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T. S. Eliot: “Me enamoré del recuerdo de haber querido a Emily Hale”

Tras haber estado embargadas cincuenta años, la Universidad de Princeton pone a disposición del público más de mil cartas del poeta intercambiadas con quien podría haber sido el amor de su vida

S. Eliot y Emily Hale mantuvieron una relación por correspondencia entre 1932 y 1947
S. Eliot y Emily Hale mantuvieron una relación por correspondencia entre 1932 y 1947larazon

«Me enamoré de Emily Hale en 1912, cuando estaba en la Harvard Graduate School. Antes de partir para Alemania e Inglaterra en 1914, le dije que estaba enamorada de ella». Son unas palabras del comunicado que hizo ayer público The T. S. Eliot Foundation y que el reconocido poeta escribió en 1960 al enterarse de que esa mujer, Emily Hale, había presentado a la Biblioteca de la Universidad de Princeton las cartas que él le envió entre 1932 y 1947, con la intención de que vieran la luz tan pronto se hicieran públicas esas misivas.

Muy celoso de su intimidad, añadía: «Me duele tener que escribir las siguientes líneas. No puedo concebir escribir mi autobiografía», y lamentaba que Hale hubiera donado tal correspondencia estando él aún vivo, y es más, todavía estaba enamorado de ella. ¿Enamorado romántica, platónicamente, como en esos amores que no pudieron ser y que el paso del tiempo ha dulcificado?

Él mismo, en esta asombrosa declaración que hoy podemos leer, se describe como un hombre que vivió una pesadilla con su primera esposa, viéndose como «un hombre dividido», pero que en realidad estaba enamorado no tanto de Emily, sino «del recuerdo de la experiencia de haber estado enamorado de ella en mi juventud». No tenía gran cosa en común con él, ni siquiera amaba la poesía en general ni la suya en particular, y no llegaron a tener, dice, relaciones sexuales.

En ese año 60 vio claro que hubiera sido un error casarse con una mujer así. Solo le quedaban cinco años de vida, y ya era una estrella del firmamento literario, premio Nobel 1948, un poeta cuya influencia en los escritores de medio mundo era inabordable, y un autor que ha acabado por considerarse el mayor crítico de poesía del siglo XX. Qué pasado semiamoroso quería anular con tal declaración Thomas Stearns Eliot, al que un viaje en 1914 cambió la vida por completo, alejándole de esa tal Mary.

Amigo del grupo de Bloomsbury, convertido al anglicismo y con ciudadanía británica en 1927, Eliot se europeizó hasta el punto de que llevó su inquietud intelectual a tres momentos álgidos de la poesía del Viejo Continente, como queda reflejado en sus ensayos: las letras inglesas (Marlowe, Shakespeare, Milton, Blake, Byron, Marvell, Yeats, autores menores metafísicos y dramaturgos isabelinos), la «Comedia» de Dante y la obra de Baudelaire.

Nacido en Saint Louis (Missouri, 1888), Eliot llegaría a su cúspide poética con «La tierra baldía» (1922) y «Cuatro cuartetos» (1943) y se postuló en contra de los críticos victorianos, cuya mirada literaria consideró provinciana por apreciar que se movían más por ensalzar a los autores canónicos que por tener una mirada crítica y renovada ante ellos. Él marcó otro camino, «basado en una lectura muy apegada al texto –el «close reading» que inspiraría a la escuela del «new criticism», como explica uno de sus traductores, Andreu Jaume, siempre contra las generalidades y explicaciones biográficas, prefiriendo centrarse en estudiar la métrica de cada poeta para entender bien su arte.

Una privacidad oculta

Un hombre, pues, que odiaba ahondar en las vidas ajenas y quiso a toda costa no ser pasto para los biógrafos. Algo inevitable, pues en torno a él se creó una gran curiosidad por el hecho de que parte de su correspondencia estuvo largo tiempo bloqueada, quizá por el temor a que se desvelaran asuntos que tenían que ver con sus supuestas opiniones antisemitas y su posible tendencia homosexual, algo que insinuó el poeta español Jaime Gil de Biedma, que coincidió con él en una casa en Inglaterra.

En todo caso, ahora el admirador de Eliot está de enhorabuena, pues la Universidad de Princeton ha abierto ayer una serie de cajas que contienen las 1.131 cartas –embargadas durante medio siglo– que envió durante veintiséis años a Emily Hale. Las cartas de ella a él pidió Eliot a un amigo que las destruyera.

Esta relación ya dio para la novela de Sara Fitzgerald «The Poet’s Girl. A Novel of Emily Hale & T.S. Eliot», en que aparecía un estudiante recién graduado y una actriz aficionada cuando el amor los encontró. Un suceso anterior a que Eliot partiera hacia Oxford y publicar los poemas que lo convirtieron en una celebridad internacional.

Pese a la distancia, ella sería para él un consuelo y una confidente de sus secretos, aguardando la esperanza de que algún día se casaran. Lo cual no llegó a suceder. Con estas cartas que salen a la luz se puede intuir cómo fue su relación, desde que se conocieron con veinticuatro (él) y veintiún años (ella), en Cambridge, Massachusetts, cuando participaron en una obra de teatro que adaptaba de la novela de Jane Austen «Emma».

El viaje de Eliot a Europa implicó que la supuesta petición de matrimonio que le había hecho a la joven, sobre la cual al parecer fue algo ambigua (y que él interpretó como un «no»), acabara en un inicial distanciamiento, de una docena de años. Sin embargo, el destino los puso de nuevo en el mismo camino, en 1927, cuando Hale trabajaba como profesora de Arte Dramático en el Scripps College de Claremont y se decidió a escribir –tal vez como débil pretexto para retomar el contacto perdido– al poeta para que le recomendara una lista de lecturas para sus alumnos.

La pesadilla de Vivienne

Eliot por entonces, pese a su fama y reconocimiento intelectual, llevaba una vida desgraciada, casado con la escritora, pintora y pianista Vivienne Haigh-Wood, a la que le esperaba un funesto futuro, dentro de un sanatorio para enfermos mentales («Vivienne casi fue mi muerte, pero mantuvo vivo al poeta que yo era. La agonía de pesadilla de mis diecisiete años con Vivienne me parece preferible a la aburrida miseria del mediocre profesor de filosofía que habría sido la alternativa», se lee en el comunicado que ayer se hizo público).

Eliot y Hale reanudaron entonces su amistad, viéndose tanto en Estados Unidos –como una vez en 1933, en la isla californiana de Balboa, tras aceptar una cátedra universitaria– como en Inglaterra, desde 1930, donde se encontraban en un pueblo a ciento cincuenta kilómetros de Londres, Chipping Camden, a la espera de su matrimonio con Vivienne.

En todo caso, las relaciones sentimentales que mantuvo Eliot con diferentes mujeres nunca recibieron la aprobación de sus amigos, algo que él notó según todas las noticias, aunque decidió eludir el asunto discretamente. Su obsesión por su antigua amiga se refleja en cómo, por ejemplo, a lo largo de solo un año, 1932, llegó a mandarle cien misivas, y al año siguiente sesenta y cuatro. En 1947, Vivienne moría, lo que en principio dejaba a Eliot con la libertad de conciencia para tomar como esposa a Emily. Pero eso, por segunda vez, no ocurrió.

Tampoco se mantuvo viudo mucho tiempo, pues no tardó en casarse con una de las secretarias de la editorial Faber & Faber, Valerie Fletcher, que tenía casi cuarenta años menos que él, acerca de la cual se dice que estaba decidida desde tiempo atrás a convertirse en la pareja definitiva del poeta.

En todo caso, Eliot tuvo un vínculo algo extraño y tormentoso con esta mujer, a la vez que la sombra de Emily todavía planeaba sobre su vida y sus recuerdos. Ésta conservó esos cientos de cartas y un buen día decidió donarlas al fundador del Programa de Estudios Americanos de Princeton.

Se dice que Eliot quemó la correspondencia que recibió de ella («Las cartas que envió EmilyHale han sido destruidas por un colega a petición mía», escribe al final del comunicado), pero desde ahora ya se pueden conocer las de él «in situ» después de una condición –que nadie pudiera consultarlas hasta que pasaran cincuenta años después de que muriera el último de los dos: Eliot falleció en 1965 y Hale en 1969– que ya ha llegado a su fin.

Entre Shakespeare y el “fácil” Dante
En «La aventura sin fin» (Lumen) podemos conocer la labor como crítico literario de Eliot: textos de 1919-1961 que complementarían los ensayos «El bosque sagrado» (1920) y «Función de la poesía, función de la crítica» (1933). Los textos más interesantes son los que abordan a Shakespeare y Dante; en el primer caso, comenta con mucha ironía tres trabajos de eminentes escritores de su tiempo sobre el Bardo, y en el segundo, explica cómo es de sorprendente que la poesía del florentino sea «extremadamente fácil de leer». El escritor siempre llevaba un ejemplar de la «Comedia» a todas partes, pues no en balde para él «es la única escuela universal de estilo para la escritura poética en cualquier idioma». Asimismo, denunciaba la poca valoración que se le tiene a Baudelaire como prosista, y reflexionaba sobre «¿Qué es un clásico?» y el género teatral, que él cultivó.