Pablo VI, el primer papa moderno
Así lo define el profesor Giovanni Maria Vian en su nuevo libro, que analiza pormenorizadamente la figura de quien se reveló como uno de los grandes renovadores de la Iglesia católica
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Pablo VI ha sido un papa de nuestro tiempo, pero para muchos sigue siendo un gran desconocido. Últimamente, sin embargo, su figura y su trascendente labor reformadora parecen emerger del olvido al que ha sido sometido durante años, gracias en parte al papa Francisco y al encomiable trabajo de divulgación de personas como Giovanni Maria Vian, que acaba de publicar su segundo libro sobre el pontífice, «Pablo VI, un cristiano del siglo XX» (Biblioteca de Autores Cristianos, BAC), magníficamente traducido del italiano.
Vian es catedrático en la universidad de Roma La Sapienza y durante once años ha dirigido «L’Osservatore Romano». El libro es un recorrido por la vida de Giovanni Battista Montini (Brescia, 26/09/1897– Castel Gandolfo, 6/08/1978): su juventud en Brescia, 30 años en la Secretaría de Estado del Vaticano, 8 como arzobispo de Milán y 15 de pontificado con el nombre de Pablo VI (1963-1978). Fue beatificado en 2014 y canonizado en 2018 por el Papa Francisco.
–La relación con Pablo VI le viene de familia.
–Sí, estoy bautizado por él. Mi padre lo conoció en los años 30 y, después, mantuvo amistad con él hasta el final. Lo consideramos alguien de la familia, aunque yo solo lo vi en una ocasión, y la mía es más bien una relación interior.
– Ni Pío, ni Juan. ¿Por qué Pablo, un nombre que llevaba cuatro siglos sin ser escogido?
–No había referencias de Pablo V, que además tuvo la inmodestia de poner su nombre en el centro de la fachada de San Pedro. Nada de esto en Montini, que toma el nombre por el apóstol Pablo por el que siempre se sintió fascinado. A él le dedicó una serie de artículos en la más importante revista de intelectuales católicos durante el fascismo y escribió un comentario sobre todo su epistolario, lo que demuestra que es una figura de referencia.
–Dice usted en el libro que Montini es un papa olvidado.
–Fue eclipsado rápidamente por dos razones: aplastado por el drama de su pontificado y por la comparación con su predecesor Roncalli y su sucesor Wojtyła. Los papas Juan XXIII, «el papa bueno», y Juan Pablo II, muy populares, oscurecieron pronto su figura en la opinión pública. Además, su sucesor inmediato, el papa Luciani, desapareció brutal y repentinamente –todavía hay mucha gente convencida de que fue asesinado– y después llegó la enorme novedad de un pontífice no italiano tras casi medio milenio, con un pontificado larguísimo, mundial.
–Sin embargo, su papado fue trascendente. ¿Ha sido un papa clave en la historia de la Iglesia?
–Es el que más ha entendido y tratado de inscribir a la Iglesia en la modernidad. Pablo VI es el primer Papa moderno. Él mismo lo dice: mi vida quizá no tenga rasgo más propio que el intento de acercarnos y «amar a nuestro tiempo», pero añadiendo que «Cristo es necesario y verdadero». Mezcla tradición y modernidad, así que su vida y su labor resultaron decisivos para el catolicismo contemporáneo. El suyo es un pontificado clave, aunque creo que aún no se ha profundizado lo suficiente en él, como tampoco en el Concilio Vaticano II, ambos tienen todavía que dar mucho más de sí.
–¿Va siendo hora de hacerle justicia, como hombre y como papa, de sacarlo de la sombra?
–Creo que sí y en esto España está demostrando gran interés y también el papa Francisco, aunque es todavía difícil de evaluar. Sin duda, Pablo VI es el papa de Bergoglio, el de su maduración espiritual y eclesiástica: se ordena sacerdote y hace su profesión solemne como jesuita durante su pontificado, aunque en el otro lado del mundo. América Latina le profesa especial cariño porque fue el primer pontífice que pisó suelo americano. Francisco lo ha beatificado y canonizado en cuatro años, y esto es algo insólito, porque lo de la santidad papal es difícil, una cuestión moderna que intento explicar en el libro, bastante problemática porque es más política que otras.
–¿Cómo interpreta que Pío XII no lo nombrase cardenal y lo hiciera arzobispo de Milán? ¿Fue un destierro?
–Sin duda lo fue debido, seguramente, a presiones de los sectores más conservadores de la curia, pero en la diócesis más importante del mundo. Pudo haberlo hecho en 1953 y todos lo esperaban, pero no lo hizo. Pío XII tenía al frente de la secretaría de Estado dos eclesiásticos de primera categoría que eran Montini y Tardini, y una explicación podría ser que si los nombraba cardenales tenía que elegir a uno de ellos como secretario de Estado, aunque tampoco es una explicación satisfactoria. Quizá en los archivos que acaban de abrirse de Pío XII haya material que pueda aclararlo, pero lo dudo. Al final será Juan XXIII quien, muy pronto, lo nombra cardenal.
–Fue un papa muy preocupado por los alejados.
–Sin duda, sobre todo en un periodo de avance de la secularización. Hay un texto que publica en 1957 para lanzar la misión de Milán donde dice que los alejados son gente, no mala, sino escandalizada por la incoherencia de los católicos y de los curas y si es así –dice el arzobispo–, «os pedimos perdón». Es un texto emocionante en el que se plantea el acercamiento a los alejados de la Iglesia.
–Cuando muere Juan XXIII, Montini decide seguir con el Concilio y opta por la línea continuista.
– Sí, pero yo diría que es más aperturista, aunque esto no es fácil evaluarlo en todos los detalles porque Juan estuvo pocas semanas y el Concilio cambió muchísimo después de haber sido convocado. Pablo VI tuvo que enfrentarse a puntos muy controvertidos; sin embargo, siempre intentó obtener el consenso máximo, por eso lo atacaron desde la derecha y la izquierda. Quiso buscar, y encontró, soluciones aceptables para la mayoría más amplia posible. Realizó una labor de mediación muy valiosa siempre mirando a la apertura, a la reforma. Fue criticado por el sector más conservador, reacio al cambio, y por el progresista, más radical. El Papa afrontó una crítica feroz muy dura.
–Se le tachó de ambiguo.
–Sí, y de indeciso, pero sus intervenciones son, al contrario, firmes y decisivas, como su apoyo a la necesidad de una reforma litúrgica, que fue la más contundente, o a la libertad religiosa. Él evaluaba mucho ante de tomar una decisión y cuando la tomaba iba derecho, no retrocedía.
–Fundamentalmente fue un reformador.
– Sí, esto es muy importante. Con la reanudación del Concilio expone sus objetivos: la profunda reflexión sobre la Iglesia, la renovación del catolicismo, la unidad de los cristianos y el diálogo con los hombres de nuestro tiempo. Desde ese momento su actitud fue profundamente reformadora, sus documentos, gestos y decisiones demuestran que nunca retrocedió de su visión reformista. Fue un gran reformador de la curia romana y, de la Iglesia, en general. Durante los quince años de su pontificado la Iglesia y sus estructuras de gobierno realizan un cambio profundo.
–Siempre desde diálogo ecuménico.
–En ese aspecto hubo avances enormes. Lo que dice en ese sentido cuando se despide de los observadores no católicos les dice: vamos a sentir algo que no sospechábamos, os echaremos en falta, y les regala una campanita de plata diciendo que es para llamar a orar juntos. En Jerusalén se reúne con representantes de otras Iglesias y, en dos ocasiones, con la máxima autoridad ortodoxa, el gran Atenágoras, patriarca de Constantinopla. Tenía gestos impresionantes.
–¿Fue un papa de gestos?
–Sí, como besar el suelo al llegar a un lugar, renunciar a la tiara, o el gesto de las manos tendidas, y lo nota Ratzinger cuatro días después de la muerte del papa que lo había hecho cardenal cuando lo describe como el hombre que abre las manos, una actitud de acercamiento al otro, de acogerlo e intentar entenderlo, esto resume a todo Pablo VI. Además escribió casi todos sus textos personalmente y se conservan bastantes manuscritos de discursos, documentos, como «Ecclesiam suam», la primera encíclica programática, escrita por él de la primera a la última palabra.
–Es el primer pontífice viajero.
–Realizó nueve viajes en siete años, es el primero que visita los cinco continentes y el primero que habla en las ONU. El titular del libro «Un hombre como vosotros» (Ediciones Cristiandad), lo saqué de ahí, del discurso en las Naciones Unidas. Él se define como un mensajero que viene de lejos, pide la paz y que las naciones destinen parte de su gasto en armamento a socorrer los pueblos más pobres. Y dice que la ONU tiene que abrirse y admitir a todas las naciones. Recordemos que entonces la China comunista todavía no estaba en la organización mundial.
–¿Cómo se podría resumir su papado?
–Quince años difíciles, duros y dramáticos, pero decisivos para el curso de la Iglesia.