“In a village of La Mancha...”
El inglés es actualmente el idioma del que se traducen más textos. Como el latín siglos atrás, se ha convertido en la lengua franca. Las traducciones siguen siendo necesarias para transmitir el conocimiento
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«In a village of La Mancha, the name of which I have no desire to call to mind, there lived not long ago one of those gentlemen that keep a lance in the lance-rack, an old buckler, a lean hack, and a greyhound for coursing». Es decir: «En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».
Traducir no es una cosa menor. Es el respeto a la lengua de la que se vierte, el texto, al autor y a todo el sentido que quiere expresar. Basta hacer la prueba con el traductor automático de Google y saldrá otra versión diferente del comienzo de «El Quijote». La primera traducción al inglés de la obra de Cervantes fue obra de Thomas Shelton, en 1612, apenas siete años después de la original en castellano.
La primera traducción al chino realizada directamente del español se publicó en 1978, realizada por la traductora autodidacta Yang Jiang, que empezó su trabajo en 1961. Para transmitir el saber y el conocimiento hace falta un intermediario que comprenda la esencia del texto y que –al margen puristas que reclaman ir la fuente original– traslade a otro idioma el misterio de las palabras sin perder nada por el camino. Fray Luis de León estuvo en la prisión de Valladolid cuatro años –de 1572 a 1576– condenado por la Inquisición porque se atrevió a traducir sin autorización el «Cantar de los Cantares», uno de los libros del Antiguo Testamento, a lengua vulgar, además de preferir el hebreo para los textos bíblicos al latín que ordenaba la Iglesia.
Traducir tiene sus riesgos, pero fue la herramienta para transmitir los textos clásicos greco-latinos que supusieron la base de la cultura occidental. Su centro fue Toledo, con la creación de la Escuela de Traductores en el siglo XIII. En todo caso, el conocimiento de la lengua y arte literario es la base del traductor. Se acepta que las mejores traducciones literarias al castellano son: los cuentos de Allan Poe por Julio Cortázar; «Viaje al fin de la noche», de Céline, por Carlos Manzano; «Ulises», de James Joyce, por José María Valverde; y «Las palmeras salvajes», de Faulkner, por Borges.