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Historia

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«Paperclip», a la caza del cerebro nazi

«Hunters», la serie de Al Pacino para Amazon, narra la trama de un comando que, en el Nueva York de los 70, intenta fundar el Cuarto Reich. Pero no todo es ficción, los guionistas también se han apoyado en pasajes reales como el de esta operación con la que Estados Unidos se hizo con los mejores científicos alemanes

Wernher von Braun (con el brazo escayolado) antes de viajar a EE UU
Wernher von Braun (con el brazo escayolado) antes de viajar a EE UUNARA

«Esta forma de ataque nos pone sin duda a prueba y resulta ciertamente inquietante» decía el primer ministro británico, Winston Churchill, ante los Comunes el 6 de julio de 1944, después de 26 días de soportar los impactos de las V-1 alemanas, que alcanzarían el número de 9.521 en 9 meses. Pero aún no había experimentado lo peor, que llegó el 8 de septiembre con la primera de las 1.500 V-2 que alcanzaron suelo británico, causando efectos terribles aunque irrelevantes a efectos del resultado de la contienda: 11.855 muertos, más de 25.000 heridos, 107.000 viviendas destruidas y daños ingentes en bienes y dotación urbana.

La reacción de Churchill, aparte de tratar de bombardear las rampas de las que partían las «bombas silbadoras» o «bombas volantes» fue pedir el antídoto contra ellas a dos de sus sabios de cabecera, los físicos Frederick Lindemann y su alumno Reginald V. Jones, que ya le habían rendido interesantes servicios y terminaron por descubrir un proyectil que podía seguir y destruir las V-1. Pero pensaron en algo más: aprovechar, una vez derrotado el nazismo, los conocimientos científicos, la tecnología y los avances alemanes que llevaban observando durante toda la contienda.

En Moscú y en Washington estaban pensando lo mismo y, aunque en menor medida que soviéticos y estadounidenses, los británicos, con el pretexto de que los especialistas alemanes en aviación no cayeran en manos soviéticas y proporcionaran a Stalin la mejor aviación del mundo, lograron llevarse a Reino Unido a un centenar de técnicos aeronáuticos en 1946/47 (Operaciones Backfire y Surgeon). Estados Unidos veía asombrado los avances del III Reich: las bombas teledirigidas, los combustibles sintéticos, los nuevos submarinos, los aviones a reacción... Nació así la idea de la «Operación Overcast», aprobada por el presidente Truman en septiembre de 1945 y denominada tres meses después «Paperclip», aunque desde seis meses antes llevaban dándose pasos para reclutar a centenares de personajes significativos para el Tercer Reich en los campos de la física, la química, la electrónica, la ingeniería, la medicina o el espionaje.

Aparte de las mencionadas hubo otras iniciativas para sacar todo el tuétano al hueso alemán, como Alsos (tecnología nuclear), Lusky (aeronáutica), Ticon (criptografía) o FIAT (embargo de decenas de toneladas de documentos con todo cuanto pudieron hallar respecto a los avances alemanes en todos los campos). El número total de físicos, químicos, ingenieros, criptógrafos, médicos y espías que trabajaron para los aliados tras la guerra debió superar los cuatro millares y los beneficios reportados por sus investigaciones y por las innumerables patentes que se apropiaron han sido valorados por investigadores como el profesor John Gimbel, de la Universidad Humboldt de California, en más de 10.000 millones de dólares de la época («Science, Technology, and Reparations: Exploitation and Plunder in Postwar Germany», 1990). Sobre estos temas la bibliografía aún es escasa porque los archivos han tardado en abrirse o siguen siendo un secreto en manos de las industrias que los captaron, salvo en lo que respecta a los cohetes de los que comenzó a escribirse libremente a finales de los años cincuenta.

Sombra de paro y miseria

El gran centro de investigación y fabricación de muchos de los componentes y el montaje de las V-1 y las V-2 había estado en Peenemunde, centro secreto al este de Rostock, a orillas del Báltico, donde trabajaron cuatro mil especialistas a las órdenes del físico e ingeniero, Werner von Braun (Wirsitz, Prusia, 1912/1977, Alexandría, Virginia), tan joven como prestigioso y poderoso, pues para poder investigar con libertad ingresó en las SS de las que era mayor y contaba con el aprecio de Himmler y Hitler.

Pero los aliados descubrieron y bombardearon el centro, que fue trasladado a Dora-Mittelbau, cerca de Leipzig, a una inmensa factoría subterránea en la que, a las órdenes de aquel equipo de científicos y técnicos, trabajaron millares de reclusos en régimen de esclavitud. A comienzos de 1945, tras la derrota en Las Ardenas y ante el incontenible avance soviético, que amenazaba incluso aquel centro, Von Braun, 33 años a la sazón, y su equipo veían terriblemente amenazado su futuro: les esperaba el paro y la miseria en una Alemania destruida y a los más comprometidos, la exigencia de responsabilidades. Para cambiar tan negro futuro decidieron ofrecer sus servicios a los vencedores y eligieron EE.UU por sus medios económicos, posibilidades industriales y estilo de vida. El problema era abandonar Dora-Mittelbau, aún en plena producción y vigilado por fuerzas de las SS, mandadas por el coronel Hans Kammler. Pero este también maquinaba salvarse y los científicos eran su mejor baza: el 5 de abril de 1945, Kammler escapó en un tren especial que condujo hasta la Alta Baviera a Von Braun y a 500 colaboradores seleccionados.

Esta operación se realizó en medio de la batalla de Berlín, con los norteamericanos en el Elba y pocos días antes del suicidio de Hitler. Con todo el aparato nazi en descomposición y a la fuga, Von Braun mantuvo a su grupo unido y envío a varios de sus colaboradores a establecer contacto con los norteamericanos. Entablada la comunicación, el científico se ganó el interés y el favor de los estadounidenses cuando les comunicó que en Dora-Mittelbau había centenares de V-1 y de V-2 en proceso de montaje. Como las tropas USA se hallaban en la región les fue fácil hacerse con miles de toneladas de fases de cohetes, componentes, motores, combustible, explosivos, maquinaria y herramientas. Los soviéticos llegaron allí meses después, porque la zona se hallaba dentro de su delimitación y no hallaron ni un tornillo.

Un fantástico regalo

Cuando se firmó la capitulación alemana (8-6-45) ya estaban sobre el terreno dos agentes del Pentágono iniciando la «Operación Overcast», los mayores Blomley y Hammill y pocos días después, tras el «regalo de Dora-Mittelbau», comenzaron a negociar con Von Braun y su grupo. En septiembre, llegó a Estados Unidos el propio Von Braun acompañado por siete colaboradores y otros 145 lo hicieron antes de que finalizara el año. Luego, en el curso de 18 meses, entraron en Estados Unidos unos 700 más, seguidos, pronto, por sus familias.

Todos recibieron contratos de trabajo como «empleados especiales del Departamento de Guerra». El flujo de especialistas continuó hasta comienzos de la carrera espacial calculándose que los acogidos en Estados Unidos ascendieron a más de 1.600, además de unos cinco mil familiares. Y todo ello sin que, oficialmente, se enterasen el Departamento de Estado o la Casa Blanca... Quienes sí sintieron su presencia fueron la CIA, que pudo contar con agentes curtidos en asuntos soviéticos, o punteras empresas aeronáuticas o armamentísticas como Lockheed, Martin Company, American Marietta Corporation (luego Martin-Marietta), North American Aviation y, luego, la NASA. También se enteraron y asombraron a los técnicos y militares del complejo del Forsco en Fort Bliss, Texas, que a partir de la primavera de 1946 fueron testigos de los lanzamientos de varias V-2 en el desierto de Nuevo México.

El avance que aquello suponía para Washington fue efímero porque los soviéticos también habían encontrado varios cohetes V-2 que no habían sido lanzados en los estertores de la derrota nazi y encontraron a un especialista, Helmut Gröttrup, capaz de manejarlos. De esta manera, en plena posguerra, comenzó la carrera de los misiles entre EE.UU y la URSS... eran los prolegómenos de la carrera espacial entre EE.UU y la URSS, que culminó con los cohetes Saturno V (13 lanzamientos portando las cápsulas del Proyecto Apolo entre 1967/73) diseñados por Von Braun y su equipo. En 1969, un Saturno V impulsó al Apolo XI «Columbia» hasta la luna y a seis más en los años siguientes.