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Historia

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Netflix reabre el caso: ¿Quién mató a Malcolm X?

Uno de los casos criminales y políticos más célebres de Estados Unidos vuelve a estar en el punto de mira de la justicia por un documental emitido en al plataforma. ¿Hubo un error judicial en la condena de dos de los implicados? La oficina del fiscal del distrito de Manhattan se ha reunido con representantes de la organización comprometida con la exoneración de los falsos culpables.

Malcolm X addresses a rally in Harlem in New York City on June 29, 1963.
Malcolm X addresses a rally in Harlem in New York City on June 29, 1963.larazonAP

«¿Quién mató a Malcolm X?» La serie documental de Netflix son seis capítulos como seis infartos. Seis disparos en el miocardio de la historia americana. La serie, que tuvo un pase previo en la cadena Legacies, es fruto de la pasión de un activista, Abdur-Rahman Muhammad, convencido de que aquello fue una monstruosa conspiración. Una coartada para tapar lo sucedido. Una cacería de hombres libres que acallaba conciencias y cerraba fosas que a nadie interesan. Como todos los productos de esta índole la serie, exhaustiva, sesgada pero también implacable, obsesionada con los agujeros negros y las zonas de sombra, encara miles de papeles, husmea en las hemerotecas, reúne testimonios, hace desfilar a numerosos testigos, contemporáneos de una tragedia que todavía quema.

¿Eran inocentes los condenados? ¿Estuvo detrás el FBI? Sin duda el clima de la época, desquiciado, amerita semejante conjetura. Los estertores violentos de los grupos sudistas y sus pistoleros de caperuzo blanco eran todavía omnipresentes. ¿O caso fueron sus antiguos correligionarios en la muy racista Nación del Islam? Veamos. Tres hombres, Muhammad Abdul Aziz, Thomas Hagan y Khalil Islam fueron arrestados y condenados. Hagan confesó, y muchos años después, en el 78, incluso dijo quienes fueron sus teóricos cómplices. Los otros dos mantuvieron su inocencia. Islam salió de la cárcel en 1987. Falleció en 2009. Hagan fue liberado en 2010. Aziz, en 1985. Y es él quien pelea para limpiar su nombre y encontrar a los culpables. En aquel momento, mediados de los sesenta, Malcolm X, también llamado Malcom Little, también conocido como El-Hajj Malik El-Shabazz, acababa a de distanciarse de la organización para seguir un camino que posiblemente lo habría conducido junto a Martin Luther King Jr. Si el propio reverendo King no hubiera sido igualmente asesinado.

De creer al documental al menos dos de los condenados por el crimen eran inocentes. Las dudas son tan llamativas, y la presión pública tan notable, que la mismísima fiscalía de Manhattan ha asegurado que retomará el asunto. Malcolm X, caso abierto. De hecho, los fiscales ya mantienen contacto directo con activistas y abogados especializados en revisar condenas dudosas. Un asunto punzante en un país con un sistema penal tremendamente punitivo que mantiene vigente la pena de muerte y la cadena perpetua sin posibilidad de revisión en numerosos estados. Mucho más dada la bestial trascendencia del asesinato del legendario activista negro, mito y figura de la respuesta más politizada, radical e incómoda en la lucha por los derechos civiles, cuando el movimiento conoció años catárticos con varias facciones enfrentadas. De un lado, los posibilistas, los partidarios de poner la otra mejilla, los herederos del núcleo duro de Alabama y Mississippi, los King y cia. Del otro una Nación del Islam con tintes segregacionistas, mucho más extrema que los predicadores baptistas, y unos incipientes Panteras Negras que germinaron en 1966.

El papel de Donald Trump

En una nota enviada a los medios la fiscalía explica que «Cy Vance, fiscal del distrito, se reunió con representantes del Proyecto Inocencia y un abogado asociado con respecto a este asunto». Una vez hagan las primeras pesquisas los expertos «informarán a la oficina sobre qué pasos adicionales de investigación se pueden emprender». No parece que el departamento se lo tome a la ligera. Los dos investigadores serán nada menos que Peter Casolaro y Charles King.

Desde el Proyecto Inocencia recuerdan que su representado, el señor Izan, ya tiene 81 años, y que Casolaro fue nada menos que el hombre que investigó, y destapó, el inmenso caso de corrupción de los llamados Cinco de Central Park, los cinco adolescentes, latinos y afroamericanos para más señas, que fueron condenados en 1989 por una violación. Hasta que en 2001 un asesino en serie y violador en serie, Matías Reyes, confesó ser el autor del crimen. Como nota al margen, cabe recordar que cuando los jóvenes fueron sentenciados, el hoy presidente, Donald Trump, denunciaba las condenados de los jóvenes como demasiado livianas, les cayeron entre siete y quince años de cárcel, al tiempo que pedía la reintroducción de la pena de muerte en Nueva York.

En cuanto a las teorías sobre Malcolm X y las manos negras que habrían intervenido en el crimen, viene bien recordar al ya fallecido profesor de la universidad de Columbia, Manning Marable, gran experto en las tensiones raciales en Estados Unidos, es también el autor de libros como «Beyond black and white: transforming african-american politics» y «Black liberation in conservative America», y por supuesto, de autor de la biografía definitiva de Malcolm X.

La conspiración y la leyenda

Marable, que desbrozó como nadie la vida, obra y milagros del joven y ardiente orador, carismático y seductor, también mesiánico y fabulador, siempre sostuvo que ni la policía ni los servicios secretos fueron suficientemente cuidados para proteger al político. Sabían de una conspiración en contra, de las amenazas, y, sin embargo, no enviaron a nadie a protegerlo y vigilar el mitin donde acabaría por ser asesinado. Pero ni siquiera Marable fue capaz de reunir más que conjeturas en torno al caso.

Quién sabe si Casolaro será capaz de llegar allí donde el reputado historiador marxista abandonó entre suposiciones, en los que sin duda constituye el capítulo menos potente de su libro. No hay, desde luego, príncipe de la lucha por los derechos civiles más venerado y capaz de generar toneladas de literatura. Frente al siempre magnífico Luther King, demasiado pactista, o realista, para los más jóvenes, Malcolm X reúne las necesarias dosis de visceralidad, dinamita poética y mordisco, la épica del hombre que llama a la guerra y la condición maldita del guerrero que acaba por renunciar a casi todo, y también maestro de mentir sobre sí mismo, porque la mejor historia es siempre la leyenda para pasar a la historia como el mártir incontestable al que está por ver si todavía nadie ha hecho justicia.

El FBI, en el centro de la teoría de la conspiración

La década de los sesenta fue la más fructífera en cuanto a la desaparición de líderes, de nombres que marcaban el mejor camino para la sociedad estadounidense. El eje de todas estas muertes siempre fue la violencia y las nada claras consecuencias en las que habían sucedido estos crímenes. Todo empezó en Dallas, el 22 de noviembre de 1963, cuando cayó asesinado el presidente John F. Kennedy. Tras él, Malcolm X, Martin Luther King jr. y Robert Kennedy. La sombra de la conspiración se encuentra en todos estos casos, siempre con un denominador común llamado J. Edgar Hoover, el temido director del FBI.
En el caso de Malcolm X se sabe que Hoover ordenó a su agentes que llevaron a cabo un detallado seguimiento del líder negro mucho antes incluso de que atrajera a las masas, una operación que empezó a finales de los 50. Para el FBI, Malcolm X era una amenaza incluso cuando se separó de la Nación del Islam. El 5 de junio de 1964, Hoover enviaba un telegrama a las oficinas de la agencia en Nueva York pidiendo que «se haga algo», un «algo» con muchas lecturas.
¿Intervino la Policía de Nueva York? Una semana antes del crimen, el domicilio de la familia de Malcolm X fue incendiado, salvando la vida de manera milagrosa. Siete días más tarde, Malcolm ofrecía una charla en el norte de Manhattan sin un oficial a las puertas del local en el que intervenía.
Para algunos investigadores del caso nos podríamos encontrar ante una operación relacionada con COINTELPRO, el programa con el que el FBI quiso controlar y desmontar organizaciones políticas en suelo estadounidense.