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Verdades y mentiras en el origen del fútbol moderno en la serie “Juego de caballeros”

A través de seis capítulos narra el nacimiento de las hinchadas, la profesionalización de los jugadores y el negocio que surgió a su alrededor en la década de 1880, justo en medio de la lucha de clases
Oliver Upton

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El fútbol moderno nació en Inglaterra y como todo lo inglés estuvo marcado por las diferencias entre los distintos estratos sociales. Julian Felowes, el creador de Downton Abbey, hijo de diplomático, nacido en El Cairo y un hombre con un apellido extraordinariamente largo, recrea el nacimiento del deporte rey en «Un juego de caballeros» («The English Game), una serie de seis capítulos que emite Netflix y que se ha convertido en otra de las sorpresas de esta temporada.
El balompié, en aquel momento, era «amateur» y se regía por las reglas que había inventado la clase alta británica. Sus equipos, integrados por estudiantes provenientes de las universidades más elitistas, dominaban la competición. Todavía en 1879 ningún equipo formado por trabajadores de extracción más humilde había alcanzado los cuartos de la mítica FA Cup. Una de las normas establecía con claridad que no podían participar jugadores profesionales, o sea deportistas que recibieran una remuneración económica únicamente por entrenar. Un detalle que marcaba una gran diferencia, justo la distancia que va de la derrota a la victoria. Como se explica en uno de los diálogos, los hijos de las familias potentadas llegaban a los partidos descansados, bien entrenados, alimentados correctamente y con los problemas más esenciales resueltos; sus rivales, la mayoría mano de obra barata en las fábricas, trabajaban desde por la mañana hasta la noche por un sueldo escaso, apenas podían prepararse y ponerse en forma y, desde luego, no contaban con tiempo para reponerse del cansancio físico. Algo tan elemental como la tensión entre estas dos posturas determinaría el futuro del que hoy es el juego más extendido en el mundo.
Esta dramatización polariza estas posiciones antagónicas en dos personajes opuestos que existieron: Arthur Kinnaird, un aristócrata que después seguiría los pasos de su padre en la banca y que, por entonces, vestía la camiseta de los Old Etonians (de Eton, claro). Está considerado una de las primeras estrellas que hubo en este deporte, ganó cinco copas y durante más treinta años presidió la Asociación Inglesa de Fútbol. Todo un mito. A grandes rasgos, es cierto casi todo lo que la serie refleja sobre él, incluido su interés por la beneficencia, pero recrean de manera imaginaria la relación que mantuvo con su esposa. Una pequeña licencia en aras de hacer una buena ficción. Él fue de los primeros en anticipar cómo sería el fútbol en el futuro y, lejos de oponerse, como hacen sus compañeros de equipo, acepta esa evolución. Él fue de los primeros en darse cuenta de que las condiciones que han impuesto, y que benefician sobre todo a los privilegiados, comienzan a quedarse obsoletas y que no pueden impedir la llegada de una nueva época y, sobre todo, de la popularización de lo que ellos consideran “su deporte”.
A su lado, o mejor habría que decir, enfrente de él, estaba Fergus Suter, un ídolo para la clase trabajadora; un escocés que en los libros de historia aparece como el primer jugador profesional. En la época resultó un verdadero mito. Levantaba pasiones entre los más humildes y encarnaba la posibilidad de que la FA Cup fuera algún día ganada por un equipo que no representara a los más poderosos. Él era un albañil procedente de Glasgow que abandonó su ciudad para marcharse por dinero al Partick y luego al Darrwen. Dejar su residencia para marcharse a jugar al fútbol a cambio de dinero supuso un verdadero escándalo. Suponía la temida irrupción de la profesionalización.
A través de él podemos observar algunos fenómenos que hoy apenas nos llaman la atención pero que en el siglo XIX todavía estaban censurados. Él fue el primer competidor que aceptaba cambiar de colores a cambio de una sustantiva mejora salarial. Lo que hoy llamamos «fichar». Pero este comportamiento desencadenaría, como se aprecia en la serie, un fenómeno desconocido: el de los hooligans. Cuando él decidió marcharse del Darrwen para irse al rival local de este último, el Blackburn Rovers, que, por primera vez en la historia estaba montando un equipo de «galácticos», sus antiguos seguidores lo tildaron de «traidor». Fue igual a lo que Luis Figo hizo en 2000, que abandonó el Barcelona para marcharse al Madrid. Las tensiones entre las hinchadas alumbró un fenómeno totalmente nuevo: la peleas en las gradas entre los partidarios de unos y otros. Un suceso que continúa ocurriendo. Como amigos de él aparecen dos jugadores que también pertenecen al pasado del fútbol, Jimmy Love, un jugador grande y muy conocido en aquellos años, y Tommy Marshall, que estuvo en las filas del Darrwen, empleado de una de las fábricas de tejidos de la localidad y que debía gastar un temperamento difícil.
La serie enseña cómo el fútbol evoluciona en las estrategias de los equipos (los de los trabajadores, al ser menos jugadores más pequeños son los que revolucionan las tácticas sobre el césped), cómo cambian los campos (ampliando gradas y aceptando anuncios), aparecen los encuentros amistosos, los aficionados aumentan y los partidos se convierten en una evasión para los que no tienen nada, reuniendo a sus seguidores alrededor de los bares. Pero lo esencial es cómo el fútbol evoluciona de un deporte «amateur» a un negocio. Es la principal diferencia entre Suter (al que da vida Kevin Guthrie) y Kinnaird ((interpretado por Edward Holcroft, que se lesionó durante el rodaje de un partido): para el primero supone una manera legítima de abandonar la pobreza y alcanzar un oficio digno (en su caso por un pellizco de dinero que le permitirá comprarse una casa que mejore sus condiciones de vida), mientras que para el segundo solo es un ocio. Estos dos puntos de vista se materializaron en dos momentos de la historia. El primero, en el choque los Darrwen y los Old Etonians protagonizaron en 1879. El primer encuentro que disputaron quedaron empatados a cinco goles (como refleja el primer capítulo) y en el segundo, los Darrwen fueron derrotados por 5 tantos a dos y quedaron eliminados de la competición. Pero la revancha de la clase obrera llegaría en 1880, en el Kennington Oval de Londres, cuando el Blackburn Olympics se enfrentara en la final de la FA Cup a los Old Etonians. Este choque sucedió y es una verdadera leyenda, pero el guionista se toma otra licencia e incluye entre la nómina de sus jugadores a Suter (sí estaba, en cambio, Tommy Marshall). Aunque él, en realidad, en ese momento jugaba para el Blackburn Rovers. Sería luciendo esta camiseta cuando alzaría tres veces seguidas con la FA Cup.

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