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Gastronomía

Quique Dacosta: “La idea del programa es que cada uno se coma un pedacito de su vida”

El tres estrellas Michelin traslada los recuerdos culinarios de seis invitados en la serie «Una vida, una cena», que emite Amazon

Creativo, intuitivo, entusiasta e inconformista. El lenguaje de Quique Dacosta es la cocina y para mostrar su trabajo emplea todo formato que esté a su alcance. De ahí que se coloque ante los fogones en «Una vida, una cena», una serie producida por Mediapro y que emite Amazon Prime, para llevar a la mesa cuatro momentos clave de la vida de sus invitados. Son Alejandro Sanz, Andrés Velencoso, José Mari Manzanares, Garbiñe Muguruza, Inma Cuesta y Nawja Nimri, a quienes prepara recetas ideadas para cada uno, que le sirven para entablar una conversación fluida sobre sus orígenes, éxitos, fracasos o la desaparición de algún ser querido.

–Antes de esta experiencia, ya había cocinado sus emociones, que dio a probar a su madre. ¿Le gustó el plato?

–En absoluto. No lo pudo comer. Ella es la primera persona que prueba el menú de cada temporada y en 2014 le serví «Huevo entre cenizas», en la que me inspiré en la muerte de mi hermano.

–Y ahora indaga en las vivencias de sus invitados, ¿cuál ha sido el reto?

–La idea era extraer de cada uno los momentos de su vida que yo creía claves. Que se comieran un pedacito de su vida. Pretendía que se sintieran cómodos, porque busco la inspiración en ellos. Son los elegidos porque son personajes que suscitan mi interés.

–¿Es un programa de cocina?

–¡No! Busco expresarme como cocinero. Contar cómo soy yo durante una temporada. La cocina es mi lenguaje, que utilizo para experesarme en todos los soportes posibles, ya sea a través de libros, documentales, vídeos o esta misma serie.

–Les conquista con el paladar, ¿cómo logra ponerles la piel de gallina?

–Conmoviéndoles al evocarles sus recuerdos. Trasladarlos a aquellos instantes que no saben que, gustativamente, son algo concreto.

–A Alejandro Sanz le lleva a la mesa la primera caricia de su madre. ¿A qué sabe?

–A acelgas y a arroz glutinoso. Cuando lo prueba, solo le pregunto a dónde le lleva ese sabor. Y, enseguida, me comenzó a hablar de ella, porque es el primer recuerdo que tiene. Otro de los platos que le serví fue unas gambas, que representan su amistad con Paco de Lucía. Recordamos su grandeza brindando por él.

–¿También es íntimo amigo de José Mari Manzanares?

-Sí. Por eso, cocino el luto, el duelo, por la muerte de su padre. En él, hay un ingrediente que transmite amargura y, curiosamente, es el oro, porque cuando lo trabajas como mineral es amargo. El plato «Corazón de toro» es el instante en que sacrifica al animal.

–¿Cómo evoluciona el lenguaje de los salazones?

–Es un hito, como lo fueron elaboraciones como el cubalibre, el bosque animado o la mineralización. Este año habrá un salto hacia el salazón cocinado.

–Ha mencionado recetas que son icono de la gastronomía, que han sido y son súper copiados. ¿Le molesta?

–No. Si tu obra es copiada o un cocinero se inspira en ella es porque la has divulgado. La cocina es un código abierto y no creo que haya que ponerle barreras. Por eso, donamos conocimiento.

–¿Y en las cartas de los restaurantes debería de aparecer el nombre del autor del plato fusilado?

–No lo veo necesario, aunque el problema es que hay veces que el comensal lo degusta antes en otro local que en mi casa.

–¿Las redes sociales hacen daño al efecto sorpresa?

–Por suerte, acudir a un restaurante a vivir la experiencia «in situ» es lo que cuenta.

–Acaba de recibir el premio de la Academia Nacional de Gastronomía. ¿Cuál es el concepto de negocio del futuro?

–Sí creo en la alta cocina y estoy orgulloso de mi tres estrellas, porque es un negocio rentable. No creo que los grandes restaurantes desaparezcan en una sociedad cada día más abierta, en la que los comensales tienen más conocimiento y más ganas de disfrutar de la mesa.

–Usted cocina su entorno, ¿cómo le afecta el cambio climático?

-Soy cómplice. Por eso, he diseñado un plato denominado «Plásticos» con el que intentamos generar conciencia. En Dénia somos testigos de dramas diarios.