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Zanjamos el debate lingüístico: ¿español o castellano?

Durante la actuación de la española Gisela en los Oscar se pudo leer el rótulo “castilian”, mientras en el de la artista mexicana Carmen Sarahí, que actuó después de ella, ponía “spanish”

Como diría un murcianico, ¿pero etto qué e lo que e? Es tradicional y sabido, al menos por mi generación, que los EEUU de Norteamérica es el país cuyos nativos son los más ignorantes del planeta en geografía. De hecho, en encuestas que se han hecho allí, muchos situaban España al sur de México, otros decían que era el nombre de una comida y los menos decían que era el país de Seve Ballesteros (¡grande entre los grandes!), del Rey Juan Carlos, de Plácido Domingo (¡más grande imposible!) y de la «paella». Por ello, no debe de extrañarnos que a nuestra Gisela le rotularan la canción con ese «castilian» y a la cantante mexicana Carmen Sarahí con «spanish». Ambas, como todo el mundo puede deducir sin más estudios que el sentido común (exclúyanse separatistas catalanes y vascos), cantaron en español, la lengua de Cervantes, de Lope de Vega, de Quevedo, de Luis Alberto de Cuenca…, como es universalmente conocido nuestro hermoso idioma.

Pero, a la vista del embrollo y de la estulticia de Hollywood, parece ser que hemos de hacer tres precisiones. La primera nos lleva al nombre del idioma: ¿español o castellano? Desde el Siglo de Oro la alternativa quedó superada por nuestros clásicos, por lo que español lo usamos «para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo», nos dice la Fundéu. Es la denominación que se utiliza internacionalmente (spanish, espagnol, spanisch, spagnolo, etc.). Como tiene matices distintos a un lado y a otro del Atlántico (pero la misma Gramática y un Diccionario de léxico común compartido), los filólogos lo distinguimos con el marbete: español de España y español de América. De hecho, en los mismos USA, se pregunta todavía a la gente si es «hispano de España» o de «Hispanoamérica» (allí les gusta más «latinoamericano»).

La segunda precisión es que el castellano, como tal, «stricto sensu» (o viceversa), es un dialecto procedente del latín, cuyas primeras manifestaciones se fechan en las Glosas Silenses y las Glosas Emilianenses de finales del siglo XI. A partir del latín vulgar se va desarrollando nuestra lengua y en poco tiempo va a ser hegemónica en la Península. En este caso, más propio de estudios diacrónicos del español, se puede hablar de castellano. Y la tercera precisión la circunscribimos al hablar de las lenguas hispanas, es decir, las que se hablan en España, que, como todos los lectores saben, son vascuence, castellano, catalán y gallego. Pero, aparte de la ignorancia, está una vieja cuestión: la lengua es compañera del imperio, decía Nebrija, y, por desgracia, hoy no tenemos un Gobierno central que defienda el español en el mundo. ¿Cómo va a hacerlo, si no defiende ni a España? ¡Cosas veredes, don Sancho!, vaticinó el más grande.