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Little Richard: El animal más salvaje del rock

Indómito y excesivo. Con el fallecimiento de Little Richard a los 87 años, el género pierde a uno de sus fundadores y un modelo de su esencia. «Realmente era el rey», decían ayer sus compañeros. Y seguirá moviendo las caderas, seguro

LITTLE RICHARD
Littler Richard, en una imagen de 1966, fue siempre una fuerza de la naturaleza que conmocionó la música y revolucionó el rock and rolllarazonAP

A menudo el término «gigante» resulta desmesurado, pero no es el caso de Little Richard, quien falleció hoy por causas todavía desconocidas a los 87 años después de una década de graves problemas que incluyeron un derrame cerebral y un infarto, entre otros. Se fue no solo un pionero y titán de la música, sino una personalidad absolutamente única y una vida que merece ser contada y disfrutada. «Descansa en paz, Richard. Mis pensamientos y oraciones están con todos mis compañeros de banda y fanáticos de todo el mundo. ¡Richard realmente era el rey!», destacó el músico Kelvin Holly al anunciar su fallecimiento. Realmente, muchos le consideran el rey del rock and roll, por encima incluso de Chuck Berry, Jerry Lee Lewis o el propio Elvis. Muchas cosas fueron singulares en la existencia de Little Richard. Su música y su vida. Era negro y gay en unos tiempos en los que en Estados Unidos cada cosa por separado era despreciable; y las dos, simplemente inaceptables. Pero a este hombre nunca le faltaron tres cosas: coraje, personalidad y talento.

Su tremendo y peculiar carácter se forjaría en el seno de una familia de 12 hijos en el que él era el tercero. Su padre se dedicaba a la destilación ilegal de whisky y desde el mismo comienzo de su existencia, un 5 de diciembre de 1932, no le profesaría demasiado cariño. Era Georgia, el segregacionismo, los negros colgados de los árboles y una depresión que no agonizaba. Little Richard nunca escondería su orientación homosexual y su padre lo echaría de casa a los 13 años. Lo que haría después el muchacho pertenece a la categoría de la épica. Se puso a cantar por monedas, a enredar con el piano, a soñar con ser algo grande y a sobrevivir. Un matrimonio blanco, Ann y Johnny Johnson, lo sacaría de las calles y le daría un sitio en el que comenzar a actuar en serio, el local Tick Tock que regentaban.

En 1951 grabaría con la poderosa RCA, con la que registraría hasta ocho sencillos. Ninguno triunfaría. Conocería el asesinato de su padre en 1952 y su carrera entraría en un largo limbo hasta 1955, año en el que Speciality Records se interesaría por grabar algo suyo. La sesión no comenzaría nada bien, con un Little Richard agarrotado y sin ningún tipo de «feeling» con sus músicos. Había una tonta canción dando vueltas por ahí. Se llamaba «Tutti Frutti», de Dorothy La Bostrie, y no parecía ir a ningún lugar. Lo que pasa es que a Little Richard le hacía gracia porque a los gays se les llamaba en argot «Tutti Frutti». Y enconces empezó a improvisar una letra sobre la sodomía. Lo más interesante no estaría en esas palabras, sino en la nueva intención que insuflaría Little Richard dentro de la composición. Cómo cantaba, cómo tocaba el piano, qué sinergia con el saxofón de Lee Allen. Ahí estaba una de esas canciones que quedaría para la historia y el copyright de un artista único.

Piezas brutales

Porque lo que ofrecía Little Richard era algo único. Se comprobaría en sus posteriores éxitos, en canciones tan gloriosas como «Long Tall Sally», «Slippin’ and Slidin», «Jenny, Jenny» o «Good Golly, Miss Molly». Eran piezas brutales que no sonaban a nada escuchado anteriormente. Era no solo esa forma incendiaria de tocar el piano, sino cómo lo cantaba. Ese timbre, ese grito, ese soul. Ni que decir tiene que fue uno de los tipos que más influyó en la forma de cantar de Paul McCartney, quien lo idolatraba. Y otra cosa: Little Richard era un tremendo trabajador y perfeccionista. Se podía tirar todo un día grabando un verso de una canción, como ocurrió con «Long Tall Sally».

Little Richard había cumplido su particular venganza en una tierra particularmente racista y homófoba: era una estrella. Los discos vendían millones (los compraban tanto blancos como negros) y sus actuaciones eran auténticas celebraciones para una audiencia adolescente que veía en él una imagen liberadora y escuchaba una música con la que identificarse plenamente.

Y sucedió que en mitad de una gira por Australia en 1957 el motor de un avión se incendió y Little Richard se puso blanco y comenzó a rezar todo lo que sabía. Y eran muchas oraciones, pues desde pequeño se empapó del credo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. El avión aterrizó, a Little Richard le bajaron entre varios como a un zombi y cuando volvió en sí observó un nuevo amanecer. Contempló las cristalinas aguas del río Hunter y allí arrojó los cuatro anillos de diamantes que tenía en sus dedos, valorados cada uno en 8.000 dólares de entonces.

Little Richard rompería con el rock and roll y su carrera para abrazarse a su «born again». Ingresaría en una universidad cristiana en Alabama para estudiar teología y se haría ministro pentecostal. Mientras tanto, a su casa discográfica, Specialty Records, no le quedaría otra que ponerse a revisar cajones para intentar rentabilizar lo suficiente un nombre que todavía era una cima en una época en la que se devoraba ese nuevo estilo musical. La realidad es que Little Richard apenas volvería a grabar más allá de un grupo de canciones de gospel a comienzos de los años 60.

Extremos delirantes

Durante esa década haría giras rentables, pues seguía siendo un animal en escena. Además, se beneficiaría del impacto de bandas como Beatles o Rolling Stones, quienes nunca se cansarían de reivindicar su influencia. Y entraría en los turbulentos años 70 como un elefante en una joyería. La cocaína dispararía hasta extremos delirantes su yo más disparatado y se vería envuelto en varios escándalos sexuales. En realidad lo que se sabía era solo la punta del iceberg. Era lo que se dice una vida llevada al límite. Había cosas sórdidas, claro está, pero también otras que resultaban absolutamente geniales y divertidísimas. En este sentido, la tremenda biografía «Ohhh, my soul!!!», de Charles White, es prolija en detalles. La década de los 80 traería su enésimo amanecer. Proclamaría: «Vengo a cumplir los designios de Dios y ser Little Richard». Regresaría a las actuaciones y volvería a encontrar su hueco en las listas en 1986 con un magnífico tema llamado «Great Gosh-a-Mighty!», de la divertida película «Down and Out in Beverly Hills», traducida en España como «Un loco anda suelto en Hollywood». Y, cómo no, llegarían nuevos reconocimientos como la leyenda viviente que era y su ingreso en el Hall of Fame del Rock and Roll.

Se va un hombre extravagante y singular, un tipo con una vida tan única y escandalosa que no es capaz de opacar el inmenso legado que deja. Fue uno de los músicos que edificó el rock, la aportación cultural más importante de EE UU a la era contemporánea. Sin él no hubieran existido Beatles y Elvis. O, al menos, tal y como los conocimos. Una leyenda de carácter hiperbólico.

Cinco canciones esenciales
«Tutti Frutti». Esto es magia pura e incluye el gran grito de guerra del rock and roll: «Womp-bomp-a-loom-op-a-womp-bam-boom». Era 1955 y la primera grabación que consagraría no solo a su intérprete, sino una canción que definiría un nuevo estilo que marcaría a una generación.
«Good Golly, Miss Molly». De 1956, su tremendo piano sobre sutiles arreglos de vientos son la antesala de la huracanada entrada de voz del genio. Y luego esos arrebatadores parones y arranques. Little Richard reconocería la influencia de Ike Turner en la composición e interpretación.
«Jenny, Jenny». Grabada en 1957, volvió a demostrar la exuberancia vocal de Little Richard y su talento para arreglar canciones. En este sentido, las partituras de vientos son prodigiosas. Igual que su sinergia con el saxo de Lee Allen, otro tipo que dejó su sello en esas primeras grabaciones.
«Long Tall Sally». De 1957, es otro de los pilares del rock and roll. El comienzo de la canción es un prodigio. Es Little Richard con su voz y una batería marcando los impulsos de su voz. Algo alucinante y nunca oído hasta la fecha. Paul McCartney tomaría buena nota.
«Great Gosh-a-Mighty!». Fue compuesta con el gran Billy Preston y constituyó el regreso a las listas de Little Richard. Además, se benefició del éxito de la película que lo incluyó, «Un loco anda suelto en Hollywood». De nuevo esa fantástica voz y el piano vertiginoso. Ese sonido único que tenía.