Plaga de vampiros en Madrid
El CaixaForum de Madrid repasa en una exposición la historia de los vampiros a través de la literatura y el cine. El montaje exhibe los trajes de «Drácula» de Ford Coppola y el manuscrito de la adaptación teatral que el propio Bram Stoker escribió
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El vampiro comenzó como un terror sexual y proteico y ha terminado siendo un ídolo pop que adorna las carpetas de las adolescentes. No existe monstruo que la sociedad de consumo no termine deglutiendo y comercializando en camisetas. La criatura de Bram Stoker simbolizó el miedo al erotismo y las enfermedades venéreas en una época donde una noche de juerga suponía jugar a la ruleta rusa con la sífilis. Con su obra lo que fue una tradición de aldeanos en Transilvania se convirtió en un mito universal con abundantes resonancias y planos de significación psicológica. Su pluma revirtió el «no muerto» en un símbolo del amor eterno, la ambición humana por alcanzar la juventud eterna a través de una inmortalidad sangrienta y violenta -los griegos ya entrevieron que toda «hybris» arrastra un castigo- o en el reflejo de las identidades ocultas y corrupciones que guardamos por dentro. El «no muerto» lo popularizó el escritor irlandés en una novela que, nunca mejor dicho, chupaba de «El vampiro» (1819), de Polidori, y «Carmilla» (1872), de Joseph Thomas Sheridan Le Fanu. El novelista tomó como trastienda histórica las leyendas de la húngara Erzsébet Báthory, apellidada «la condesa sangrienta», y Vlad Tepes, conocido como «el empalador», lo que ya arroja una pista de cómo se las gastaba con los turcos y otros pueblos que cruzaban la frontera de su reino. Hay quien también apunta a que en el trasfondo del libro late el germinal conflicto entre Irlanda y Gran Bretaña, que todavía hoy anda coleando.
Los «chupasangres» siempre ha poseído una enorme capacidad para metamorfosearse y adaptarse a las épocas. Lo que solo eran habladurías en torno a cementerios han ido cargándose de las más variopintas interpretaciones gracias al cine. El «Nosferatu» de Murnau poco tiene que ver con los yonquis de Abel Ferrara en «The Addiction» (1995). «A partir de la década de los ochenta han tenido una enorme significación política. En el siglo XIX, Marx llama vampiros a los capitalistas que abusan de los trabajadores. Voltaire emplea la misma palabra para referirse a la aristocracia y los irlandeses también la usan para definir la política de Londres respecto a ellos. Es un personaje que evoluciona y se amolda a cada tiempo. Por eso no envejece. Es capaz de adecuarse a todas las formas políticas. Hoy es como se llama a muchos banqueros, por ejemplo. Y tenemos también una prueba muy llamativa en la producción dirigida por Ana Lily Amirpour, de origen iraní. Ahí el vampiro es una mujer cubierta con chador que se venga de los hombres. Se oculta detrás de la ropa femenina que prescribe la tradición musulmana para cometer sus asesinatos», comenta Matthieu Orléan, comisario de «Vampiros», la exposición que ayer presentó el CaixaForum de Madrid.
El montaje reúne 360 piezas, desde grabados de Goya, obras de Andy Warhol, Basquiat y Cindy Sherman, un espejo que no refleja tu imagen, el vestuario que Francis Ford Coppola usó para su película, objetos vinculados a los dos «Nosferatus», el de Murnau y el de Herzog, y las interpretaciones, todas distintas entre sí, que Neil Jordan, Roman Polanski o Kathryn Bigelow, entre otros, han dado de este personaje. La muestra está planteada como un recorrido por los principales filmes que han asentado esta figura y el bestiario que lo acompaña en nuestra imaginación. «Si nos fijamos bien -prosigue Orléan- en los veinte era un monstruo muy distinto al de Stoker. Es peligroso, es terrorífico, pero también posee una debilidad: su pasión por un amor le hace olvidarse de volver a su escondite y muere por la luz del sol. Más adelante tenemos a Bela Lugosi, que encarna a un vampiro malvado y seductor, que es capaz de hipnotizar con los ojos y que él mismo desprende una especie de destello, de luz, que lo convierte en un ser espantoso. El epítome lo encontramos en Christopher Lee, que es una forma pura del mal. Lo que ha sucedido después, sobre todo a partir de la saga crepúsculo, es que estos personajes ya no desean ser lo que en realidad son, rechazan la sangre y también la violencia. Son casi estrellas de rock y todos ellos también poseen algo cool. Entre medias, estoy hablando de los ochenta, tenemos una inflexión importante. La aparición del Sida, que se transmite por la sangre, hace que se retome esta figura».
Orléan reconoce que durante la preparación de este montaje tuvo pesadillas. Ahora ha aprendido a convivir con los vampiros. Ya no suponen germen de ninguna inquietud. Tampoco cuando reflexiona sobre una de las dimensiones más ambiguas de estos hijos malditos del demonio: el amor. «Depende de la historia que elijas y el filme que escojas encuentras una vertiente más erótica o sentimental. Pero en esencia es un depredador, una criatura a la que le gusta la sangre. Es muy sexual y también violento. Le le gusta empaparse del fluido que le permite vivir. El director Francis Ford Coppola trabajó un lado más romántico, pero, seamos sinceros, por lo general, es un depredador feroz, alguien extremadamente brutal».