Cyrano, un personaje con dos narices
Alexis Michalik estrena mañana en la sala virtual de A Contracorriente “Cartas a Roxane”, un bellísimo rescate cinematográfico del olvidado autor de “Cyrano de Beryerac”, Edmond Rostand
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A finales del siglo XIX las representaciones teatrales ya no servían para embellecer el pasado. En contadas excepciones seguía primando un abuso de las situaciones trágicas y el público vibraba con la exaltación de toda esa hojarasca sentimental en la que muchos pretendían verse reflejados, pero la tónica general se caracterizó por la objetividad y la exactitud del realismo. Los bravucones de floretes encendidos y los pañuelos con lágrimas de las damas no correspondidas estaban pasados de moda. Europa cambiaba y ya no había mucho lugar para el romanticismo. En mitad de esa centrifugadora cronológica surge un dramaturgo cuya obra permanece todavía en la memoria de muchos.
Este injusto episodio de amnesia artística suele darse con frecuencia en situaciones en las que la magnitud de la producción alcanza dimensiones mucho mayores que las del propio autor. La creación termina comiéndose al creador. Por suerte, existen personas dispuestas a evitar que esto suceda. Una de ellas es el cineasta francés Alexis Michalik, quien a través de su nueva película, “Cartas a Roxane”, que se estrena mañana en la sala virtual de A Contracorriente Films, rescata la figura de Edmond Rostand. Un autor neorromántico acostumbrado a lidiar con la frustración, escritor de obras menores pero poseedor de una gran imaginación y, pese a todo, también un exacerbado amante de su trabajo que se ve obligado a escribir en el plazo de seis meses una obra de teatro que justo después de su estreno acabaría convirtiéndose en uno de los clásicos más aclamados y destacados del teatro galo: “Cyrano de Bergerac”.
La cinta no solo es un entrañable y elegante canto de amor al teatro. Además, se trata de un reconocimiento a la soledad de los artistas y a la figura tantas veces ensombrecida de los autores, tal y como asegura el propio Michalik: “Esta película es mi particular homenaje a los creadores. Cuando escucho una canción, leo un libro, cuando veo un filme, siempre termino preguntándome lo mismo… ¿Quién ha hecho esto? ¿Cómo ha conseguido trasladar sus ideas a un formato artístico? Quiero entender. Necesito saber quién se encuentra detrás de las cosas que me hacen feliz. Me pasa con todo en mi vida”, asegura el director.
Y Michalik se permite la licencia, aunque tímida y muy discreta, de introducir elementos ficcionados que no se corresponden con la historia original, como por ejemplo el tiempo marcado que tiene Edmond a la hora de escribir (en realidad, fueron seis meses el plazo que el afamado actor Constant Coquelin le concedió al dramaturgo para hacerla y no uno como figura en la cinta), o la identidad de la joven que le sirvió como inspiración para llevarla a cabo, ya que lo cierto es que no hubo más musa que su mujer y, por lo tanto, la figura de la enigmática Jeanne nunca existió.
Los que nunca ganan
En mitad de ese París sobrevolado por el avión de Clement Ader en el que Dreyfus acababa de ser juzgado por espionaje y Louis Renault se preparaba para la construcción de su primer coche, el dramaturgo se enfrentó a un terrible proceso de estancamiento creativo antes de construir los cimientos del drama amoroso que constituye “Cyrano de Bergerac”. Empujado por la confianza que deposita en su talento la monumental actriz y mentora particular, Sarah Bernhardt, y alentado por la insistencia de un conocido intérprete de la época como Constant Coquelin (que da vida a un Cyrano más que digno), se sume de manera desquiciada en el proceso de creación dela obra.
“La verdadera historia de Edmond Rostand es que antes de Cyrano solo había escrito fracasos. Y en una sola noche se convirtió en un poeta nacional. La gente echaba de menos las historias de héroes. Si lo piensas, Cyrano es un perdedor magnífico. Y esa es la razón por la que terminó siendo el mayor de todos. A los franceses les gusta mucho la figura del perdedor en términos generales porque lo único a lo que se aferran este tipo de personas es a su libertad”, apostilla Michalik. Así, entre la perseverancia, los errores, las dudas, los enredos y la pasión de un dramaturgo incipiente poco conocido, se termina creando la leyenda de un soldado romántico y extravagante como Cyrano. La duración del aplauso ininterrumpido con el que el público mostró su aprobación a la obra tras el estreno llegó a los veinte minutos. Ni rastro de los fracasos anteriores. Ni de los intentos fallidos previos con la palabra. En ese instante solo se oía el ruido ensordecedor de la gloria. El cálido abrazo de un reconocimiento, que todavía hoy, perdura.
Versiones de un mismo hombre
No era Cyrano un hombre sospechoso de cobardía: “Solo son hombres y yo, esta noche, necesito demonios”, dice el soldado poeta en uno de los actos de “Cyrano de Bergerac”. La leyenda construida, fomentada y en ocasiones ciertamente alterada de este pensador libertino y apasionado francés coetáneo de Molier, resultó tan inspiradora que varios cineastas quisieron adaptarla. Una de las más recordadas es sin duda la que dirigió Jean-Paul Rappeneau en 1990 de la mano de un espléndido Gérard Depardieu cuya actuación le valió una nominación en los Oscar. Galardón que curiosamente sí consiguió el actor José Ferrer bajo las órdenes de Michael Gordon por el mismo papel en otra versión muda mucho más anterior.