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Monumentos intocables

Precisamente los que se propusieron borrar el pasado son los que luego levantaron los monumentos más grandes y horrorosos en su honor, aquellos que los iconoclastas modernos no se atreverían a tocar

Monumentos intocables
Monumentos intocablesJosé Luis Montoro

Con la Revolución Cultural china (1966-1976), Mao, el Gran Timonel, se propuso, además de matar involuntariamente a 30 millones de personas en la Gran Hambruna que provocó el Gran Salto Adelante, borrar el pasado. No sólo había que hacerlo socialmente eliminando de las casas cualquier vestigio burgués –libros o pinturas–, sino destruyendo lo que se vinculase con la milenaria cultura china. Y se puso a ello, a lo grande. El 23 de agosto de 1966 animó a los Guardias Rojos a que «vandalizasen» –como se dice ahora– los monumentos históricos. Empezaron por el gran Buda del Palacio de Verano. Luego, ordenó la profanación de la casa de Confucio en Shandong, lo que para muchos expresaba la necesidad de eliminar la figura de alguien que le podía hacer sombra. Es paradójico que sean los que con más brutalidad han querido borrar el pasado los que luego han construido las más grandes y horrorosas estatuas en su honor. Culto a la personalidad e infundir miedo. Sin embargo, el mecanismo de acabar con el pasado burgués no se aleja mucho de la iconoclastia moderna, tan sensible para unos asuntos y tan insensibles para otros. Son los regímenes comunistas y los subproductos construidos bajo su sombra los que han demostrado mayor obsesión por la grandiosidad de sus construcciones. Ahí siguen Lenin y su momia o el propio Mao embalsamado, ejemplos de liberticidas que, se dirá ahora, era propio de otro tiempo en que la política se hacía con la punta de la bayoneta... y no se les debería juzgar con los parámetros de ahora. O Stalin, un genocida a la altura de Hitler, del que se borró todo rastro, aunque el georgiano cuenta con una imagen inmejorable. Incluso el mismísimo Dzerzhinsky, fundador de la temida Cheka, siempre cubierto de nieve en el centro de Moscú. Por no hablar del clan de los Kim de Corea del Norte, verdaderos dioses. O de Fidel Castro, que «vive», según las omnipresente cartelería que recubre toda Cuba. Y Hugo Chávez, ante el que los becarios de Podemos se siguen arrodillando, los que precisamente ahora quieren tirar el monumento de Colón en Barcelona.