Los libros de la semana: de la Antigua Grecia al golpe perfecto de Richard Lange
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No son griegos exóticos
«Nosotros los griegos», dicen que decía Nietzsche; «el griego Goethe», parece que le llamaba su amigo Schiller; «todos somos griegos», afirmaba Shelley. Y hoy, de nuevo, uno de los filósofos más rompedores del panorama contemporáneo, vuelve, inevitablemente, a esos griegos antiguos que se desvelan cada día como familiares, modernísimos, problemáticos e inagotables. En suma, los griegos y nosotros, como subtitula Simon Critchley su nuevo ensayo que versa sobre el tema clave del legado clásico: la tragedia ateniense. No son «griegos exóticos», como pretenden muchos, sino muy cercanos, casi íntimos. Debo confesar que tenía muchas ganas de escribir algo, siquiera breve por necesidad, sobre este originalísimo pensador desde que leí su libro sobre David Bowie. Critchley examinaba la figura de este personaje único, de mirada helenística y máscara teatral. Luego abordé su libro sobre fútbol y ha querido el hado que acabase escribiendo sobre el libro que, de forma inspirada, ha dedicado a la tragedia griega.
Este profesor británico de la New School, especializado en principio en filosofía francesa contemporánea, ha lidiado también con los heideggerianos y con el XIX: pero su retorno a los orígenes tenía que culminar en esta vindicación de lo trágico como pensamiento. De «los griegos y nosotros», de su relevancia indiscutible para hablar de nuestros problemas. Con inteligencia y rigor, amor a la filología y al mito, pero también con continuas interpelaciones a la modernidad, dedica esta obra traducida al español a la tragedia. Critchley aborda en primer lugar la «vexata quaestio» del origen de la tragedia, que obsesionó a Aristóteles y Nietzsche (que en 1872 publicó el libro que causaría su ostracismo académico pero el comienzo de su pensamiento vivo). Luego pasa de los orígenes (maneja a Goodhill y Girard) a las funciones, siguiendo a los grandes filólogos Vernant et Vidal-Naquet, de la Escuela de París, en su libro emblemático «Mythe et tragédie en Grèce ancienne». Critchley se decanta sobremanera por la tragedia como problematización del individuo y la comunidad. Todo cambia en la historia intelectual y emocional de Occidente, dicen Vidal-Naquet y Vernant, con la puesta en escena de ese extraño medio público educativo de la «polis». Es una pedagogía que no enseña respuestas, sino preguntas. Critchley muestra cómo la tragedia cuestiona las tradiciones y las ideas que damos por sentadas, no solo la del moderno y sofístico Eurípides, sino la tragedia por excelencia, la de Sófocles (Antígona, Edipo Rey), e incluso la del solemne Esquilo. Para ello, en un recorrido apasionante,
Critchley recorre la relación entre tragedia y retórica, tragedia y política, tragedia y emociones para evidenciar la gloria de este efímero experimento literario, que murió con la democracia antigua. Un libro imperdible: si ya lo era Critchley «el moderno» mucho más lo es Critchley «el griego».
El golpe perfecto de Richard Lange
Hubo un tiempo feliz en el que, dentro de la serie negra, reventaban sus costuras numerosos subgéneros policíacos. Uno de los más divertidos era el de atracos, ladrones y robos, que irremediablemente salían mal y la banda acababa a tiros. Lo que en EEUU se conoce como «caper story» los españoles lo llamaban películas de atracos y robos. En España eran famosas las novelas «GP policiaca», en cuyas portadas siempre aparecía una mujer sexy con una pistola humeante y un cadáver a sus pies. Era éste un subgénero de comedia, con situaciones delirantes, robos mayúsculos, bandas de pícaros y ensalada de tiros final por quedarse con el dinero robado. Películas como «Rififí» (1955) y su parodia «Rufufú» (1958) son dos buenos ejemplos de estos «heist films».
Para críticos y lectores, el mayor genio de las «caper story» es Donald E. Westlake y su serie del ladrón, timador y gafe Dormunder, con unas tramas de lo más rocambolescas y un desternillante sentido del humor. «Los timadores» (1990) y «Too Much» (1995) lo popularizaron y la saga de Parker, firmada como Richard Stark, une «A quemarropa» (1967) de Lee Marvin con el «Parker» (2013) de Jason Statham.
En esta línea de «novela juguetona» se puede inscribir «Un golpe brutal», de Richard Lange, en la que recupera los clásicos timadores de medio pelo de Westlake, su ingenio humorístico, al tiempo que rescata los diálogos cínicos de Chandler y el tono seco y cortante de Elmore Leonard. Y lo hace de forma brillante, con diálogos vívidos y réplicas briosas.
Todo en esta obra resulta fascinante, desde la sucinta descripción del ambiente hasta la construcción minimalista de los personajes secundarios, parte esencial del género: la prostituta negra, el chulo, el matón, el tullido de guerra, la hija veinteañera, el viejo actor de cine y cuantos personajes accidentales dotan a la obra de un tejido tan denso y fascinante como el mejor «LA Noir» (corriente literaria de género policíaco) que firmaba el primer Don Winslow.
Son espléndidos los diálogos y las brillantes descripciones: «Victorville relucía como un cubo de ascuas volcado en medio del desierto», y «la sucia moqueta parecía un animal atropellado». No hay duda de que estamos ante la novela del año, y no merece pasar desapercibida. Pero el lector vive atrapado en el más estandarizado «noir». Prueba de ello es el poco caso que se le hace a Westlake y Leonard y el mucho que recibe el aburrido y pretencioso Ellroy.
Aquí, Lange describe un Hollywood para turistas tan sucio como subirse al autobús de las estrellas. Poblado de timadores y pícaros de medio pelo y atracadores sin cerebro. La diferencia de Lange con los clásicos es su humanización de los perdedores, su forma realista de narrar y unos personajes que enamoran. La trama es ingeniosa y el sentido del humor está a la altura de su soberbio estilo literario. Lean «Un golpe brutal». Es casi perfecta, y novedosa, y fresca, y emocionante descubrir a un gran escritor en plena pujanza.