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Cuerda: anochece, qué tristeza

No perdía el humor. Lo conservó hasta el final. El niño que pasó por el seminario y quiso estudiar leyes acabó metido de lleno en la pantalla. Director, guionista y productor, falleció ayer a los 72 años. El cine del absurdo lleva su apellido

El director José Luis Cuerda durante la presentación hoy de su película "Tiempo después" que compite en la sección oficial de la 66 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.
El director José Luis Cuerda durante la presentación hoy de su película "Tiempo después" que compite en la sección oficial de la 66 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.Javier EtxezarretaEFE

«Pues yo creo que me voy a sacar la chorra», se respondía en «Amanece, que no es poco» (1988) al orgullo de un padre (Luis Ciges). Presumía éste de hijo noble, uno que era ingeniero y daba clases en Oklahoma (Antonio Resines), y los diálogos de José Luis Cuerda (Albacete, 1947) le respondían con toda la retranca castiza del mundo. Diría que surrealismo en estado puro, pero al bueno de Cuerda no le gustaba lo del «surrealismo»: «Eso es lo automático, sin cálculo ni medida, y eso en cine no puede ser». Así que hagamos bueno eso de «palabra del señor» y no discutiremos con un grande que ayer nos dejó.

Es por ello que, volviendo a visitar «Amanece», ahora se hace más palpable que nunca una de las ya míticas frases –que no son pocas– de su obra culmen: «¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!». Pues eso. Ahora el alcalde no es otro que su «padre», el que le dio forma, José Luis Cuerda. Una de las figuras más destacadas de la historia del cine nacional. «Un genio», en palabras de un hombre que se puso hasta en tres ocasiones a sus órdenes, Resines: «Sus películas eran distintas a las demás», reconocía ayer tras conocer el fallecimiento del director a los 72 años en su domicilio de Madrid.

Cómo pillar a España

Puede que esa diferencia la marcara su concepción de España, un país que el cineasta no sabía «por donde pillar», reconocía durante la presentación de su última película, «Tiempo después» (2018), cinta con la que cerraba el círculo iniciado a finales de los 80 al convertirla en la «secuela espiritual», explicaba, de «Amanece, que no es poco». Fue la última vez que se pudo disfrutar del particular buen hacer de Cuerda. De su cine, eso que para él era «sustancialmente un haz de luz en la oscuridad». Un arte que venía de la observación: «Las perspectivas desde las que se miran las cosas parece que no cambian y deberían cambiar y extraer datos de ella, de la contemplación de nuestros compañeros humanos, y deducir que no lo estamos haciendo bien para nada». Eran las reflexiones de un señor que ya lo había sido todo, aunque mirando el palmarés de los Goya uno pueda pensar que no. Mejor película para «El bosque animado» en la segunda edición de los premios –ya hemos superado los treinta años de aquello– y poco más. Sí supieron ver su grandeza los Feroz, que hace un año reconocían su trayectoria.

Pero, como el propio Cuerda tuiteaba, «el viento hace lo que le da la gana», por lo que el rencor no aparecería en ese niño de la posguerra que comenzó a dar los primeros pasos de la vida en un seminario. Tres años fueron suficientes para darse cuenta de que eso no era lo suyo, así que probó suerte en el Derecho, carrera que también abandonó. Ni lo uno ni lo otro. El camino de este hombre estaba escrito para tomar otros derroteros. Enfiló un nuevo rumbo como técnico de radio y televisión, ya encaminado a lo que terminaría siendo. A finales de los 60 entró en TVE como colaborador de los informativos, para más tarde dirigir la programación cultural. Fue en esta misma casa donde se inició como director de ficción. Y en 1977 ya tomaría la novela de Ernesto Sábato «El túnel» para adaptarla a la pantalla. El mismo año en el que debutaría con un guión propio, «Mala racha».

La «comedia madrileña»

Un poco más habría que esperar para ver su salto al cine con «Pares y nones» (1982), largometraje que le introduciría en el grupo de noveles de la «comedia madrileña», donde también se sitúan otros como Fernando Colomo, con «Tigres de papel» (1977), y Fernando Trueba, con «Ópera prima» (1980). Sería en esta década en la que se comenzaría a labrar el nombre que hoy lloramos, cosa que también nos aconsejó hacer: «Llorar un poco todos los días es razonable». No se corten. Su siguiente pincelada sería «El bosque animado», como se ha dicho, reconocida en los Goya de 1988. Con ello nacía el Cuerda más total o, al menos, ese que ha quedado en las cabezas de muchos. «Amanece, que no es poco», en la que contaba la vuelta a España de un ingeniero para disfrutar de un año sabático, le convertía en leyenda del cine. El absurdo, y su humor se transformaban de esta manera en el lazo de unión entre las dos anteriores y «Así en el cielo como en la tierra» (1995), con la que Cuerda cerraba un ciclo. Antes, en el 92, había rodado «La marrana», con Resines, de nuevo, y Alfredo Landa; y en 1992 volvería a la televisión para dirigir la segunda temporada de «Makinavaja».

El cambio de registro llegó con «La lengua de las mariposas» (1999), filme basado en un relato de Manuel Rivas y en el que puso al espectador ante la crudeza de la Guerra Civil y nos enseñó la relación de un maestro (Fernán Gómez) con su pupilo (Manuel Lozano). Las trece nominaciones de esta cinta a los Goya se tradujeron en un único cabezón, el de guión adaptado.

A mitad de los noventa ya se había confirmado el Cuerda productor, principalmente de Alejandro Amenábar en filmes como «Abre los ojos» y «Tesis», entre otros. Ayer el director de «Los otros» le recordaba con tristeza y le definía como «un referente» y «mi padre cinematográfico» que, sobre todo, «me enseñó a ser persona». Una labor, la de productor, que no le quitaría el hambre de dirigir: así llegarían «La educación de las hadas» y «Los girasoles ciegos», «Todo es silencio»... Hasta llegar a «Tiempo después», con el que se daba el capricho a sus seguidores de reencontrarse con «Amanece, que no es poco» treinta años después. Seguro que él mismo se acordaba ayer de entonces: «¡Se me está muriendo divinamente, te lo juro! De los años que llevo de médico nunca había visto a nadie morirse tan bien como se está muriendo tu padre. Qué irse, qué apagarse, con qué parsimonia. Estoy disfrutando que no te lo puedes ni imaginar».

Un niño gallego entre 2.500

«He elegido a Manuel Lozano Obispo, de ocho años de edad, entre dos mil quinientos niños vistos en las escuelas y colegios de Galicia, para interpretar a Moncho», escribe Cuerda en su diario de rodaje de «la lengua de las mariposas». El niño, de mayor, quería ser policía. En el colegio era un trasto.