de mayor renombre internacional. Tiene una escuela de alta pastelería en Petrer, además de un obrador que vende a restaurantes, hoteles, líneas aéreas; los gestiona mano a mano con su hijo Jacob Torreblanca. Aunque está jubilado, sigue supervisando el trabajo de la empresa familiar. El alma y puntal de su negocio ha sido su mujer Chelo.

Creo que Paco Torreblanca no sería hoy quien es si no hubiera pasado su infancia en París…

Así es; mis abuelos tenían pastelerías y panaderías principalmente en Villena y en el tiempo en que mi padre, que era republicano, estuvo en la cárcel conoció al pintor Jean Francois Millet e hicieron amistad. Como no quería que me educara en España, con 12 años, me mandó a París, y me dejó bajo la tutela del que era Presidente de los Pasteleros de París y de toda Francia. Y él me educó y me crio profesionalmente.

Tuvo otro padre, entonces…

Así es; él fue mi padre espiritual. Yo podía haber sido cualquier otra cosa en vez de pastelero; me enseñó a querer y a amar esta profesión.

¿Cuánto tiempo estuviste con él?

De los 12 a los 24 o 25 años; cuando no había cumplido los 25 años, con esa edad, vine dos veces para acá porque ya había conocido a la que es mi esposa, Chelo. Mi madre insistía mucho; en cambio, mi padre me decía que me quedara en Francia, que me nacionalizara francés para acceder al mejor gobierno de ese país, Pero al final me vine a la tierra en la que quería estar, Villena. Y creé una sociedad con mi esposa Chelo, que es de Alcoy.

¿Y empezaron el negocio los dos solos?

Sí, es una mujer para mí extraordinaria; ha sido mi apoyo, mi soporte; es una mujer muy perseverante, muy constante y muy equilibrada. Estuvimos tres años solos; no quería trabajar con nadie y lo que hacíamos lo hacíamos por encargo y ella se encargó de llevar la economía. Y en Villena nació nuestro primer hijo, y luego, hicimos un estudio de mercado, y nos trasladamos a Elda, que era una ciudad muy pujante; la industria del calzado estaba en auge y en ese estudio de mercado vimos que este era un pueblo con muchas posibilidades. Desde entonces, llevamos entre el de la Escuela de Pastelería, que está en Petrer; y luego cogimos una nave, teníamos otro hijo, o sea, dos hijos en total, y empezamos a producir e hicimos nuestro negocio más grande. Nunca he tenido miedo a hacer cosas, a crear y a tener iniciativas.

En definitiva está en España y es el mejor pastelero de España por ella…

Pues sí, tuve suerte, porque si no yo me habría quedado en Francia si no la hubiera conocido. Habría intentado ser mejor obrero de Francia y me habría quedado con el negocio de mi jefe hacíamos un producto de altísima calidad, servíamos a embajadas norteamericanas.

Al final su profesión es circunstancial…

Sí, siempre digo que todo en la vida es circunstancial. Si hubiera vivido en otra cosa, no sería pastelero, sería albañil, carpintero… que sé yo. Mi padre era un republicano convencido y por eso quería que me educara en Francia, y eso viene de mi abuelo paterno que también era republicano e intentó que su hijo se criara y educara allí, y no lo logró. El ambiente y los valores que había en un país y otro nada tenían que ver. Perder la guerra y que España se convirtiera en una dictadura fue un gran trauma para mi padre. Él, que no hablaba mucho de política conmigo, decía que era la catástrofe más grande de la historia de este país, una lucha entre hermanos.

Nació en el mismo lugar que Ruperto Chapí…

Sí, en el barrio del Rabal de Villena, donde nació también mi amigo Pedro Marcos, pintor, en un barrio de pobres, y lo único a muerto y yo decía, es verbos, el barrio de los pobres, pero que lo único que nos quedaba es usar la cabeza, el talento. Yo decía, entre comillas, si los pobres somos tontos tenemos un problema grave, porque si los ricos son tontos no tienen problemas porque son ricos. Los pobres tenemos que ser más inteligentes o usar más el cerebro porque somos pobres.

Ama su profesión, ¿se considera un privilegiado?

Siempre he dicho que he sido un privilegiado en mi vida porque nunca he trabajado, lo que he hecho ha sido una satisfacción personal y mi trabajo me ha hecho muy feliz. Pero al mismo tiempo me ha servido para vivir. Cuando hicimos la tarta de los Reyes o cuando vino el Papa, le hicimos los postres, he estado con ellos, es decir, que, gracias a esta profesión, he estado sentado en mesas o hablando con personalidades a las que ni con dinero podría haber accedido o conocido. Y eso es, sin duda, un privilegio.

Entiendo que ser el pastelero nupcial de los Reyes Felipe y Letizia fue un punto de inflexión en su carrera…

Bueno, decía Rafael García Santos, un crítico gastronómico que hizo la revolución en este país en la gastronomía, que es curioso que se le conozca a Pablo Torrolanga por hacer la tarta de los Reyes cuando en este país lo conocían todos los cocineros de España y de Francia. Pero, sí, claro que hay un antes y un después a nivel popular. A nivel de reconocimiento también porque, fíjate lo grande que es este país, lo grande que es Francia, y los pasteleros que hay por todo el mundo, que se acuerdan de un pastelero que está en un pueblo que se llamaba Elda para que les haga la tarta.

Ha puesto Elda, Alicante y la Comunidad Valenciana en el mapa mundial de alta pastelería…

No era mi intención; nunca me he preocupado en buscar reconocimiento. Estoy agradecidísimo de tenerlo, pero no ha sido la obsesión de mi vida.

Pero sí intentas rozar la excelencia en todo cuanto haces…

Fíjate, fíjate que nosotros cuando nos juntamos en nuestro lugar de trabajo por la mañana, nunca hablo nada. Dejo que mi hijo Jacob tome las decisiones con su jefe de trabajo de chocolate, el de la pastelería, los que están en las escuelas, pero hay una frase que mi hijo tiene en la cabeza que es que, en nuestras reuniones de trabajo, nos juntamos para ver lo que hacemos mal; lo que hacemos bien es nuestra obligación. Analizamos lo que hacemos mal para no volver a cometer errores. En Francia me educaron en buscar la perfección en el trabajo. Es difícil encontrar la perfección, pero no si te exiges el máximo y acostumbras a exigirte el máximo, al final lo vas consiguiendo.