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Jaime Salinas, el editor que inventó a Carmen Balcells

La vida profesional y profesional de uno de los hombres que revolucionó la edición española ve la luz a través de testimonios, entrevistas y la correspondencia con su compañero sentimental

Jaime Salinas (izda.) y Gudbergur Bergsson, en la casa de la calle Felipe Gil (Barcelona), hacia 1957
Jaime Salinas (izda.) y Gudbergur Bergsson, en la casa de la calle Felipe Gil (Barcelona), hacia 1957larazon

En 2003 se publicaban con el título de «Travesías» las memorias de Jaime Salinas (Argelia, 1925-Islandia, 2011). Hijo de Pedro Salinas, uno de los más destacados poetas de la Generación del 27, fue un todo un referente de la moderna edición en España, renovando, a partir de los 50, no solo la vertiente comercial del libro, sino su trascendente dimensión literaria y cultural. Ese volumen abarcaba la rememoración de sus primeros treinta años de vida mostrándonos la esfera familiar de su juventud, vinculada al exilio paterno, así como su alistamiento en el American Field Service, cuerpo sanitario estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, sin olvidar el despertar de su orientación homosexual, su temprano contacto con destacados poetas, como un adusto Juan Ramón Jiménez o el retraído Luis Cernuda, y el descubrimiento de la literatura como una esencial forma de vida.

Finalizaba el volumen cuando, regresado a España, en 1955 comenzaría a trabajar en la barcelonesa editorial Seix Barral –«Allí aprendí la alegría de la profesión», dirá–; no podía sospechar acaso que ese sería el comienzo de una nueva etapa profesional y personal, decisiva en el ámbito de la edición española del inmediato futuro. Durante algunos años se especuló con una posible continuación de esas memorias; no tuvieron lugar, pero hoy contamos con un impagable sustituto en «Cuando editar era una fiesta», que acaba de publicar en modélica –y titánica, por su rigor y extensión– edición Enric Bou, crítico literario y profesor de literatura española y catalana en la veneciana Universidad Ca’Foscari. Se combinan en estas páginas, en pormenorizada sucesión cronológica, diversos materiales –una labor de «patchwork», señala el propio editor–: fragmentos de las memorias de Carlos Barral y los diarios de Jaime Gil de Biedma, testimonios de amigos y conocidos, referencias de bibliografía crítica, algunas entrevistas al propio Salinas y, sobre todo, la extensa correspondencia que dirigió al escritor islandés Gudbergur Bergsson, su compañero de toda una vida. La epistolografía es ya reconocida como una de las principales fuentes del análisis literario porque ofrece frecuentemente la voz íntima del autor, la desinhibida expresión de su identidad ética y estética.

Esto es lo que sucede aquí con Jaime Salinas, quien, además de legarnos información de primera mano sobre muy diversos episodios de la vida cultural española a lo largo de más de cincuenta años, ofrece su perfil intelectual, el de la burguesía ilustrada anterior a la Guerra Civil y, en su caso más concreto, el porte señorial y refinado, de exquisita educación y voluntad de esteta, fascinado por la belleza del pensamiento y la sensibilidad de las emociones. Muestra aquí varios de sus más arraigados criterios profesionales: el editor debe ser un intermediario entre el escritor y el lector; el libro no es un simple objeto comercial, sino un fundamental instrumento del conocimiento humano; y el catálogo editorial debe obedecer a un proyecto personal y ha de abrirse a una visión cosmopolita de la alta literatura. En el fondo de estas pretensiones alentaba el viejo –y renovado– ímpetu regeneracionista, pretendiendo la emancipación de un público lector que empezaba a dejar atrás la oscuridad de la tardopostguerra.

El estilo «british»

Bajo un habitual carteo de periodicidad semanal, Salinas retrata puntualmente la transformación cultural de una sociedad que evolucionaba desde el desarrollismo económico a la eclosión de la democracia y la integración europea. Y todo ello bajo la aguda mirada crítica del intelectual –él rechazaría acaso esa condición con delicada modestia– formado en la cultura francesa y el estilo «british», en armónica mundanidad de la razón. Asistimos aquí a los entresijos de, entre otras cuestiones, la gestación del proyecto del «libro de bolsillo»; su ilusionada tarea al frente de la Dirección General del Libro y Bibliotecas (1983-85); la relación profesional con su amigo el también editor Einaudi; su papel moderador en las por momentos tempestuosas conversaciones literarias de Formentor (1959 y años posteriores), con un tronante Cela y un Delibes prudente; la revolución del diseño gráfico, contando con la moderna inspiración de Enric Satué; la mantenida amistad con la agente literaria Carmen Balcells –«A ella la inventé yo», enfatiza–; su decisivo protagonismo en la gestación, a través de Gabriel García Márquez, del «boom» hispanoamericano; y la estrecha colaboración con una renovada Residencia de Estudiantes, y, en un ámbito más personal, la fraternidad con el grupo madrileño de la generación de los años cincuenta, con Juan García Hortelano y Juan Benet, sobre todo.

Parte de una vida, la que nos faltaba por conocer de primera mano, es contada con la pulsión intimista de quien sabe aunar el ámbito personal con el profesional. Su paso por la mencionada Seix Barral, Alianza Editorial, la primera Alfaguara y Aguilar marca una trayectoria que revolucionaría la edición española, modernizando sus esquemas comerciales y culturales. Tenemos aquí el testimonio de una cartas personales que informan, documentan, emocionan y conmueven en su revelada y exquisita intimidad.