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Felipe IV, el rey que nació en Semana Santa

Su llegada fue celebrada por la población, pero su reinado estaría marcado por la pérdida de la hemegonia de la corona española en el mundo
La Razón

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El rostro de Felipe IV es, junto al de Felipe II, el más reconocible de la Casa de los Austrias. Un hecho que hay que sin duda hay que atribuir a su pintor de cámara. Este fue un monarca contradictorio. A él debemos que atribuir la ascensión de Velázquez, probablemente uno de los mejores pintores españoles de todos los tiempos en nuestro país y fuera de él, y, a la vez el declive de la que había sido la corona más poderosa de todos los tiempos. Su gobierno estuvo marcado por la presencia ineludible de Gaspar de Guzmán, el Conde-Duque de Olivares, un personaje controvertido que le dejó, como herencia, muy mala fama.
Felipe IV nació el 8 de abril, que en aquel momento coincidió con la Semana Sana, en concreto con el Viernes Santo de 1605. El alumbramiento, que sucedió en Valladolid, eclipsó la penitencia, el recogimiento y las celebraciones que se estaban celebrando en aquellos días. Hijo de Felipe III y Margarita, fue el primer varón de una descendencia que se completaba con dos infantas, Ana y María. Muy pronto las potencias enemigas de España advertirían el peligro que representaría la llegada de un nuevo varón al trono de España. De hecho, nadie podía prever en ese momento que sería el monarca que más aguantaría al frente de la corona hasta la llegada de Felipe V. De hecho, gobernaría más de 44 años. Un periodo larguísimo, donde vería concretar largos éxitos, pero también cuajar enormes fracasos. Algo materializado en una batalla que hoy es emblemática: Rocroi, que sucedió en 1643 y que se saldó con una derrota abrumadora de los tercios españoles. Desde entonces este momento pasó a los libros de historia como el punto de inflexión de la monarquía hispánica
El reinado de Felipe IV, que muy pronto sería conocido como “El rey planeta” debido a la amplitud de territorios que heredaría, se puede dividir entre un antes y un después. La división está señalada por la expulsión del Conde-Duque de Olivares del gobierno. Gaspar de Guzmán trató de acometer una serie de reformas que desembocaran en la modernización de España. Intentó frenar la paulatina caída de la demografía, un problema que comenzaba a agudizarse en esa época, proceder con una reforma fiscal, impulsó la educación y trató de imponer una serie de impuestos que contó con la oposición de la nobleza más enriquecida.
La caída del Conde-Duque en 1643, hizo que Felipe IV se pusiera al frente del gobierno. Pero antes tuvo que hacer frente a una de las grandes crisis territoriales de los últimos tiempos en la península. Un foco problemático fue Cataluña. En 1640 las relaciones de los catalanes con la corona no eran demasiado buenas. Las tensiones provenían de la “Unión de armas”, una proposición para que todos los territorios de la monarquía española contribuyeran con armas y hombres el ejército de la corona. Una ayuda que sería proporcional a la población que hubiera en cada uno de ellos. El conflicto franco-español tampoco ayudó demasiado. De hecho, fue el detonante. El paso de las tropas reales para ir a combatir a Francia creó ciertos desordenes y tumultos. Esto hizo que la autoridad catalana rompiera con el trono y se entregara directamente al país galo. Había empezado una crisis que se solaparía con otra: la independencia de Portugal al ser nombrado rey Juan IV de Portugal. Esta secesión fue respaldada por Inglaterra y Francia, que anhelaban debilitar el trono de Felipe IV. De hecho, lograron que tuviera que dividir esfuerzos y derrochar más dinero para poder combatir en todos los frentes que se abrían, comenzando con la rebelión de Andalucía y las dificultades que empezaron a vislumbrarse en Aragón.
En el exterior tampoco le iría demasiado bien. Se reiniciaron las hostilidades con los Países Bajos después de 1621. Al comienzo se lograron notables éxitos, como la rendición de Breda, que inmortalizó Velázquez es un lienzo que hoy es historia. Pero esas victorias iniciales pronto se empañarían con sucesivas derrotas hasta que las aspiraciones españolas de mantenerse en aquellos territorios resultó prácticamente una quimera. A eso había que añadir la confrontación con Carlos I, rey de Inglaterra, uno de esos monarcas que tenían claro que su peso en el mundo dependía de una cosa principalmente: que languideciera el poder de los españoles. Y a esto había que sumar la enemistad que Francia mantenía con España. Una rivalidad que se retrotrae a tiempos de Carlos V y que se había enquistado. Cada cierto tiempo, resultaba inevitable, la confrontación con ellos. La guerra de los Treinta Años (1618-1648) supondría un gran desgaste desde el punto de vista económico y humano para Felipe IV.
Esta sucesión de derrotas, fracasados y guerras terminarían concretándose en dos acuerdos que supondría el final de la hegemonía de España: la paz de Westfalia (1648), que suponía el final de la Guerra de los Treinta Años, y donde Felipe IV reconocía la independencia de las Provincias Unidas, y la Paz de los Pirineros (1659), por las que se perdió el Rosellón, se redifinió la frontera de los Pirinios, parte de Sicilia, y, sobre todo, se certificaba el reparto de Flandes entre Inglaterra y Francia. Pero nada de esto podía intuirse durante la Semana Santa de Valladolid de 1605, cuando el duque de Lerma, bautizó al futuro monarca en la iglesia de San Pablo.