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Expolio nazi: así vendió el Tercer Reich arte en España

Soldados de la División Azul y galeristas españoles infiltraron y vendieron obras de arte en nuestro país procedentes de las incautaciones de los alemanes. Un tráfico que el franquismo no quiso ver ni tampoco frenó

Unos soldados aliados encuentran un Rembrandt que los alemanes escondieron en el interior de una mina
Unos soldados aliados encuentran un Rembrandt que los alemanes escondieron en el interior de una minalarazon

Alois Miedl. Un bávaro modélico, un típico alemán del sur. Tez morena, ojos castaños, alrededor de 1,75 de estatura, complexión fuerte sin llegar a ser obeso y el aspecto habitual de los hombres robustos que han practicado deporte en su juventud. De carácter divertido, un punto espontáneo, inclinado a la conversación y de natural abierto, hablador hasta lindar lo parlanchín, simpático sin tacha y amable sin lugar a dudas, pero de palabras cautas, muy medidas, y confesiones prudenciales, escasas, propias de las personas con pasado o que ocultan algo. Una cautela que no encaja con su aparente campechanía y sí con el temperamento de los interlocutores que platican mirando a la cara. Son las seis y media de la tarde, Madrid, en el hall del hotel Capitol. La fecha, el 12 de abril de 1945. Su presencia corriente no llama la atención de nadie. Salvo de Theodore Rousseau, de los servicios secretos norteamericanos. Solo él sabe que la persona que tiene delante es el individuo que vendía los cuadros al Tercer Reich, en concreto a Hermann Goering para que completara su colección. Lo cuenta Miguel Martorell en «El expolio nazi» (Galaxia Gutenberg). Una obra que toma como hilo conductor la figura insólita y desconocida de este personaje para alumbrar la implicación de España en el tráfico de bienes culturales durante la Segunda Guerra Mundial. «Sabemos, sobre todo por los informes del espionaje inglés y americano, que muchas galerías españolas venden arte procedente de Europa. Algunos de ellos provienen de Rusia. No se suele conocer mucho, porque estos soldados están envueltos en una bruma épica. Los combatientes de la División Azul fueron recibidos como héroes y nadie se tomó la molestia de registrar lo que traían con ellos. Es un tema que en las investigaciones tratan de refilón, pero es evidente que en España entra arte de contrabando y de manera clandestina. Los servicios secretos aliados, de hecho, identifican galerías que traficaban con militares de la División Azul. Pero no tenemos registro de todo lo que trajeron ni tampoco qué obras», explica el autor.

Es el primer jalón de una larga historia en la que participan muchas personas. «El expolio nazi hubiera sido imposible sin la connivencia de directores de museo, historiadores del arte, conservadores y marchantes –prosigue Martorell–. Jamás una guerra había movilizado a tantos especialistas de esta disciplina como la Segunda Guerra Mundial. Se habla de un pacto fáustico. Una persona es ascendida de ser, por ejemplo, el director del museo de Dresde a director de la colección de arte de Hitler para Alemania. Tienes al alcance todos lienzos y esculturas que quieras, puedas datar todos los Rembrandt y muchos especialistas firmaron este pacto».

Y la España de Franco estaba ahí. El mismo Museo del Prado fue tentado por la nómina de óleos que trae Alois Miedl. Había un Frans Hals que hubiera completado muy bien sus colecciones, pero en este caso, el director de la pinacoteca, Álvarez de Sotomayor, es consciente de que no todo vale, de que hay rayas que no se pueden cruzar. Y no compró. El propio Museo Thyssen se ha visto envuelto en esta telaraña. Un Pissarro de sus colecciones –«Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia»– proviene del desvalijamiento de las colecciones y galerías judías. Esta obra pertenecía a la familia Neubauer. Después de una azarosa existencia durante los años del conflicto, lo adquirió el barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza en 1976. El nieto del propietario lo reclamó en 2000. Interpuso una denuncia en 2005. La Justicia falló a favor del museo y hoy la tela cuelga en sus paredes. Pero todos saben de dónde salió. «El franquismo, en este asunto, pecó por omisión, por pensamiento, por palabra y por obra en algunas ocasiones –explica Martorell–. Hizo la vista gorda. Tenemos constancia de que participó en el contrabando de obras de arte. Estas remesas entraban por la frontera, valija diplomática y los aviones que volaban desde Berlín a Barcelona. Una línea aérea que se mantuvo abierta hasta el 5 de mayo de 1945. Alemania se rinde el 8. Fue cómplice».

Galerías españolas

Entre las galerías que se beneficiaron hay algunas famosas. Los aliados testimonian que Arturo Linares, un marchante que tenía una en la Plaza de las Cortes, justo enfrente del Congreso de los Diputados, comerciaba con este arte; que la galería Vilches, en los años de posguerra, también obtuvo un claro beneficio. Esto se conoce por la documentación incautada a un particular, que conoce bien el mercado de arte español, y que, en un tono privado, comenta una exposición de pintura europea de los siglo XV y XVI en esta casa. Asegura que esas piezas no pueden proceder de coleccionistas de nuestros países y que es parte del arte incautado por los alemanes que ha llegado a España y que ahora están tratando de dispersar a través de ventas. También existe un tal García Calles que, sin comercio ni nada, se enriquece con este tráfico. «Este individuo, además, es uno de los principales proveedores de joyas de Carmen Polo. Sabemos que hubo más galerías y marchantes, pero no contamos con registros, solo con la documentación de los espías aliados en nuestro país», asegura el autor. Pero esto no acaba aquí. Después de la guerra, la peseta, a pesar de las dificultades de la economía, era más fuerte que el franco. Una coyuntura especial que algunos españoles aprovecharon para adquirir cuadros a los mismos marchantes que trataban con los nazis. «Antonio María Aguirre, primer cónsul en Hendaya, adquirió piezas. También tenemos documentado a Jose María Areilza», subraya Martorell.

¿Pero qué fue de Alois Miedl ? Introdujo entre 60 y 80 obras en España, que se conozcan, en dos viajes en coche. Se conocé cuáles eran 22 de ellas porque el gobierno español, o un aduanero celoso de su trabajo -no está claro este punto- bloquea unos cajones. Del destino de todas ellas, solo se conoce el paradero de uno de los cuadros: «La Magdalena penitente», de Anton van Dyck, que han recuperado los descendientes de Jacques Goudstikker. El resto todavía no han salido a la luz. Alois Miedl permaneció en España hasta finales de los años cuarenta. Después regresó a Alemania, recuperó sus empresas y vivió con normalidad el resto de su vida. Según un marchante que lo conocía, siguió viviendo muy bien gracias a lo que había ganado durante la época nazi. Murió en su casa. De hecho, la depuración de responsabilidades posterior a la caída de Alemania jamás afectó a los responsables del expolio. Quedaron libres. La mayoría de ellos pudieron regresar a sus trabajos y recuperar sus oficios. A los que se les prohibió vender arte, lo hicieron bajo cuerda. Nadie investigó. Al final, fueron rehabilitados.